El pulso del planeta

Una milla de oro oxidada

Hamburgueserías, pizzerías, turismo multicultural y «lujo» producido en serie están degradando los Campos Elíseos de París

Una milla de oro oxidada J.P.Q

Juan Pedro Quiñonero

Los medios audiovisuales patrióticos suelen calificar los Campos Elíseos como «la avenida más bella del mundo». Quizá lo fue, en otro tiempo. Su metamorfosis en curso algo tiene de «zoco multicultural». Las tiendas emergentes, especializadas en lujo especialmente concebido para señoras y señoritas musulmanas, no cambian gran cosa. Solo dan una nota de «color», entre un arco iris de colores muy chillones.

Los toldos rojo chillón de las pizzerías que toman las aceras, a doscientos o trescientos metros del Arco del Triunfo, ofrecen al turista una perspectiva tropical muy alejada de la gloria épica glosada por ese monumento.

Las parejas y bandas multiculturales –franceses negros y mestizos magrebíes, esencialmente– que llegan desde los suburbios, para lucir sus maravillosas prendas deportivas y sus gorras multicolores con enseñas de equipos de baloncesto norteamericanos, dan al brillo cosmopolita de las grandes marcas del lujo local los tonos estridentes de las grandes avenidas de las metrópolis africanas emergentes.

Sin duda, las cadenas de hamburgueserías se han instalado en «galerías» empotradas en los venerables edificios de otra época. Sus interiores están decorados con la estética propia de las bocadillerías de Las Vegas, donde se devoran a una velocidad vertiginosa cantidades industriales de hamburguesas industriales. Basura y comida basura no salen a las aceras de los Campos Elíseos, que se enriquecen estéticamente con una clientela multicolor que usa vaqueros agujereados, collares de lentejuelas de plástico, anillos y pendientes de estética suburbana.

Los Campos Elíseos inmortalizados en algunos planos filmados por Jean-Luc Godard todavía eran una avenida de estética pop. La joven vendedora del difunto International Herald Tribune (Jean Seberg) vestía como una chica pop de «American Graffiti». Y el ladrón desenvuelto (Belmondo) de la peli de Godard fumaba cigarrillos rubios americanos (Camel). Todo aquello desapareció. Las chicas guapas que hoy se pasean por los Campos son mayoritariamente negras, con un sentido muy llamativo de su exposición y maquillaje en tonos rojo pasión. Entre las musulmanas acomodadas abundan las chicas y señoras con velos de colores. Salvo las musulmanas que piden limosna arrodilladas de mala manera a las puertas de cadenas de moda italiana o española.

La extinta elegancia burguesa de unos Campos de hace siglos ha sido sustituida por una elegancia de libaneses, sirios, qataríes, saudíes y paquistaníes acomodados, que pueden fumarse interminables cachimbas en la rue Washington, a dos pasos del Balzac, un cine de referencia vanguardista, amenazado. Las nubes de turistas suramericanos, estadounidenses, españoles, alemanes o escoceses se «funden» entre una multitud mucho menos occidental.

Las grandes marcas del lujo se adaptan a los nuevos Campos con estoica sabiduría: ofreciendo lujo producido en serie, vendido en cantidades industriales, protegiendo las entradas y salidas de sus comercios con eficaces servicios de seguridad, de negro azabache. Escultóricos mozos negros que usan zapatos negros, traje negro, corbata negra y teléfonos negros colgados a la oreja que comunica con las salas de seguridad, desde donde se siguen las idas y venidas de las bandas suburbiales que aportan su ruidosa nota de color chillón, errantes entre la marea humana que sube y baja entre las enseñas publicitarias que prometen lujo y placeres con luces fluorescentes y vídeos porno soft.

Una milla de oro oxidada

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