Los chismorreos más «salvajes» en la intimidad de la Casa Blanca
El libro «The Residence» agrupa cientos de testimonios de quienes trabajaron en el servidio doméstico de los presidentes
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1234567«Hillary Clinton golpeó a Bill con un libro»
Durante el «escándalo Lewinsky», los Clinton llevaron la procesión por dentro. Y nunca mejor dicho. Según relata Kate Andersen Brower, autora de «The Residence. Inside the private world of The White House», una doncella entró a limpiar el dormitorio presidencial y se encontró con la cama conyugal manchada de sangre. Al parecer, la sangre pertenecía a Bill Clinton, quien después afirmó públicamente que se había herido «con una puerta cuando corría hacia el baño en mitad de la noche». Sin embargo, un miembro del servicio aseguró a la autora que «estamos bastante seguros que [Hillary Clinton] le atizó con un libro». Según Brower, sobre la mesilla de noche había al menos 20 libros para elegir, «incluida la Biblia». «La pareja a veces se metía en batallas campales y, otras, pasaba por períodos de silencio absoluto», se cuenta en «The Residence». El florista Ronn Payne recuerda haber visto a dos mayordomos escuchar a través de la puerta. «De repente, se oyó gritar a la señora "¡maldito hijo de puta! y, luego, como si alguien hubiera tirado un objeto pesado. El rumor entre el personal decía que ella le lanzó una lámpara». Bill Clinton acabó durmiendo en un sofá, dentro de un despacho. La opinión mayoritaria de las empleadas fue que se lo tenía merecido.
«Vi a Michelle Obama bailando en chándal»
Los Obama, según miembros del servicio, llegaron a la Casa Blanca como una pareja que parecía «acabar de pagar sus préstamos universitarios». Al principio, señalan, Barack Obama se sentía incómodo con las atenciones y marcó una «cierta distancia» entre él y el personal. «Los Bush eran más cercanos, con los Obama había que mantener una actitud muy profesional», explica Stephen Rochon, jefe de ujieres. El tiempo, sin embargo, fue eliminando barreras. Uno de los mayordomos, James Jeffries, señala que existe un acuerdo tácito y de mutuo respeto entre la pareja presidencial y un personal en su mayoría afroamericano. Usher Worthington White, otro portero de la residencia, tuvo que acercar unos documentos al presidente durante su primera noche en la Casa Blanca, tras los fastos de la proclamación y el consabido baile inaugural. Al acercarse a su habitación, White escuchó el nuevo presidente decir: «Tengo esto, yo me encargo». «Entonces -recuerda- empezó a sonar la música de (la cantante) Mary J. Blige». Al entrar en la estancia, vio a Michelle ataviada con pantalón de chándal y camiseta, y bailando al son de «Real love» de Blige. «Apuesto a que usted jamás ha visto nada como esto en esta casa», le dijo Obama. «Honestamente, puedo decirle que jamás escuché nada de Mary J. Blige en este piso», respondió White.
«Kennedy y sus amantes, desnudos en la piscina»
«The Resident» compara los amoríos de Bill Clinton y los de John F. Kennedy de una manera muy elocuente: si algunos empleados de la Casa Blanca fueron testigos de las torpezas del primero durante su relación con Monica Lewinsky, al menos ambos estaban vestidos cuando fueron pillados. No era el caso del segundo. Al parecer, cada vez que Jackie Kennedy se «escapaba» a una granja que tenía en Virginia o se iba de viaje, el presidente se bañaba desnudo en la piscina de la Casa Blanca con alguna de sus amantes, que, por cierto, varias trabajaban como secretarias en la residencia oficial. Un antiguo empleado no identificado relató a la autora del libro que en una ocasión sorprendió a Dave Powers, buen amigo de Kennedy, desnudo en la piscina con dos de las secretarias del presidente. En otra ocasión, escribe Brower, otro trabajador «vio a una mujer desnuda saliendo de la cocina cuando subía las escaleras para ver si el gas estaba apagado». El servicio llegó a evitar la segunda planta de la residencia para no contemplar tan insólitas escenas.
«Las duchas calientes de Lyndon B. Johnson»
Quienes sirvieron a Lyndon B. Johnson, que juró su cargo el mismo día que asesinaron a John F. Kennedy (22 de noviembre de 1963), recuerdan como una pesadilla su obsesión por las duchas calientes y potentes. Al parecer, en su residencia anterior Johnson se había instalado una ducha especial donde el agua «salía por múltiples boquillas apuntando en todas direcciones, como si los chorros fueran agujas y con una fuerza muy poderosa. Una de las boquillas apuntaba directamente en el pene del presidente, al que él se refería como "Jumbo". Otra disparaba directa a su trasero». La Casa Blanca tuvo que mandar un equipo de fontaneros al domicilio privado de Johnson para estudiar el artilugio y concluyeron que tenían que cambiar parte de la instalación para poner una nueva bomba. Aquello suponía un coste de «decenas de miles de dólares, que Johnson exigió». El dinero fue sacado de los «fondos clasificados que iban a ser destinados para la seguridad». Cuando acabó la obra, Johnson probó la ducha, completamente desnudo, frente a parte del personal. «El agua salía tan caliente que el vapor activó la alarma de incendios».
Con los años probaron cinco duchas diferentes, todas ellas inútilles según el presidente. «Incluso se instaló un tanque de agua especial con su propia bomba a presión y con más potencia que una manguera de bomberos. Tampoco fue lo suficientemente bueno». El jefe de fontaneros, presionado por Johnson, pasó cinco años tratando de perfeccionar la ducha. Tan enloquecido estaba con el asunto, que «incluso fue hospitalizado durante varios días por un ataque de nervios».
«Los hijos de Carter llenaban todo de humo»
La presidencia de Jimmy Carter fue breve (20 de enero de 1977-20 de enero de 1981), estresante (estuvo marcada por la crisis de los rehenes de Irán, que duró 444 días) y terminó en un mar de lágrimas. Kate Andersen Brower ha recogido para su obra varios testimonios que aseguran que dos de los tres hijos varones del presidente demócrata llenaron la Casa Blanca del humo de sus pipas de agua, que fumaban a diario y trasladaban de un lugar a otro. Cuando Carter perdió la reelección «ellos lloraron durante dos semanas», explica el florista Ronn Payne. «Lloraban sin control. Era imposible ir a la segunda planta y no oírles».
«Nancy Reagan, la otra dama de hierro»
Una pareja que sale bien parada en el libro es la que formaron Ronald y Nancy Reagan, quienes ocuparon la Casa Blanca entre 1981 y 1989. En todo ese tiempo, la primera dama impuso sus reglas en la residencia con mano de hierro, mientras que el presidente es recordado como alguien amable y muy hablador -a veces demasiado, dicen, pues el servicio acababa esquivándole para no verse atrapado en «largas conversaciones»-. En la intimidad, era ella quien daba las órdenes. Nelson Pierce, portero, recuerda la monumental bronca que le propinó a su marido por estar viendo la tele a las once de la noche. «Ella le maldecía -explica-, y él la miraba atónito: "Cariño, sólo estoy viendo las noticias.", se excusaba. La señora insistía en que ya tenía que estar durmiendo». En otra ocasión, el pastelero jefe, Roland Mesnier, llevó a Nancy tres propuestas de postres para una cena. Mientras tanto, el presidente tomaba su almuerzo. Tras rechazar la tercera opción, él le dijo a ella: «Cariño, deja que el chef decida. Ese es un hermoso postre». A lo que ella contestó: «Ronnie, tú cómete la sopa. Esto no es asunto tuyo». Así que él miró a su plato y terminó la sopa sin decir ni una palabra más.
«Rociaron a Bush padre con pesticida industrial»
George H. W. Bush y su esposa Barbara, son, y con diferencia, la pareja presidencial más querida por los trabajadores de la Casa Blanca. Al menos eso es lo que se desprende de los testimonios citados en «The Residence». «La devoción de los trabajadores hacia el presidente George H. W. Bush fue auténtica y profunda», escribe Brower. A diferencia de otras familias, los Bush (que allí vivieron entre 1989 y 1993) animaban al personal a regresar temprano a casa y a cuidar su vida personal y familiar. También destaca el buen humor de Bush padre en situaciones que «habrían enfurecido a otros presidentes». Una de las anécdotas más significativas es cuando el presidente pidió un repelente para insectos mientras herraba un caballo. «El operario [accidentalmente] roció el presidente de la cabeza a los pies con un potente pesticida industrial». Cuando llegó el médico su rostro estaba «completamente enrojecido y hubo que descontaminarle con una ducha». Una vez fuera de peligro, Bush se limitó a decir: «Está bien, nadie va a perder su empleo. Volvamos a las herraduras».