Grande de España

Las grandes damas lloran la muerte de la condesa de Chinchón

Isabel Preysler y la princesa Wanda de Ligne dieron el último adiós a la elegante Rosario Herbosch y Huidobro

Rosario Herbosch posa para este periódico en los años 70 TEODORO NARANJO DOMÍNGUEZ/ABC

MARTÍN BIANCHI

Es difícil hablar de la condesa de Chinchón y no hacer alusión al lienzo de Goya que domina la sala 37 del Museo del Prado . El óleo, de 216 por 144 centímetros, inmortaliza a María Teresa de Borbón y Vallabriga , prima hermana de Carlos IV, consorte de Manuel Godoy y tercera condesa de Chinchón . Hace unos días fallecía en Madrid Rosario Herbosch y Huidobro, la séptima condesa. A diferencia de su predecesora, que atrae a millones de turistas al Prado, Rosario era un misterio para las masas . No así para la «sociedad», de la que formaba parte casi por derecho divino.

En realidad, Rosario Herbosch y Huidobro era, por su matrimonio con C arlos Rúspoli y Morenés , duquesa de la Alcudia, duquesa de Sueca, condesa de Chinchón y Grande de España. Pero sus amigos dicen que sentía especial cariño por el condado porque estaba muy ligado a una mujer de la talla de María Teresa de Borbón , que a su vez lo recibió de manos de su hermano, Luis María de Borbón , arzobispo de Toledo y Sevilla y cardenal de Santa María della Scala.

La boda de Rosario y Carlos Rúspoli fue digna de reyes. Se casaron en 1980 en el palacio del Infante Don Luis, esa joya arquitectónica que levantó Ventura Rodríguez para el Infante Luis Antonio Jaime de Borbón y Farnesio en Boadilla del Monte y que permaneció en manos de la familia Rúspoli, descendientes directos del «príncipe de la Paz», hasta los años 90 del siglo pasado.

Admirada por todas

Rosario, séptima condesa de Chinchón, fue la discreción personificada. En su vida sólo concedió una entrevista a ABC, en los años 70, para hablar de lo que mejor sabía: el saber estar . «Yo definiría a la elegancia como la forma bella de llevar las cosas, vistiéndote con lo adecuado en cada momento», decía en una conversación con la periodista Blanca Berasátegui . «Pero no son los trajes los que hacen a las personas, sino al revés», añadía. Según las dos veces duquesa, el secreto de la gracia femenina yacía «en los movimientos, en la forma de andar, en la forma de hablar ». Con esa delicadeza de la que ella misma hacía gala se ganó la admiración y amistad de grandes mujeres del panorama nacional como las socialites Isabel Preysler y Cari Lapique , la princesa Wanda de Ligne , la diseñadora Ágatha Ruiz de la Prada, o la periodista y escritora Marta Robles, por mencionar a algunas.

Muchas de ellas acudieron el pasado 8 de febrero al entierro de la condesa en la Sacramental de San Isidro, en el panteón de los duques de Sueca. Tenía 72 años y su muerte fue inesperada. Pese a su belleza y distinción, Herbosch jamás despertó envidia entre las grandes damas con las que compartía veladas y confidencias. Siempre fue una guía para sus pares féminas. Dicen quienes la conocieron que era «la matriarca» entre sus tres hermanas: Belén, Olivia y Carmen . Y como no tuvo hijos, también fue como una madre para sus siete sobrinos.

Fortuna detrás del lienzo

Elegantemente discreto, el matrimonio Rúspoli-Herbosch supo mantenerse alejado de los focos durante décadas. Hasta que en 1999 decidieron vender el famoso óleo « La condesa de Chinchón » de Francisco de Goya a un coleccionista privado español que estaba dispuesto a pagar 4.000 millones de pesetas (más de 24 millones de euros) por esta obra que antes desearon magnates como el armenio Calouste Gulbenkian o los herederos del estadounidense J. Paul Getty.

Al tratarse de una pieza con categoría de Bien de Interés Cultural, la transacción debía notificarse al Estado, que tenía derecho preferente de compra. Lo ejerció y la obra recaló en el Prado. La entrega se realizó en febrero de 2000. Después de tres demandas administrativas y un recurso contencioso-administrativo, el Gobierno de Aznar saldó la deuda con los Rúspoli en dos pagos: 2.500 millones de pesetas (15.025.302,60 euros) en enero de 2001 y 1.500 millones (9.015.181,56 euros) en julio de ese año.

Los propietarios de «La condesa de Chinchón» (Rúspoli y sus hermanos) demandaron al Estado por el «no respeto» de las condiciones de venta de la obra y el caso llegó hasta el Tribunal de Estrasburgo, que falló que no se habían visto perjudicados con la operación. La sentencia recordaba que la pintura estaba expuesta en una gran pinacoteca, con lo que «el interés general de la sociedad se había visto así privilegiado». Y señalaba que los demandantes «no habían soportado una carga desproporcionada o excesiva» por la venta forzosa al Estado. Después de todo, Carlos Rúspoli seguía teniendo a Rosario, su propia condesa de Chinchón, quien hizo de su forma de andar y hablar un arte.

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