Carlos Falcó, un anfitrión de lujo

Siempre tuvo claro que no hay mejor país que el nuestro para inventarse el vino, o el aceite

Carlos Falcó con Isabel Preysler en 1980 Archivo ABC

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La cuota de ilustres fallecidos por coronavirus incluye a Carlos Falcó , marqués de Griñón, que era ilustre por doble causa, abreviando: por famoso de vitola y por aristócrata de naturaleza. Pero era un marqués que se lo trabajaba. Fue un espeleólogo sin descuido de dos misterios del buen vivir, el vino, y el aceite. Espeleólogo y también arqueólogo. Un anfitrión del lujo. Porque tenía cátedra en los vinos de prodigio, y se hizo biógrafo del prestigio sostenido de sus propios aceites de maravilla, unos aceites a los que las guías rigurosas del género titularon de supremos, en muchas ocasiones. Para curiosos, y para iniciados, ahí quedó su biblia del asunto, «Oleum, una cultura del aceite de oliva».

A eso se dedicó, laboralmente, prorrogando un credo de existencia que nunca se alejó de la alcurnia de la buena vida, o de la vida de exquisita elección.

El amor nunca llegó a ser en él un afán otoñal, porque todo amor se parece a un verano, o quiere parecerse, y porque sin duda no le apetece al enamorado, o enamorada, que le cuadren la contabilidad de la edad. En ese verano del amor prosperó siempre Carlos Falcó, hasta llegar al matrimonio con Esther Doña , una malagueña de juventud, según el deneí, hoy viuda de nuestro ilustre. Antes, su hoja de servicios de hombre enamorado reúne los nombres de Cristina Onassis , Jeannine Girod , Isabel Preysler y Fátima de la Cierva , bisnieta del duque del Infantado, y más de 20 años más joven que él cuando se casaron. Cito deprisa, por orientarnos.

Carlos Falcó con Cristina Onassis Archivo ABC

«Y quién es él»

Nunca le hizo gracia que su vida sentimental trepara a los titulares, pero en los titulares estuvo, por rachas, y aquí tampoco vamos a ignorar la hemeroteca resonante. Por ahí cunde el relato de que José Luis Perales asegura haber escrito el clásico tema, «Y quién es él, y a qué dedica su tiempo libre», por un encargo de Julio Iglesias . Un encargo que viene a coincidir con la época en la que Isabel Preysler abandonó a Julio por un marqués, el marqués de Griñón. Nunca cantó Julio ese tema popularísimo, pero dicen algunos a veces sí la cantó Carlos Falcó, para sí mismo, mientras iba conduciendo, entre el entretenimiento y la complacencia.

Esther Doña, cuando iba en el inicio de su relación con Falcó, se nos presentó con mucho show de páginas, y fotos, y se dio un gusto rápido en firmar titulares almibarados: «Estamos felices, enamorados, encantados ». Luego hubo algunas broncas que incluso llegaron a la prensa, pero esa es una triste y extraña historia. En Falcó lo que sí hubo fue un donjuanismo dorado que ya está en extinción

Tenía veintipocos años cuando se hacía el puerto de Miami, ida y vuelta, a bordo de un Maserati que había regalado su suegro, un suizo de poderíos. Gustaba la charla lenta, y los toros. Siempre tuvo claro que no hay mejor país que el nuestro para inventarse el vino, o el aceite. Hizo nido en una finca de libertad en Toledo. Era el padre de una criatura de celebridad efervescente, Tamara Falcó. Es.

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