Hipsters, manual de desuso
La premisa de que «cualquier tiempo pasado fue mejor» y el primer botón de la camisa abrochado, así son los modernos de hoy

No existen ni los dandis, ni las tonadilleras, ni los hipsters. Otra cosa es que se siga hablando de ellos. Que se sigan utilizando esos términos. Si de pronto aparece un tipo con una barba poblada, el personal empieza a señalarlo: «Un hipster, un hipster». Y lo hace con la misma vehemencia que el niño del anuncio decía lo de «Un palo, un palo». Un ejemplo es cuando llegó Julio Lleonart, el sustituto de Toni Cantó como diputado de UPyD al Congreso de los Diputados. Como tiene barba es hipster. Ganó la 17ª etapa de Tour de Francia el alemán Simon Geschke. Como tiene barba es hipster. Y te acuerdas de Michael Rapaport en «Granujas de medio pelo» diciendo que Woody Allen es intelectual: «Aquí todos somos listos, pero él lleva gafas». Además, si la barba fuera el requisito principal, el profesor Bacterio de Mortadelo y Filemón sería el primer hipster español.
Vinilos y chismes
El mes pasado, el «Telegraph» sacó una galería de fotos alucinógena. «¿Hay algo más hipster que usar una máquina de escribir en un café o en un aeropuerto cuando podría usarse un ordenador portátil o una tableta?» , se preguntaban. Y se veían fotos de chicos en bares, bancos, trenes y otros sitios con una vieja y enorme máquina de escribir en la mesa o en el regazo. Y no te explicas cómo no hay una cola delante de cada uno como la de «Aterriza como puedas» cuando la señora se pone histérica y los pasajeros se ponen en fila para darle guantazos.
Los accesorios, como la máquina de escribir, son fundamentales en un hipster. Cuanto más grandes mejor. Ya se trate de vinilos o de longboards, unos monopatines casi del tamaño de una tabla de surf en los que ves montados a mozos de barba canosa. Hace años habrían sido apedreados.
Bares cutres y gafotas
Muy superado el «Retrato del hipster» de Broyard (escrito en 1948), los lugares comunes de hoy son otros. El pantalón pitillo, casi leotardo. Y los pelos rosas en ellas. Con lo que nos hemos reído de la Frenchy de «Grease». Vestidos como robados a Laura Ingalls. Cuanto más feos, mejor. Sudaderas con capucha, camisas abrochadas hasta arriba, ropa que no combine, una bicicleta (si es fixie, bien; pero si es la de tu abuelo, mejor). Saza se paseaba por Los Alcáceres con una BH. Un hipster de verdad mataría por esa bicicleta. Hay que darle a Instagram, usar cosas viejas, poner cara de asco, tener un perraco como el que pilló la mujer de Ray Donovan. O un gato. O un puerco espín. Comprar en un foodtruck (según la Fundéu, se debe decir gastroneta, pero antes la muerte). Conviene hacer fotos a la comida, practicar esa memez del Food Porn. E ir a bares cutres y llevar gafotas. Si no llevan cristales, bien (aunque parezcas un camarero de Diverxo). El hipster tiene que tener amigos como él. No puedes ser el único hipster del pueblo a la manera en que Daffyd Thomas es el único gay del pueblo en «Little Britain».
Molan las zapatillas Keds. De mochilas nada, hay que llevar morral. Y como por ser diferente acabas siendo igual, lo mismo todos estos hipsters ya se han hecho yuccies (Young Urban Creatives) . Hay que acabar citando a Antonio Resines en «Acción Mutante»: «Todo el mundo es tonto o moderno». O las dos cosas a la vez.
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