Los tres disparos que siguen persiguiendo a Javier Anastasio

Treinta y cinco años después del crimen de los marqueses de Urquijo, esta es la vida del supuesto coautor del homicidio

Los tres disparos que siguen persiguiendo a Javier Anastasio efe

angie calero

«Mi gran pesar ha sido no poder despedirme de mis padres. Murieron en Madrid sin ver cómo me convertía en un hombre libre . No pude decirles adiós», decía Javier Anastasio a «Vanity Fair» en noviembre de 2010 en un hotel de Buenos Aires, cuando el asesinato por el que se le acusaba había prescrito y podía comenzar a disfrutar de su libertad. Un homicidio que conmocionó a toda España en el verano de 1980. Tres balazos a quemarropa que le han perseguido durante media vida, hasta cuando ya no se le podía culpar por el crimen de los marqueses de Urquijo y aterrizaba en Madrid. « Cuando Javier venía a España para visitar a su familia iba disfrazado , para que no le reconocieran por la calle», cuenta una persona que prefiere no ser identificada. Esa casa se encontraba en la madrileña calle José Abascal, un séptimo piso donde vivieron sus padres con algunos de sus hermanos.

El 17 de octubre de 1983, tres meses después de la sentencia que condenó a Rafael Escobedo a 53 años de cárcel, Anastasio era detenido. Según un amigo en común que acudió como testigo al juicio, Anastasio había acompañado a «Rafi» a la casa de los marqueses de Urquijo en Somosaguas y, tres días más tarde, se había deshecho de una pistola que el exmarido de Myriam de la Sierra le había entregado. «Yo no he hecho nada, me tienes que creer, pero tengo que deshacerme del arma», le suplicó Rafi. Anastasio quiso acudir a la policía, pero finalmente ayudó a su «amigo porque le tenía mucho cariño» y lanzó la pistola al pantano de San Juan. Un arma «envuelta en trapos, sin sangre, sin nada». Una acción visceral por el aprecio a un amigo que le ha perseguido media vida.

Después de tres años y medio de prisión preventiva a la espera del juicio que le condenaría a 60 años de cárcel, Anastasio fue puesto en libertad a la espera de celebrarse el juicio. El contencioso llego a aplazarse cuatro veces . «Creo que se retrasaba cuando veían que no me había marchado», contó. La Audiencia de Madrid señaló el juicio para el 21 de enero de 1988. Justo antes de Navidad se daba a la fuga . «Me fui porque uno de los magistrados que iba a juzgarme, un juez honesto y decente, me dijo que iban a condenarme . Él me instó a fugarme. Sus palabras fueron: “Todo está arreglado y la sentencia está firmada de antemano”».

Así, el 21 de diciembre de 1987, después de hablarlo con su familia, Anastasio cogió el dinero que había ganado de la venta de un apartamento, se subió con uno de sus hermanos a un coche y condujeron hasta Portugal. Y del país vecino a Brasil, donde no había tratado de extradición. Allí vivió tres años y se sentía como un turista más . Empezaba una nueva vida lejos del calor de sus padres y de siete hermanos, aprendió a convivir con una «sensación muy fuerte de soledad». Después Uruguay, Argentina, México y de vuelta al país de América del Sur, donde vive en un pueblo pequeñito de la Patagonia junto a sus dos hijos y su mujer, con la que comparte su vida desde hace diez años. «Una argentina que lo dejó todo para vivir conmigo sabiendo lo que sabía», sentenció Anastasio. Una afirmación aparentemente sincera que también mostraba la suerte de aquel que pudo comenzar una nueva vida lejos de un país donde ya había perdido el anonimato.

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