Adiós a Paco «el Pocero», de las alcantarillas de Madrid a «rey» del pelotazo urbanístico
El empresario, de 74 años, falleció ayer por coronavirus. Su urbanización en Seseña (Toledo) lo puso en el mapa de la corrupción
Allá donde otros solo ven desierto, él encontró agua. En sentido literal y figurado. De la necesidad creó oportunidad y levantó un todo desde muy abajo. Pasó de perforar las entrañas de Madrid a dar el gran pelotazo con el ladrillo. Y presumió tanto de sus negocios y pertenencias -«mi yate es un poquito más grande que el del Rey»- como de sus orígenes humildes, en Vallecas -«he robado lechugas para comer y no me avergüenzo»-. Francisco Hernando Contreras , conocido como Paco «el Pocero», era un empresario atípico, un currante con sus luces y sombras. Una persona excesiva, que se rodeaba de escoltas, coches de lujo y que asustaba a su propia madre pidiendo al piloto de su jet privado que hiciera loopings y picados.
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Su labor como constructor le granjeó un buen puñado de enemigos, pero él solía decir que se iría al otro mundo pensando que la gente le quiere. «A los que les he vendido el piso, a mis obreros y a todo el mundo». A los 74 años, ayer falleció en la clínica Quirón de Madrid, a causa del coronavirus , según avanzó LOC. Comenzó a sentirse mal hace unos días, pero permaneció en casa para no ocupar una cama que pudiera hacerle falta a otra persona. Finalmente el lunes, y tras empeorar su estado, su familia le llevó al hospital donde falleció.
Obsesión por los yates
A los 14 años puso por primera vez el pie en la industria que le abriría las puertas del cielo. Fichó por la constructora Urbis para repartir agua y saciar la sed de los obreros durante las obras del barrio de Moratalaz y vaciar la tierra para construir alcantarillas. El Ayuntamiento de Madrid le otorgó entonces el título de « maestro pocero ».
A mediados de los 70, emergió del subsuelo y se encaramó al brillo del ladrillo. Pronto le cogió el gusto al caviar, a la botella de Vega Sicilia y a los yates. Para el recuerdo queda el famoso Clarena II, 72 metros de eslora, treinta más que el Fortuna de Don Juan Carlos y cuya fabricación le habría costado unos 60 millones de euros. Eso sí, nunca renegó del apodo «del pocero», oficio que también ejerció su padre.
En 1974 compró su primer piso, donde por fin pudo experimentar qué siente al tomar una ducha caliente. Construyó diversos centros comerciales y urbanizaciones con algún que otro encontronazo con la Justicia, aunque salió airoso. Su primer tropiezo no tardó en llegar. En 1991 se arruinó durante unas obras en Villaviciosa de Odón, donde pretendía edificar un gran complejo residencial. La negativa para recalificar 400.000 metros de suelo no urbanizable le enfrentó con todo el pueblo, incluida la entonces alcaldesa del PP Pilar Martínez . Esta denunció ante la Guardia Civil recibir amenazas de muerte por teléfono. La denuncia contra él se archivó.
El sol volvió a salir y en Seseña (Toledo) dio forma a su sueño, a la postre frustrado. En plena burbuja inmobiliaria, levantó una macrourbanización, con más de 13.000 viviendas proyectadas, aunque solo se llegaron a construir 5.000, de las cuales 2.000 acabaron en manos de los bancos. Acorde a su megalomanía, no escatimó en la fiesta de inauguración del complejo contratando al mismísimo Julio Iglesias para deleitar a los más de mil invitados que acudieron. Aquel sueño inmobiliario devino en pesadilla en 2008. Durante años Seseña fue ciudad fantasma, exponente mayúsculo de la crisis y de los excesos del ladrillo.
Su paso por Guinea
En 2009, desistió del proyecto y viajó a Guinea a Ecuatorial a desarrollar viviendas y negocios mineros. Los desencuentros entre el empresario y el Gobierno de Guinea dieron al traste con todo. Acabó reclamando a Teodoro Obiang 450 millones de euros por la inversión realizada.
El Pocero supo relacionarse muy bien. Sonada fue siempre su sintonía y amistad con José Bono , quien presidía la Junta de Castilla-La Mancha cuando el empresario levantó su complejo en Seseña. También mantuvo una amistad muy cercana con Ortega Cano desde niños, puesto que crecieron en el mismo barrio de Vallecas. Durante el cáncer que padeció Rocío Jurado , puso a su disposición uno de sus aviones privados para poder volver de Houston. En el restaurante Portonovo de especialidades gallegas almorzó varias veces con Don Juan Carlos.
Junto a un puñado de aquellos amigos, hoy lloran su muerte su viuda María Audena y sus cuatro hijos: Eduardo , Francisco , María-Audena y Mónica . Un adiós triste y solitario para aquel maestro pocero que de las alcantarillas llegó a tocar el cielo. Y de la opulecia, pasó al olvido.