Conchín Fernández: «África me cambió la forma de ver la vida»

La periodista relata en su libro «Querido Noah» su historia de amor con el Congo

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ana mellado

Conchín Fernández (Pamplona, 1975) aparcó su trabajo como presentadora del tiempo en RTVE para irse de cooperante a uno de los rincones más pobres del planeta. Aterrizó llena de temores ante lo desconocido, pero poco a poco el Congo la atrapó. Se enamoró de un país, de un continente y de un joven congoleño. El fruto de esta relación se llama Noah, a quien le cuenta sus orígenes en un libro, que escribió al regresar a España.

—A pesar de que «Querido Noah» es un libro dedicado a su hijo, se puede interpretar como una obra para concienciar a los lectores de las necesidades del Congo. ¿Buscaba también descubrir una realidad ajena para muchos?

—No, «Querido Noah» no quiere concienciar a los lectores. No es un libro moralista ni pretende transmitir ningún mensaje. Es simplemente un libro que narra una historia preciosa que transcurre, entre otros lugares, en el Congo. Es cierto que, al terminar de leer el libro, uno acaba conociendo muchos de los problemas que sufre ese país, pero no tiene el objetivo de concienciar. «Querido Noah» lo escribí para que mi hijo conociese sus orígenes congoleños y para contarle lo que a mí me habían enseñado los africanos, que es, entre otras cosas, a vivir de un modo, más humano y más feliz.

—Encontró bastante complicado colocar en televisión los reportajes que grabó en Lukolela… ¿A qué cree que se debe esa falta de interés por parte de los medios?

—Pues no lo sé, porque África es un lugar muy interesante para un periodista. Hay historias increíbles de superación, de iniciativa, de solidaridad, de imaginación para salir adelante, de lucha contra la adversidad. En un contexto tan difícil, como es África, aparece lo peor, pero también lo mejor del ser humano. Y hay personas excepcionales, gente de la calle que hacen cosas sorprendentes, de las que podríamos aprender muchísimo.

—Las últimas semanas han sido especialmente duras para africanos que soñaban con un futuro prometedor en Europa y han muerto en el camino. ¿Qué opinión tiene usted al respecto?

—A mí se me encoge el corazón cada vez que veo un drama así. Me pregunto qué hace que seamos indiferentes al sufrimiento del otro. Cuando vivía en Kinshasa, y veía las condiciones infrahumanas en las que vivía la gente, me decía. Pero realmente, ¿a alguien le importan los pobres? Lo mismo pienso cuando veo lo que ocurre en el Estrecho y nadie se moviliza.

—Tras un mes, volvió a España. ¿Le resultó difícil adaptarse al comfort de un país que no sufre cortes de luz, por ejemplo?

—Sí, claro. Es más fácil adaptarse a lo bueno que a lo malo. En Loukolela me duchaba con un cubo y me lavaba los dientes con cerveza local porque no había agua potable. Cuando llegas a España y te das una ducha, comprendes que es un lujo que no valoramos. Lo mismo con la luz, los hospitales, las medicinas, la comida. En el Congo, comer es un lujo, porque la comida escasea y, además, es muy cara. En muchas casas, se turnan para comer: un día comen los padres y al día siguiente, los hijos. ¿Y cuántos niños mueren de una simple diarrea? Yo no podía quitármelo de la cabeza cuando volví a Madrid. África me cambió la forma de ver la vida.

—En uno de los capítulos, describe un encontronazo con los militares por grabarles… ¿Para un extranjero es un país peligroso?

—Yo he viajado por los dos Congos en todos los transportes que existen: taxi, barco, canoa, avión, autobús, coche y tren y no me ha pasado nada. Si se toman las medidas de seguridad razonables, no tiene por qué ser peligroso. Los congoleños son personas acogedoras, hospitalarias y alegres. Pero, claro, hay que tener en cuenta que la sanidad es desastrosa, hay muchas enfermedades, las carreteras, si las hay, están en un estado lamentable. Yo recomiendo viajar al Congo, para conocer a sus gentes y también porque es precioso. Los paisajes son de una majestuosidad impresionante. El río Congo, la selva. Hay que verlo, sin duda. Pero informándose antes. Y, si uno es prudente, no tiene por qué pasar nada.

—«Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida». En cierto modo esta expresión guarda relación con aquellos que le empujaban a crear trabajo para ayudar a los congoleños. A veces sólo con dinero no se arreglan las cosas...

—Yo creo que el dinero es necesario. Otra cosa es, cómo se utilice. Es importante que se levanten colegios y que se construyan hospitales. Pero también es importante dar trabajo para poder tener un sueldo y, con ese dinero, poder pagar el colegio de los hijos o las medicinas.

—En su lucha por crear empleo surgió un negocio de moda ¿Cómo va el proyecto Dress from Africa?

—Efectivamente. Las mujeres me pedían trabajar y se me ocurrió fundar una empresa de moda para que ellas tuvieran un sueldo. Las congoleñas diseñan y cosen muy bien. Son muy artistas. La nueva colección se puede ver en la página de Facebook Dress From Africa y, dentro de pocos días en la web www.dressfromafrica.com

—Usted ha vuelto a vivir en España. Desde la distancia, ¿ve esperanza para el Congo?

—Claro que sí. Veo a muchos congoleños que se han formado en Europa o Estados Unidos y que están volviendo a trabajar a su país y por su país. Son ellos, los propios congoleños, los que sacarán a su país de la pobreza. Los niños congoleños aprenden desde muy pequeños a ganarse la vida, ya con cinco años te hablan el idioma de su pueblo, uno de los cuatro idiomas oficiales del Congo y el francés. Eso les da una apertura de mente impresionante. Veo que poco a poco se está mejorando la educación. El día que haya un buen líder que corte la corrupción, el Congo saldrá adelante.

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