Lady Di y Dodi Al Fayed, el beso del siglo
El fotógrafo Mario Brenna cuenta detalles de la foto del momento que pasó a la historia
«Vi movimiento sobre el puente del yate: encuadré el teleobjetivo y me aparecieron Diana y Dodi que admiraban los campos de golf y las blanquísimas playas con las dunas y arena». Así cuenta el fotógrafo Mario Brenna, 60 años hoy, cómo logró la foto del que fue llamado beso del siglo, y, en consecuencia, la exclusiva mundial del siglo por la que se pagaron cifras que batieron todos los récords. Eran las primeras horas de la tarde del 3 de agosto de 1997. El paparazzi, que frecuentaba desde hacía veinte años Costa Esmeralda, Montecarlo y St. Moritz, esperaba desde hacía horas escondido en Capo Sperone (extremo sur de Córcega), bajo un sol abrasador, con objeto de tomar la foto de su vida, solo comparable a las fotos de Jacqueline Onassis y el armador Aristóteles Onassis en la isla de Skorpios.
Mario Brenna perseguía desde hacía tres días a la princesa de Inglaterra y a su presunto amante. «Tomé la primera foto, se abrazaban. Después se besaron durante diez segundos. Traté de que no me entrara el pánico: los fotografié como si la cosa no fuera conmigo. Mi frialdad me sobrecogió». Por primera vez, en un libro titulado «El beso de Lady Diana», publicado en exclusiva por Oggi, Brenna se ha decidido a contar detalles de cómo inmortalizó el beso entre la princesa y el egipcio Dodi Al Fayed , playboy de 42 años, hijo del propietario de los almacenes Harrods de Londres. Fue un beso fatal, porque a partir de que se hiciera pública esa relación se desencadenó una avalancha de acontecimientos que acabó envolviendo dramáticamente a los dos amantes hasta acabar en la tragedia del túnel Alma de París, el 31 de agosto de 1997.
«Cuando me enteré de la muerte de Lady Di, rompí a llorar y decidí que nunca contaría lo que había visto hasta que los hijos de la princesa fueran grandes y maduros. Por respeto de su memoria, a la de Dodi y de sus familias», afirma ahora el fotógrafo Mario Brenna, añadiendo: «Descubrí yo la historia de Diana con Dodi. Para mí fue un choque: las dos personas que unas semanas antes me habían regalado el momento más cumbre de mi trabajo, que había visto felices y serenas, cómplices, apasionadas, llenas de vida, habían desaparecido».
El domingo 10 de agosto el Sunday Mirror publicó la exclusiva mundial de Mario Brenna: bajo el título «The Kiss» (el beso), en grandes caracteres tipográficos, aparece una gran foto, desenfocada, de Diana que besa a Dodi. El Mirror destaca que “la Princesa, apretada en los brazos de su amante, encuentra finalmente su felicidad».
El periodista italiano Antonio Caprarica , corresponsal de la RAI en Londres, en la época de la tragedia, acaba de publicar el libro «El último verano de Diana », resaltando que por la clamorosa exclusiva de Mario Brenna se pagó un millón de esterlinas, y otros tres millones más por su publicación en el resto del mundo. El paparazzi italiano fue advertido por el fotógrafo inglés Jason Fraser, quien a su vez había recibido una filtración de alguien muy próximo a la princesa, según cuenta Antonio Caprarica. Este periodista italiano aporta en su libro todo tipo de detalles para mostrar su convicción de que, contrariamente a lo que sostenía el padre de Dodi, Diana no tenía intención de casarse con el playboy egipcio, ni había aceptado un anillo de compromiso.
El verdadero amor de Diana fue el médico pakistaní Hasnat Khan, cirujano en un hospital londinense y coetáneo de Diana (hoy tendrían 56 años), enamorado de su trabajo y probablemente también de la princesa, pero decidido a no caer en la vorágine de la prensa y el sinfín de paparazzi que perseguían permanentemente a Diana. En una declaración entregada en el 2004 a Scotland Yard para la investigación oficial sobre la muerte de Lady Di, el cirujano pakistaní escribe: «Mi principal preocupación en relación con el matrimonio era que mi vida se hubiera convertido en un infierno a causa de quién era Diana. Yo sabía que no habría podido vivir una vida norma».
Hoy Diana sería una bella señora. A sus 56 años, abuela del príncipe George, cuatro años, y de la princesa Charlotre, dos, a los que amaría como amó a sus hijos William y Harry, seguramente mantendría la mirada melancólica y su permanente media sonrisa, que conmovían y que hoy todo el mundo recuerda. La leyenda sigue aún viva.
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