Lee Miller, una fotógrafa de moda en el frente de la Segunda Guerra Mundial

Exposiciones por medio mundo recuperan a este icono y su trepidante vida: modelo, musa del surrealismo y reportera

Lee Miller, una fotógrafa de moda en el frente de la Segunda Guerra Mundial

luis ventoso

Lee Miller hizo la guerra en las filas del «Vogue». No es metáfora, fue literalmente así: la edición británica de la revista de moda consiguió que en 1942 se convirtiese en una de las cuatro únicas fotógrafas que cubrieron la Segunda Guerra Mundial como corresponsales del ejército estadounidense. Lee, una blonda beldad neoyorquina, que entonces tenía 37 años, lo vio todo: de los sangrientos hospitales de campaña tras el Día D a la liberación de los infiernos de Buchenwald y Dachau … Inmortalizada por la cámara de un compañero de «Life», hasta se aseó en la bañera del apartamento de Hitler en Múnich, casualmente el mismo día en que el genocida se suicidaba en Berlín .

Pero el maratón de tres años de espantos pasó factura a la fotógrafa, cuya psique estaba herida desde su infancia por una violación , y la sumió en el carrusel de la depresión, los tranquilizantes y el alcohol. Para alejar los recuerdos, arrumbó aquellas fotos de guerra en el olvido de un altillo de su gran casa de campo del sur de Inglaterra, donde vivía con su segundo marido, el artista surrealista Roland Penrose . Solo en 1978, dos años después de su muerte, el único hijo de ambos encontró el tesoro: 60.000 negativos, fotos, manuscritos .

El talento de Lee emerge del olvido. Hoy, setenta años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, su obra y su figura son reivindicadas con exposiciones en Estados Unidos, México, París, Milán y el Imperial War Museum de Londres . La muestra de Londres se titula «La Guerra de una mujer» y se centra en la mirada de Miller sobre cómo la guerra castigó a las mujeres . A las fotografías de Miller se les nota, para lo bueno y lo malo, su formación como fotógrafa de moda. Son tan elegantes, de encuadre tan perfecto , que a veces parecen estetizar demasiado el dolor. La suya no es una visión periodística . Siendo testigo directo de algo tan truculento como la liberación de Dachau, opta por sintetizarlo fotografiando unas piernas con el uniforme de rayas.

Si Lee Miller mira con asepsia al dolor tal vez sea por su quiebra interior. Un claroscuro que acierta a retratar su amigo Picasso en el cuadro que le dedicó y que abre la gran muestra de Londres. Lee Miller había nacido en Nueva York en 1907 . El golpe que la rompió lo recibió a los 7 años. La enviaron a pasar el fin de semana con un matrimonio amigo y el hombre la violó .

Otra sombra de su infancia es su relación con su padre, que poco después del abuso sexual comenzó a fotografiarla desnuda, práctica turbia con la que continuó hasta su mayoría de edad . Lee fue siempre un imán para la cámara. En 1927 ocupó su primera portada y se convirtió en una de las modelos triunfales de la época . Fue la primera de sus cuatro vidas. Luego será musa del surrealismo , fotógrafa de guerra y, al final, simpática ama de casa de granja inglesa .

Su carrera americana acaba por un escándalo puritano: posa para un anuncio de compresas Kotex que genera gran polvareda y dejan de llamarla. En 1932 emprende rumbo a París. Quiere sumarse a los surrealistas y lo logra vía Man Ray , que primero la rechaza como discípula, pero luego la convierte en socia y amante. Con él visita a Picasso , trata a Élouard , Cocteau , Max Ernst … Luego se casa con un magnate egipcio y vive en El Cairo. Hasta que en 1937 conoce en París a Penrose . Será su segundo marido y el origen de más dolor, al ponerle los cuernos con una trapecista.

Viviendo en Londres, Lee se ofrece a la edición británica de «Vogue» en 1939 y la rechazan. Pero con los fotógrafos varones rumbo al frente acaban repescándola. La guerra fue también una colosal contienda de propaganda. Una de las máximas del mando británico fue pedir a las mujeres «que sigan vistiendo como en tiempo de paz para mantener la moral alta». Lee se aplicó, con curiosas fotos de modelos incluso entre las ruinas del Blitz. Después viajó al frente. Eso sí, en último toque de coquetería acudió a una sastrería de Savile Row a que le entallasen el uniforme del Ejército . «Siempre he buscado una combinación utópica de libertad y seguridad», decía. Sus mejores fotos tal vez la encuentran.

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