EL PULSO DEL PLANETA

Audrey Hepburn: una cara eterna

La Galería Nacional del Retrato de Londres muestra cómo los mejores fotógrafos del mundo cimentaron el mito de la actriz

Audrey Hepburn: una cara eterna © NORMAN PARKINSON LTD

LUIS VENTOSO

Ayer en la apertura de la exposición «Audrey Hepburn: retratos de un icono» una riada de gente abarrotaba las salas de la National Portrait Gallery de Londres , con los hombres en minoría absoluta. 22 años después de su muerte en Suiza, con solo 63 y víctima de un cáncer de colon , la nueva feminidad cinematográfica que trajo la flaca actriz británico-holandesa sigue fascinando.

Hepburn, bailarina frustrada pese a intentarlo desde los cinco años y dueña de un rostro precioso, inocente y profundo, va siempre asociada a la misma retahíla de adjetivos: glamurosa, sofisticada, cosmopolita. Todos son exactos, pero habría que añadir otros de su vida real: tímida, insegura, desorientada, con un gran vacío emocional que no llenaron ni sus dos matrimonios ni su lista de amantes, casi siempre parejas del celuloide (William Holden, Albert Finney o Ben Gazzara, que tan mal la trató).

Con su físico ligero , Audrey pasó página a la era de las bombis voluptuosas a lo Monroe. Pero hubo algo más. La exposición muestra como los mejores fotógrafos de su era (Irving Penn, Richard Avedon, Cecil Beaton, Anthony Beauchamp…), tallaron su perfil de diva elegante, deliciosa y próxima, pero a la vez esquiva en su perfecta y engañosa encarnación de lo angelical. El resto lo hizo su amistad con Hubert de Givenchy , que la enseñó a vestir, como acreditan algunas maravillosas fotos.

La muestra de Londres, con entradas a nueve libras, puede verse hasta octubre y exhibe unos ochenta retratos de la modelo y actriz, veinte de ellos fotos inéditas donadas por sus dos hijos, nacidos de sus dos matrimonios (con el actor Mel Ferrer y el aristócrata italiano Andrea Dotti). Los mitómanos pueden ver también unas de sus baqueteadas zapatillas de ballet y curiosas portadas de revistas de época, que hacen suspirar ante el saber estar de los años cincuenta.

Nacida en un barrio de Bruselas , Audrey tuvo una vida más traumática de lo que refleja su ángel eterno. Era la hija de un banquero inglés de origen austríaco, que abandonó pronto el hogar, y de una aristócrata flamenca que nunca acertó a darle calor materno. Desatada la Segunda Guerra Mundial, su progenitora se la llevó a Holanda , confiada en que sería neutral. Tras la invasión alemana vivieron auténticas penalidades, con hambrunas y la detención de algunos parientes por los nazis. La leyenda heroica cuenta que Audrey actuó en una función secreta de ballet para recaudar fondos para la resistencia y que a veces oficiaba de correo.

Antes de rendir a Hollywood, recorrió los clubes de Londres como bailarina de coro. En una curiosa pirueta del destino, uno de los locales en que actuó se llamaba Ciro y ocupaba el mismo inmueble de la Galería Nacional del Retrato que ahora la evoca.

En 1951, la escritora francesa Colette la vio en Mónaco cuando buscaba un rostro para llevar su «Gigí» a Broadway: «¡Tú eres Gigí!» , zanjó. En 1953 encarnó a la princesa en Vespa de «Vacaciones en Roma» y ganó el Oscar. Desde allí pasó por los platós de los mejores (Wyler y Wilder, John Houston, George Cukor, Stanley Donen). Hasta que en la cuarentena se hartó del cine y lo dejó. Vivió a caballo de Roma y Suiza y se esforzó en una nueva vocación: la filantropía en favor de los niños hambrientos. En Unicef regaló el amor que no recibió. Se la recuerda con un raro cariño y sigue siendo una gloria verla cantar lánguidamente el «Moon River» con su absurdo ukelele.

Audrey Hepburn: una cara eterna

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación