El amor de verano de Carlos Sobera

El presentador recuerda a «una chica tres años mayor que yo», que le cautivó las vacaciones del 76

Carlos Sobera y su esposa Patricia Santamaria EFE

Carmen Aniorte

Presentador, actor, empresario, ex profesor universitario... pero, sobre todo, buena gente. Carlos Sobera (Barakaldo, 1960) es uno de los rostros más representativos de la televisión actual. «¿Quién quiere ser millonario?» le abrió las puertas al gran público -aunque antes presentó en La 2 el programa «PC adictos», y mucho antes, estuvo en ETB y TVG- en lo que a audiencias televisivas se refiere y que le hizo ganarse, por méritos propios , el respeto y la credibilidad en todo aquello que se le ponía por delante.

En la actualidad saborea y demuestra su carisma -hace doblete- en «First Dates» , el programa de citas de Cuatro en el que muestra su lado más picarón, mientras que los viernes ofrece su faceta más entrañable en el prime time de Telecinco «Volverte a ver». Este verano ha tenido a sus incondicionales inquietos por su estado de salud ; pero él es de Bilbao y está hecho del mismo acero del puente de la ría.

Aunque en lo personal todo va «viento en popa», Carlos Sobera guarda en un rinconcillo mullido de la memoria aquel verano de 1976 o como el mismo asegura, «aquel verano en el que me encontré con la musa de mi adolescencia» -y añade- «una chica tres años mayor que yo. Guapa, morena, y con la sonrisa más cautivadora que yo había visto jamás. Me enamoré al instante, y al instante sufrí ».

Comenta que, a modo epistolar, quiere reflejar aquel amor con este entrañable texto: «Verano del 76. Vasco y soñador . Inalcanzable, poderosa, por todos pretendida, poco o nada de tiempo tenía para dejar descansar sus miradas sobre mí. Pero, en mi sufrimiento de amor inalcanzable, alcance mi plenitud. Disfrutaba de sus palabras, de sus risas, de los paseos que daba hasta la fuente de aquel angosto y olvidado pueblo burgalés donde veraneaba con mi familia. Pueblo siempre aburrido, que de repente se convirtió en el paraíso soñado. Jamás había sido tan feliz. Jamás deseé que pasara más lento el tiempo, que siempre allí había sido lento. Jamás presté menos atención a mis amigos y a mis dolores. Bendito amor o bendito enamoramiento . Yo no sé qué era aquello, pero tampoco quería o necesitaba ponerle nombre. Yo sólo tenía tiempo para ella, para ensoñarla, para pretenderla platónicamente, para sentirme pleno, radiante. Pero el verano acaba, los sueños terminan, los deseos se desvanecen. Jamás volví a verla. Jamás volví a saber de ella. Tampoco preguntaba. ¿Para qué? Igual no me gustaba lo que contaban... pero el verano del 76 me llenó más que ningún otro. Y aún hoy, sigo sin saber nada de ella...».

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