Katherine Hepburn y los pantalones de pana de Tracy

Enrique Herreros recuerda en «A mi manera» un mundo que ya no existe

Katherine Hepburn y los pantalones de pana de Tracy

ROSA BELMONTE

Cuando Gloria Swanson vino a España en 1974 no estaba menos chiflada que en «El crepúsculo de los dioses». Era verano y no se quitó la gabardina. Contratada para «Todo es posible en domingo», la trajo Enrique Herreros, hombre de cine y de memoria prodigiosa. Recuerda la visita en «A mi manera» (Modus Operandi), su último libro. Herreros me lee el recibo de los honorarios. A la actriz americana le pagaron 137.363 pesetas brutas más 75.000 de dos billetes de avión.

Llegó con seis maletas para tres días. Le pareció una mujer interesante y de conversación cautivadora (le contó que cuando estaba liada con Joseph Kennedy viajaba con él y con su mujer). También era rarita. «Comía muy poco y viajaba con sus propios alimentos. Pretendía hervir el agua antes de bebérsela; tuve que insinuarle que teníamos un buen número de aguas minerales en España». Al llegar a un restaurante no miraba la carta. Abría el bolso y sacaba la comida que se había traído de Nueva York. Pero hay más divas. Alguna con castigo, como María Félix. Estaba rodando «Una mujer cualquiera» (1949), de Rafael Gil. El propio director relataba la historia en sus paellas de los domingos. Antonio Vilar, el galán de la película , estaba hasta el gorro de las imposiciones de la mexicana. Antes del primer plano de un beso, masticó disimuladamente una cebolla cruda y se dispuso a acercarse a la actriz . La Doña dio un grito que todavía retumba.

Más razonable fue Katherine Hepburn cuando vino a rodar «Las troyanas» (1971). Herreros la vio un día sentada en las escaleras del hotel Eurobuilding esperando el coche de producción que la llevaba a Sigüenza. Luego se fue a vivir a Atienza y allí se paseaba con unos pantalones de pana que habían pertenecido a Spencer Tracy, según alardeaba (son los de la foto tomada por César Lucas que se ve en esta página).

«A mi manera» es una sucesión apasionada de recuerdos cinematográficos, de personajes de otra época y de confesiones (Herreros, en una visita que hizo con Oti Rodríguez Marchante al cementerio de Westwood, se llevó el jarrón del nicho de Marilyn Monroe). También son protagonistas la mala leche de Jardiel y Mihura, el pelo «cortado a lo Manolo» de Bette Davis, Serrat con una camiseta del Madrid o Laurence Olivier yéndose de la mano con un joven negro por las calles de Nueva York. Más allá de las de las estrellas de Hollywood , hay una foto extraordinaria en el libro del programa «La Clave» de agosto del 77. «Fue el último día que vi con vida a mi padre», dice el autor. Además de ese recuerdo a Enrique Herreros padre, que participó en el debate, lo mejor son las mujeres que aparecen flanqueando a José Luis Balbín: Patricia Neal y Nadiuska.

La cercanía de los Herrero con Luis Miguel Dominguín empezó un día de 1959 en que el hijo y Enrique Torán hacían guardia esperando a que salieran del hotel Richmond Deborah Kerr y Peter Viertel, que todavía no estaban casados. Llegó Dominguín en un cochazo y los recogió. Los persiguieron en un «cuatro latas», hasta que el torero dio un frenazo, se estamparon y el «número uno», antes de Mou, se bajó: «Vamos a Somosaguas a ver la casa que estamos construyendo Lucía y yo. Podéis seguirnos y retratar a Deborah y a mí. Por supuesto, mi rostro en primer plano. Ahora bien, si hacéis una sola foto de ese tío os arranco los cojones». Y nació una bonita amistad.

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