Marie Thérèse Arango: «No entiendo a quienes se gastan 50 millones de euros en una obra de arte»

La mujer de Manuel Arango, el magnate mexicano que cofundó la popular cadena de restaurantes Vips, nos habla de sus visitas a Asturias y de su «debilidad» por Cataluña

Marie Thérèse Arango: «No entiendo a quienes se gastan 50 millones de euros en una obra de arte» cordon

martín bianchi

«Se me da mejor hablar de arte que de mí misma», advierte Marie Thérèse Hermand de Arango antes de que se encienda la grabadora. La esposa del magnate mexicano Manuel Arango, cofundador de los supermercados Aurrerá y de los restaurantes Vips , es la discreción hecha persona. Difícilmente se la verá abriendo las puertas de su casa para una revista de papel cuché. En cambio, no duda en posar en el Museo de Arte Popular de la capital azteca (MAP por sus siglas). La mujer de uno de los hombres más ricos de aquel país («Forbes» estima que Manuel y sus dos hermanos, Plácido y Jerónimo, poseen una fortuna de 4.500 millones de dólares) dedicó ocho años de su vida a recaudar fondos para la apertura de este museo, emplazado en una vieja estación de bomberos del centro histórico de la Ciudad de México.

«Mis cuñados, Plácido y Jerónimo, han sido muy generosos colaborando en el museo. Estamos todos de acuerdo en los proyectos filantrópicos que emprendemos como familia», dice Marie Thérèse al otro lado del teléfono. En 2009, dos años después de la inauguración del MAP, la ONU le entregó el premio «Women Together» por su contribución al arte popular mexicano. Lo curioso es que ella no es mexicana. «Nací en El Cairo, de madre egipcia y padre belga. Con la revolución de Nasser tuvimos que huir porque mi madre pertenecía a una familia de terratenientes y mi padre era extranjero. Lo dejamos todo...», recuerda. Su padre, el hostelero Marcel J. Hermand, encontró trabajo como gerente general del mítico hotel St. Regis de Nueva York . Poco después, el empresario español César Balsa lo fichó como vicepresidente de su cadena de hoteles en México.

Patrones con peso

«Cuando aterricé en el D. F. tenía 17 años. Era sumamente joven y tenía pocos recursos», explica con un ligero acento francés. En 1966 conoció a Manuel, hijo de Jerónimo Arango Díaz, un inmigrante asturiano que hizo fortuna en el país iberoamericano vendiendo hilados y ropa. Casi medio siglo y dos hijas después, siguen siendo una de las parejas más sólidas de la jet set iberoamericana. «Cuando me casé aumentaron mis recursos y empecé a comprar más y más piezas de artesanos locales. Así acabé creando lo que es ahora una parte de la colección del Museo de Arte Popular. Otra parte la conservo en mi casa de Acapulco, que es como otro pequeño museo», dice.

En los años 70 y 80 eran pocas las familias mexicanas de alcurnia que apreciaban las artesanías huicholes o zapotecas. «Hasta entonces las grandes colecciones de arte popular estaban en manos extranjeras», rememora. «Una vez llamé a los descendientes de un presidente de México para pedirles prestadas sus cerámicas. Me respondieron que lo habían regalado todo al servicio. Hoy mi asistenta dona tres euros mensuales para ayudar a los artesanos de nuestro país», dice. Ahora, gracias a ella, el MAP cuenta con patronos de la talla del político colombiano Fernando Botero, la viuda del escritor Carlos Fuentes y varios miembros de dinastías como los Corcuera y los Moctezuma.

Temporadas en España

Arango también ha fichado a caras conocidas a este lado del charco para apoyar su museo, como la familia mallorquina de hosteleros Barceló, la diseñadora venezolana Carolina Herrera o el multimillonario asturiano Juan Antonio Pérez Simón. No olvida al jurista Antonio Garrigues Walker y el difunto "pope" de los medios Jesús de Polanco. «España siempre está en nuestro corazón. Mi cuñado Plácido y mi hija Manuela y mis nietos viven en Madrid, así que paso mucho tiempo allí. He estado varias veces en Asturias. La primera vez fui por invitación de Plácido, cuando era presidente del Premio Príncipe de Asturias y homenajeaba a Yasir Arafat. Asturias es un sitio bello y encantador. Y la familia que tenemos allí es espléndida».

Durante sus visitas a España suele perderse en el Museo del Prado, del que ella y su marido son patronos. Aunque siente «debilidad» por Barcelona. «Me encantan los museos catalanes, como el de Dalí y el de Miró, porque los considero divertidos y actuales, tiene un tamaño más humano», señala. Quizá su pasión por el arte surrealista tenga algo que ver en ello. «Colecciono dibujos y acuarelas cubistas y surrealistas. Mis finanzas no me permiten comprar óleos», confiesa entre risas.

A Marie Thérèse y su marido los une la pasión por el coleccionismo. Aunque cada uno tiene su particular repertorio. Ella junta arte popular y su marido, un defensor del medio ambiente, prefiere «atesorar» islas y paisajes que mantiene vírgenes. «Si él tuviera que participar en todo lo que yo hago, y yo en todo lo que él hace, no sé a qué hora tendríamos vidas», dice. Aunque Marie Thérèse colaboró en la compra de Espíritu Santo, una isla del tamaño de Manhattan enclavada en el mar de Cortés, en Baja California, que cedieron al Estado para su conservación. «Yo le ayudé con una obra de Juan Soriano donde figuran los nombres de todos los que hicieron posible ese proyecto».

Vips, icono pop

El dinero no ha cambiado sus gustos. «Es verdad que con dinero siempre es más fácil comprar mejores cosas, pero no necesitas mucho para ser un buen coleccionista. No entiendo a la gente que se gasta 50 millones de euros en una obra de arte, especialmente cuando se trata de una pieza contemporánea que está hecha a base de promoción y buenas galerías», dice. «Hoy comprar arte es un lujo, mucho más caro que antes», se lamenta. «Hay demasiada vanidad en ese mundo. No conozco a muchos coleccionistas que sean verdaderos conocedores de lo que están comprando. El mecenazgo ha dejado de existir», concluye. Aunque excluye a su marido y a su cuñado Plácido, «quienes tienen colecciones extremadamente bien pensadas y muy buscadas».

El tiempo apremia, se agota la hora de entrevista y es imposible no preguntarle si puede imaginar en un futuro los restaurantes Vips de su familia enaltecidos como las latas de sopa Campbell de Warhol. «Desde luego. Los Vips pueden considerarse un icono pop. ¿Por qué no? El arte ha bajado de las alturas exquisitas y hoy es la experiencia de lo cotidiano. Los Vips también son cultura».

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