Fuerte despliegue de seguridad en el concierto de Ariana Grande en Lisboa

La cantante norteamericana, que actúa este martes 13 de junio en Barcelona, exige mayor control policial después del atentado de Manchester

Gtres

FRANCISCO CHACÓN

En vísperas de su concierto en Barcelona el martes 13 de junio, Ariana Grande ofreció en Lisboa uno de sus primeros espectáculos en el retorno de su ‘Dangerous Woman Tour’, apenas superado el trauma del atentado terrorista sufrido en la noche del pasado 22 de mayo al final de su concierto en Manchester, trampa mortal para 22 personas. Allí, en el MEO Arena de la capital portuguesa, fue testigo ABC de las severas medidas de seguridad que la joven cantante norteamericana ha impuesto a la entrada de sus abarrotados ‘shows’ después de aquellos sucesos fatales provocados por el islamismo radical.

Por primera vez, las mochilas quedaron completamente prohibidas, una norma que la promotora portuguesa Everything Is New extenderá a todas sus producciones a partir de ahora, según anunció su máximo responsable, Álvaro Covoes, también director del macrofestival NOS Alive (con Depeche Mode y Foo Fighters como cabezas de cartel de su próxima edición, a primeros de julio) y del Festival de Fado de Madrid.

Se dieron cita más de 18.000 fans en el recinto, que probablemente albergará el Festival de Eurovisión el próximo año. Una multitud con predominio de los adolescentes, tal es la legión de seguidores que la ‘entertainer’ acumula gracias a su pop intrascendente y a su ascenso al mismo estrellato internacional que su amiga Madonna, Katy Perry o Lady Gaga.

Con dos horas de antelación se recomendó llegar a las inmediaciones del antiguo Pavilhao Atlântico, literalmente vallado en su contorno para dificultar una hipotética huida de cualquier sospechoso, con patrullas de policía constantes que vigilaban el enclave hasta con tiradores profesionales camuflados.

Sí, porque Ariana quedó en estado de conmoción después de la tragedia en la segunda ciudad británica y se disparó la obsesión por la seguridad en sus rituales de la frivolidad juvenil, que se desarrollan en medio de un griterío ensordecedor y un permanente corear de estribillos de éxito sin paliativos entre las nuevas generaciones.

Largas colas en los accesos desde primera hora de la tarde, con la paciencia por bandera por parte de las cuadrillas de chavales y, sobre todo, chavalas que se arremolinaron para bailar canciones como ‘One last time’, ‘Touch it’ o ‘Moonlight’, consideradas himnos (o así) por los nacidos ya en el siglo XXI. El mismo panorama que se aguarda en el Palau Sant Jordi de Barcelona, única parada en España de una gira tan rentable que va a dejar en las arcas de la cantante casi 35 millones de euros.

Nada extraño si tenemos en cuenta que el ‘merchandising’ oficial se desplegó con unos precios estratosféricos. Por ejemplo, nada menos que 35 euros por una simple camisetas de manga corta y hasta 65 por una sudadera con la imagen y la tipografía de Ariana Grande. Una circunstancia que, sin embargo, no frenó a sus adeptos, prestos a esperar con resignación con el fin de hacerse con alguno de esos productos.

La avalancha en estos puntos de venta se multiplicó al término de la velada, pero ya pudo palparse mientras la telonera Victoria Monét hacía enloquecer igualmente al público, donde numerosas niñas estaban acompañadas por sus madres. Recurrían a la insistencia ante ellas para que les compraran algún recuerdo que llevarse a la boca, en vista de que para muchos de los presentes se trataba del primer concierto de sus vidas .

No se permitió ni una sola cámara fotográfica, ni siquiera de los profesionales de los medios de comunicación. De hecho, los despistados que se acercaban a la habitual puerta de entrada para ellos únicamente se encontraron con un férreo control personificado en expeditivos guardias.

Del mismo modo, policías secretas se identificaban con su placa en cuanto detectaban a alguien pululando por los laterales, en el exterior del MEO Arena, incluso aunque solo estuviese buscando una forma de salir de allí, porque hasta eso había que hacerlo a través de los canales habilitados a tal fin.

Las ristras de escaleras que rodean el mismo pabellón donde Red Hot Chili Peppers descargarán sus decibelios el próximo 13 de julio completaban el perímetro de seguridad, jalonado por sucesivos puestos de vigilancia.

Para algunos, el concierto estuvo demasiado marcado por semejantes medidas, probablemente llamadas a convertirse en perennes a partir de ahora, no ya en los espectáculos que se celebren bajo el paraguas de Everything Is New en Portugal, sino a nivel general. Es la misma gradación ascendente que se ha observado en los aeropuertos, cuya experiencia de acceso se ha ido endureciendo desde el atentado en las Torres Gemelas.

Como también podrá comprobarse en Barcelona, el macroespectáculo había encendido su mecha al son de KnowleDJ, una apisonadora de llenapistas tipo ‘Work’, de Rihanna, o ‘Cheap thrills’, de Sia. Incluso se permitió el guiño de poner una canción de rap portugués, ‘Parte-me o pescoço’, de Agir, que llevó al delirio con su ritmo a todos los asistentes.

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