Joaquín Sabina, torero de lo impredecible

Joaquín lleva mucho rato siendo un eterno que vive en la calle Relatores, un clásico de la canción de sentimiento donde miente bajo un lema infalible, y de oro: el embuste es una de las bellas artes

GTRES

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Sabina es un tipo único que si exagera acierta. Y acierta mucho. Demasiado, incluso. Sabe que escribir es exagerar, que amar es exagerar, que morir es exagerar. La otra noche era su cumpleaños, y coincidía el cumpleaños con un concierto, y la fiesta doble se preparaba de excesos, claro, pero nadie intuyó que Sabina iba a rematar su cumpleaños en la UCI.

Estas cosas le pasan a Joaquín, tan torero de lo impredecible, y estas cosas sólo le pasan en Madrid, como él mismo dijo, desde una silla de ruedas , en el escenario, una escena de inválido transitorio que a Joaquín debió dolerle como una penitencia.

Joaquín se toma todas las juergas muy en serio, por eso pidió disculpas a la afición, y se fue al hospital a que le miraran el alcance de la avería . Yo tengo sospechado, desde hace tiempo, que Joaquín es un atleta. No se comprende, si no, que vaya legando una obra tan masiva, y tan afinada, incluyendo discos, letras, conciertos, dibujos, cosas. Y ha sacado tiempo, además, para ser coronel del whisky, fumador de profesión, fundador del alba, consorte del soneto y antólogo de amistades célebres, desde Vargas Llosa o García Márquez hasta Chavela Vargas . Joaquín ha conocido incluso a quien había que conocer.

Ahora, acaban de hacerle un doble disco homenaje los jóvenes que se lo montan, y los no tan jóvenes. Joaquín lleva mucho rato siendo un eterno que vive en la calle Relatores, un clásico de la canción de sentimiento donde miente bajo un lema infalible, y de oro: el embuste es una de las bellas artes. De cuando en cuando, prueba a redoblar el exceso, a ver si así arruina un poco su carrera, pero nada, sale siempre más querido de sus travesuras o debilidades.

Yo diría que estamos ante un salvaje que opina libre, pero a él no le gusta que digamos que es libre, porque ese podio, la libertad, no se alcanza del todo. Alguna vez le pregunté si era feliz, y me salió por los cerros de Úbeda de la literatura, como siempre. «¿La felicidad? Yo no puedo caer tan bajo». Piensa en endecasílabos, si te dedica una canción te dan un premio, tiene romería de fans a la puerta de su casa. La fama le retiró de los bares , cree que es una estafa de cantante, o eso dice, y con un gesto traga melancolía y al gesto siguiente se ríe con el buen humor de los corsarios. Se casó con Isabel Oliart, y ahora tiene boda en el horizonte con Jimena Coronado, la hermosa y feroz peruana que le da dado el sitio exacto en el mundo.

En su casa del centro de Madrid se reúnen artesanías de almoneda y una primera edición del «Ulises», de Joyce, firmada por el propio autor. Joaquín lo enseña a las visitas como un gánster de la poesía, casi como si se lo hubiera robado al propio Joyce. En medio de un caos de exquisita gobernanza , entre una cerveza y un gato, Joaquín usa unas gafas de escribir que son unos quevedos del Siglo de Oro. Nadie dice tantas verdades cuando miente.

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