El final del verano Kennedy

El de 1963 fue otro verano apacible de golf y barcos, Cape Cod y Newport, para el presidente John F. Kennedy y su familia. Pocas semanas después, en Dallas, la maldición del gran clan político de EE.UU. se cobraría su principal víctima

El final del verano Kennedy abc

JAVIER ANSORENA

¿Qué secretos compartiría John Fitzgerald Kennedy con John Fitzgerald Jr.? Sentados en un bote de remos encallado, quizá soñaban con navegar solos, padre e hijo, lejos de las playas agrestes de Rhode Island.

La imagen es de septiembre de 1963, el final de otro verano largo en Nueva Inglaterra, con la estética que hoy todavía celebra la élite «preppy» de esta parte de EE.UU., el dinero más viejo del país: la rebeca de cachemira, el jersey estampado, la camiseta básica, las gafas «wayfarer», el pelo peinado por el viento del Atlántico… No se ve el pantalón caqui, remangado, coquinero, ni los «shorts» clásicos del niño.

Son los últimos días de un verano de golf y yates que arrancó en Cape Cod, no muy lejos de esta playa, donde los Kennedy pasaron buena parte de sus vacaciones estivales tras llegar a la presidencia en enero de 1961. Hace dos años salieron a la luz quince minutos de vídeo de julio de 1963, en los que JFK juega al golf con sus colaboradores y disfruta de un día en el mar de Nantucket con su familia. Sin camiseta, hace carantoñas a su hija mayor, Caroline, se zambulle en el agua desde la cubierta del barco, se baña junto a su mujer, Jackie, y otros familiares y amigos…

Su residencia cerca del puerto de Hyannis, en Cape Cod, era un refugio habitual para el estío del clan Kennedy. Pero siempre reservaban días para la finca Hammersmith, cerca de Newport (Rhode Island), a la que la prensa de aquella época bautizó como la «Casa Blanca de verano».

Aquí se crió Jacqueline Bouvier y aquí se casó con John Fitzgerald, entonces recién iniciado su mandato como senador en el Congreso de EE.UU., con solo 36 años y una prometedora carrera política por delante.

Aquel verano fue un tiempo agridulce para la pareja. En agosto nació de forma prematura su tercer hijo, Patrick Bouvier, que falleció a los dos días del parto. La tragedia unió al matrimonio y JFK hizo un paréntesis en su intensa actividad amatoria extramarital.

En septiembre el verano muere y todo se cubre de nostalgia. La fotografía de padre e hijo lo refleja en el bote varado, la luz apagada, la marea baja que cubre la playa de algas y sedimentos. Hasta la pintura desconchada del barco es melancolía pura. Ninguno de los dos podía imaginar, en la costa desierta donde solo aúlla el viento, el estruendo de los disparos en Dallas, pocas semanas después, o el motor de una avioneta que se estrella muy cerca de aquí, en la costa de Martha’s Vineyard, con John Fitzgerald Jr. a los mandos, y su mujer y su cuñada en los asientos de atrás, en 1999. Entre juegos y confidencias en el bote, padre e hijo desconocen que ambos tomarían de forma prematura, como dijo el poeta Antonio Machado, «la nave que nunca ha de tornar».

La abuela Carmena ha puesto con nuestro dinero un Rastrillo de Socorro Rojo en Madrid (¡ay, aquellos niños piojositos de las marquesonas de Umbral!), y a la inauguración no ha ido ni el niño de las monjas, pasodoble que ameniza los comedores vacíos del rancho carmenitano.

–Yo quiero ser torero, / torero quiero ser. / Quiero ganar dinero / para traer aquí / un manto para esa virgen / que tanto vela por mí.

¡Es el no de los niños!

En «El sí de las niñas» un conde citado por Pemán vio una comedia fría «como una región helada en el rigor del invierno», versión burguesa de «las aguas heladas del cálculo egoísta» de Marx.

En el no de los niños, en cambio, vemos una tragedia (griega, naturalmente) para el comunismo, ese fascismo del pobre.

–¿Cómo se puede escribir la palabra «tragedia» en una hoja en blanco –se pregunta el melancólico Keats –, cuando tiene uno «Hamlet» o «El rey Lear» tras de sí?

Pues porque en el comunismo lo de menos es el dinero, que ya dice el concejal de Hacienda, uno que se da un aire al Koala, el del corral, que «los ahorros de la sociedad no deben estar en manos privadas ni ser gestionados por ellas». Por eso sus votantes no son los obreros de la radial, sino los rastacueros del Régimen sumidos en un pijísimo muermo o «ennui», los profesionales del esnobismo que se operan de próstata y dicen que es de la nariz, y los universitarios de esa encuesta que los señala como incapaces de hablar un minuto sobre un asunto de actualidad.

El comunismo científico manda primero a crear los pobres para luego poder socorrerlos, pero, con las prisas de la edad, la abuela Carmena, con su Socorro Rojo, ha empezado la casa por el tejado. En el mundo burgués, tan decadente, tirar el dinero público de esa manera tiene guasa y nombre, y yo pondría a toda la Corporación a rancho carmenitano hasta acabarlo.

Luego, en vez de publicar sus declaraciones de renta, que los pesen en una báscula de boxeo al entrar y salir del cargo.

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