UNA IMAGEN...
¡Sopla, Miguel! ¡Aúpa, Gonzalo!
Miguel Delibes pasó el verano de 1979 en Sedano (Burgos), donde aparte de la lectura y el descanso tuvo tiempo para la cocina campestre

Lo contó Guillermo Rivas Pachecho en crónica memorable que tituló como una etapa del Tour de Francia: «¡Aúpa, Delibes!» . En el remoto verano de 1941, Miguel Delibes (1920-2010), gran cazador y mejor escritor, se lanzó a una particular vuelta ciclista por lo que entonces era Castilla la Vieja. El veinteañero veraneaba en Molledo (Cantabria) , mientras su futura compañera de viaje, Ángeles de Castro, lo hacía en Sedano (Burgos). Recuerda Rivas Pacheco el arco de «valles, montañas y páramos» que les separaba y que habría de recorrer en aquella etapa reina y solitaria: 94 kilómetros. Antes de lanzarse mapa abajo, le mandó a su enamorada un telegrama, que eran las palomas mensajeras más fieles de la época: «Llegaré miércoles tarde en bicicleta; búscame alojamiento; te quiere, Miguel» .
Treinta y ocho veranos después, julio de 1979, en el mismo Sedano que se convirtió en biografía y topografía del autor de «El camino», parece haber aparcado la vieja bicicleta para alimentar a su prole . El atuendo es de cualquier oficio menos el de castellano viejo. Así nunca se presentaría en la redacción de «El Norte de Castilla», diario navegable del que fue director y que sigue fiel a su impronta de amor a la tierra por la vía de palabras exquisitas capaces de peinar pinares y pintar cipreses. A sus pericias con la pluma y con la escopeta no todos sabíamos que sumara la cocina a cielo raso. Para avivar unas ascuas y que el arroz adquiera el punto necesario para que nadie se atreva al menor mohín hace falta saber agacharse y soplar.
Los veranos están hechos de momentos estelares de la intimidad. No conocí a Miguel Delibes salvo de oídas y leídas, y cuando pude llamar a su puerta para escuchar lo que todavía tenía que decir tenía la lengua cansada. Lo dijo casi todo a su hora, cuando era menester. Fue en diciembre del año pasado y al calor de la Biblioteca Nacional cuando se presentó uno de esos raros que los lectores empedernidos atesoran: «Miguel Delibes / Gonzalo Sobejano: correspondencia, 1960-2009» . Editado con mimo por la profesora Amparo Medina-Bocos, en estas cartas los dos amigos se amparan y se acompañan con caligrafías que ya no se estilan. Una dinamo que, como la de la bicicleta, se carga cuando se usa con ritmo y elocuencia. Si a Delibes no pude abordarle antes de que hiciera mutis, a Gonzalo Sobejano tuve la suerte de tratarlo cuando era corresponsal de este diario en Nueva York. Fueron años inolvidables gracias a figuras como este profesor murciano que encontró en Manhattan luz y cátedra, donde resiste en su fortín de humo y libros. Su manera de leer, desde Delibes a Chirbes pasando por Martín Santos y Vila-Matas, ha sido escuela para los que pensamos que con los libros se hace más amable e inteligible el mundo.