UNA IMAGEN...

La rutina estival de Cela

Una estampa de cuando el Nobel reinaba lo mismo en el Café Gijón que en el santuario de Guadalajara con mano de hierro sobre la vida literaria de Madrid

La rutina estival de Cela archivo abc

DAVID GISTAU

Hacer chanzas con don Camilo tenía más mérito cuando ese señor tan atrabiliario y escatológico podía embestirlo a uno para arrojarlo a la piscina. Lo intentó con Jesús Mariñas durante una fiesta veraniega en Marbella. Al forcejear el reportero , Cela hubo de resignarse a encajarle un puñetazo que uno imagina como los que arreaba en corto y al mentón George Foreman cuando ya era un peleador esférico que ni arrodillarse podía para agradecer a Dios sin agarrarse a las cuerdas. El Nobel tenía fijación con el castigo en la piscina, acaso porque viera una repetición incruenta del estanque patricio de las lampreas. Por eso arrojó, esta vez con éxito, a Pilar Trenas, no una vez, sino dos, la primera por coraje, la segunda por placer. Como blasonaba de absorber palanganas enteras por vía anal, suerte tuvo Pilar Trenas de que Cela no la absorbiera a ella mientras nadaba para encontrarse, después de un tránsito intestinal a la inversa, encerrada en una panza como la de la ballena de Jonás en cuyos jugos gástricos flotarían los despojos de las grandes ambiciones, las buenas novelas, los apetitos rabelaisianos y las delaciones de quien se ofreció a hacerlas para la dictadura.

En cuanto a la fotografía, veraniega también, que ilustra esta página, uno no sabe muy bien cuál sería la interpretación que agradaría a Cela. Está Marina Castaño, con actitud de que en cualquier momento se le desliza la toalla y descubre por completo la lencería de bailar el can-can, mirando a su macho proveedor con expresión extasiada. De éste, del macho, con la palabra cipote siempre en la boca, no es posible averiguar si utiliza la bicicleta estática para hacer un precalentamiento antes de yogar. O si, por el contrario, después del coito le queda aún tanta energía que necesita desfogarla mediante unos juegos gaélicos que incluyen el lanzamiento de troncos y la ingestión masiva de gachas. Esperamos que la bicicleta no fuera absorbida también, cerca como lo estaba de esa compuerta tan misteriosa como el triángulo de las Bermudas.

Ay, la época d e Camilo José Cela y Marina Castaño . Cuando Cela, lo mismo en el Café Gijón que en el santuario que creo que estaba en Guadalajara, reinaba con mano de hierro sobre la vida literaria de Madrid y exigía adulación, sumisión, ósculos en el anillo. Todos esos escritores y columnistas de su corte que se sintieron obligados a dar trato de gran escritora a Marina cuando ésta tuvo el capricho de pasar en el Ritz por novelista inglesa y que luego, transformado el Nobel en cadáver exquisito, se cobraron venganza por la humillación destrozándola. Y no la arrojaron a la piscina por miedo a que los acusaran de plagio.

La rutina estival de Cela

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