Luis Ortiz: «Si no fuera por Gunilla, estaría muerto»

El empresario recuerda la Marbella de los 70, de la que solo quedan «recuerdos»

Gunilla von Bismarck junto a su marido Luis Ortiz y su hijo Francisco ABC

A. L. JIMÉNEZ

Es el ejemplo de niño «mal» de casa bien. La pandilla de Los Choris protagonizó un viento fresco en una Marbella plagada de familias aristocráticas. Don Juan , Alfonso de Hohenloe o Jaime de Mora se rendían ante estos cuatro jóvenes llenos de vida que animaban las fiestas. Luis Ortiz se casó con Gunilla von Bismarck y fueron los artífices de una Marbella dorada que se convirtió en referente mundial de la jet set internacional. Con una profunda educación y la alegría de siempre, nos habla de los veranos vividos y por vivir, en el centro neurálgico de la Costa del Sol.

–Marbella, Marbella... El eterno paraíso.

–¡Por los motivos que sabe todo el mundo! Es una ciudad increíble, con una gente estupenda y un microclima que no te voy a descubrir. Es el paraíso. Por no hablarte de los campos de golf...

–¿Sigue jugando al golf?

–Sí. También hago «ping pong» y natación. Con las lesiones, no puedo con otros deportes.

–¿Ni al «paddle», que es «made in Marbella»?

–Oye, que es la pura verdad. Jorge Morán (el otro «Chori») y yo, fuimos los primeros campeones del mundo en 1972. Lo trajo el príncipe Alfonso y al principio no tenían pared. La primera se construyó en el Marbella Club.

–¿Qué queda de aquella Marbella que yo leía en las revistas que compraba mi madre?

–Quedan muchos recuerdos, porque la actual es diferente, a pesar de su eterno glamour. Era un balneario y ahora es una ciudad... Había 10.000 personas y ahora votan 150.000.

–¿Ha perdido «gracia»?

–Tiene sus zonas fantásticas pero se ha convertido en un centro turístico para venir a descansar. Cuando llegué en el 56, lo «gané» todo: a mi mujer, mi hijo, mis amigos...

–¿Quiénes eran los «choris»? ¿Qué aportaron a Marbella?

–Desde luego no éramos músicos, como algunos creen. Nos juntamos cuando Yeyo y yo volvimos de América. Animamos a Arribas y a Morán e hicimos clubes en Madrid y aquí. Pero, sobre todo, éramos el alma de las fiestas. Estaban los Dominguín, los Hohenlohe, el tito Jaime... nuestros hermanos mayores. Eran los 70, teníamos 30 años y nuestro lema era «¡todo p’adelante!». Era fácil introducirse en los círculos.

–Además, allí todo el mundo se entiende.

–Pues sí, independientemente de raza, religión o estatus. Si eres divertido y aportas un plus, te invitan y te acogen. Ese fue el verdadero espíritu de Marbella.

–De todas las fiestas, ¿cuál recuerda con más cariño?

–La American Graffiti en casa de Manolo González. Invitamos a todo el mundo, incluso estaba el embajador de Estados Unidos. Cuando, a las cuatro de la mañana llegó la policía, recuerdo haberles dicho: «díganselo al alcalde, que está allí» (risas). Churros, lentejas, otra vez churros... Aquello no acababa. Éramos jóvenes. Pero luego teníamos nuestros negocios y teníamos que cumplir cada mañana.

–De todos los personajes que ha conocido, ¿cuál le ha marcado más?

–Fuera de Marbella, Fidel Castro, ¡sabía de los Bismarck más que yo! Aquí, el príncipe Alfonso, que se inventó esta ciudad. Cuando llegaron los socialistas y había huelgas por todas partes, él se metía en la cocina y hacía la comida, se ponía a pintar, a hacer deporte, todo lo hacía bien, ¡era un fenómeno! También recuerdo a Dominguín -¡menudo gran sinvergüenza!-, a Kashogui, Stewart Granger, Sean Connery... Marbella terminaba en el faro de hoy y teníamos que tener bicicleta o burro.

–¿Ya nada es así... o es de otra forma?

–Han pasado 50 años, ¡qué quieres! No le falta, le sobra populacho, gente... El pelotazo de Gil fue muy malo: Arribas decía algo muy ilustrativo: «Ese es mi padre: Sr. FOR SALE» (risas). Ahora hay familias, que me llaman tito a mí: Pablo, Hubertus... Nos hemos convertido en los mayores, como antes lo fueron el tito Jaime o el príncipe. Ahora voy a fiestas en casas; a una discoteca no voy, la música me horroriza.

–Habla igual que Gunilla

–¡Pero si llevamos 40 años juntos!

–¿Se arrepiente de algo?

–De no saber idiomas... no hablo bien ninguno.

–¿En que se entienden Gunilla y usted?

–Al principio en medio francés y medio inglés, pero ella hizo un intensivo de español. Por tanto, nunca he hablado en alemán con ella. Hablamos en español, pero el español de Gunilla es especial, sólo lo habla ella. ¡Tiene su propio idioma!

–¿Qué le ha aportado ella?

–Si no fuera por ella, estaría muerto. Me ha encauzado, me ha dado disciplina. Antes de ella, no tenía ni horario ni calendario.

–¿Qué le da miedo a quien ha vivido sin temor a nada?

–Yo temo muchas cosas, ahora que soy abuelo. Me he educado en una España segura y disciplinada y ahora... No olvides que estudié en el Claret y en el Ramiro de Maeztu de Madrid.

–¡Como Pedro Sánchez!

–Sí, fuimos al mismo instituto, como la Reina Letizia, mi sobrina. (Risas).

–Gunilla querría conocer a su «ficticia» sobrina con la que comparte apellido.

–Claro, ¡y yo! A los reyes eméritos les conocemos y éramos amigos de Don Juan. El conde de Barcelona también fue de los fundadores marbellíes. Siempre decía: «Que vengan los Choris a contarnos chistes». Se hacía el sordo, pero se mataba de risa cuando contábamos barbaridades.

–A España ¿cómo la ve?

–Horrorosa, como si estuviéramos manejados por una pandilla de ignorantes.

–¿Y a Europa, a Inglaterra con su Brexit?

–Los ingleses no saben lo que han votado. Algo tan serio no puede decidirlo un labriego o un pescador, sino los políticos. Nada de referéndum, que el pueblo no sabe de economía.

–Me han dicho que es un gran abuelazo...

–Es que mi nieto es igual que yo. Me llama lalo Lui, y nos morimos de risa. Soy un abuelo de narices, porque es niño... Bueno si fuera niña, también.

–¿Qué recuerdo no va a olvidar jamás?

–El día que conocí a Gunilla y el que nació mi hijo. Lo mío con mi mujer fue un flechazo directo al corazón, en toda regla. Al año estábamos viviendo juntos.

–¿El secreto para que funcionara?

–Respeto, admiración, cariño y muchas risas... ¡Hemos ido a once carnavales juntos!

–Luis, ¿la mayor locura que ha hecho?

–Meterme un viaje de ácido y dar la vuelta al mundo... Mi mujer me lo cortó todo. La alemana puso mi vida en orden.

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