Lencería, del «strophium» romano al «guêpière» de Ava Gradner
Tras la desaparición del insigne creador y empresario Andrés Sardá, revisamos la historia de un sector siempre polémico
En estos últimos 100 años, las prendas íntimas femeninas no han cambiado en exceso, si bien la evolución del soutie -galicismo- y de las undies -anglicismo- sigue imparable con el avance de los tejidos técnicos y la liberación de las formas.
Los primeros indicios de un tipo de ropa interior similar a la actual están presentes en estatuas, mosaicos y en frescos italianos, como los murales sicilianos que representan a mujeres de la Antigua Roma haciendo deporte, para lo que utilizaban unas prendas que se asemejaban al biquini. Heredadas de la Grecia clásica , estas prendas realizadas en lino o en cuero consistían en un mamillare o fascia pectoralis, una faja de tejido fino que realzaba el busto femenino, y el strophium, una estructura de tiras de cuero que sujetaba la delantera.
En la parte inferior del cuerpo, las romanas le copiaron a los romanos con una especie de calzoncillo -más bien un pañal de bebé gigante- que se llamaba subligaculum, termino muy indicativo. Cierto es que los romanos fueron siempre unos avanzados: ya se teñían de rubio por aquel entonces, se depilaban, se maquillaban y se daban masajes con aceite de oliva.
Signo de riqueza
La otra prenda interior romana que llegó hasta el Medievo y el Renacimiento, y que transformada ha llegado hasta nuestros días, es la camisia, que comenzó como un poncho de tela fina. Durante el Medievo se le añadió un bandeau para mantener el pecho en posición fija. Con el tiempo, la camisa se mostraría a través de puños y cuellos, con volantes y chorreras, y se empezó a utilizar en blanco. La blancura era signo de limpieza y riqueza . Tras las epidemias de peste del siglo XV, en las que se sospechaba que las enfermedades se propagaban a través del agua, las grandes casas lavaban solo una vez al año, mientras que los más pobres -contando solo con una o dos camisas- tenían que lavar a menudo.
En el Renacimiento aparecen el corsé y el guardainfante, este último una especie de exagerado miriñaque hecho con cintas y alambres que nació en la España del siglo XVI. Servía para dar volumen a la falda y -como su nombre indica- para ocultar los embarazos. Bajo el guardainfante, evidente protagonista del cuadro de «Las Meninas», es curioso que normalmente no se llevase ninguna otra prenda interior.
Pero a finales del siglo XVIII llegan los culottes, pantaloncitos en tela fina que cubrían hasta la rodilla. Había sido la muy vanguardista Catalina de Medicis (1519-1589) la que los había llevado en la corte francesa desde su Florencia natal, pero no fue hasta casi dos siglos después cuando se hicieron habituales. También en el siglo XVIII comienza la fiebre fetichista por los encajes de la ropa interior que sobresalían bajo la ropa, con un tono entre coqueto y libertino. De esa época datan cuadros como el de «Les Hasards heureux de l’escarpolette» -en español, «Los divertidos peligros del columpio»- de Fragonard , que muestra las enaguas de las retratadas, que en ocasiones contaban con hasta 12 capas.
A partir de 1800 se perfeccionan los corsés y se hacen más elásticos y sofisticados. Las tiendas y almacenes, como Le Bon Marché de París, elaboran catálogos con todas sus referencias. En 1914, con la Primera Guerra Mundial, las siluetas se simplifican y el soutien-gorge casi desaparece para renacer aligerado y renovado.
Los cambios se aceleran en el siglo XX. En los años 30 y 40 la lencería vuelve a marcar las formas y el nailón deMonsieur Dupont de Nemours facilita la creación de prendas más ligeras, baratas y de fácil secado. Warner, una marca norteamericana, idea los tamaños de «copa» denominados de la A a la E, de menor a mayor «enjundia». La publicidad de las marcas de corsetería invade periódicos y revistas: «Scandale» y «Maison Lejaby» en Francia o «Feline» en Alemania.
Prenda erótica
La guêpière se pone de moda en los años 50, marcando la cintura, idea de Marcel Rochas consolidada por el new look de Christian Dior . Se trata de un bustier que estiliza cintura y busto e incluso se sujeta con ligas a las medias. Las bellísimas Ava Gardner y Marylin Monroe la popularizan y se convierte en una prenda erótica. Las marcas de fajas florecen en el mundo occidental.
Pero en 1968 las feministas queman sus souties y en el sur de Francia comienza el topless. Se desarrollan los tangas, las prendas con efecto segunda piel, las medias que se fijan solas -dim-up- y los tejidos técnicos.
En 1994, vuelve la feminidad y se hace famosa la imagen de Eva Herzigova con el Wonderbra, una prenda que promete ensalzar las curvas. La lencería pasa de las tiendas de ropa interior a los supermercados y las tiendas de deporte. Las marcas de connotaciones seductoras se multiplican y en pleno siglo XXI ya conviven todas las tendencias.