Comadres, cotillas y comadrejas

Louella Parsons, Hedda Hopper y Sheilah Graham eran el «trío impío» del papel cuché

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Benjamin Franklin (1706-1790) fue el primer columnista de cotilleos americano. Se dedicaba a ello con dos de sus seudónimos. Uno, el de Alice Adertongue. Con este escribía historias escandalosas sobre miembros de la sociedad en el «Pennsylvania Gazette». Otro, el de Busy Body, cuyas cartas publicadas en «The American Weekly Mercury» eran puro chismorreo sobre hombres de negocios. Pero es verdad que Louella Parsons (1881-1972), aunque no olvidemos a Walter Winchell, se puede considerar la pionera del «gossip». Y de la vileza. Cuando supo de su muerte, la actriz Mamie Van Doren, a la que había hecho la vida imposible quitándole papeles y acusándola de prostituta, dijo: «Espero que alguien le clavara una estaca en el corazón». Joan Crawford fue a su entierro. Para comprobar que estaba muerta.

En un tiempo en que a las mujeres se las consideraba ciudadanas de segunda, el poder de Louella era enorme. Aparte de hundir reputaciones o favorecer carreras, podía conseguir que se prohibiera la proyección de «Ciudadano Kane» en 17 estados. Quería proteger a su jefe. La leyenda asegura que su ascenso tuvo que ver con estar en el barco adecuado en el tiro justo. En el «Oneida», yate de William Randolph Hearst en noviembre de 1924, como redactora del «New York Morning Telegraph». Era el cumpleaños del director Thomas Ince. Chaplin flirteaba con Marion Davies, novia de Hearst. Este se cabreó, cogió una pistola y disparó a Chaplin, pero mató a Ince. El cuerpo se incineró y un médico certificó una muerte natural. A partir de ese suceso, Parsons se convirtió en columnista de los periódicos de Hearst. Ella siempre negó haber estado allí. En «The Whole Truth and Nothing But», Hedda Hooper escribió que con el imperio Hearst detrás de ella Louella tenía el poder de Catalina la Grande.

Trío impío

A mediados de los años 30, Louis B. Mayer, para contrarrestar el poder de Louella, creó otra columnista. Y otro monstruo. Dio con una antigua actriz de 53 años que tenía una especie de «fashion police» en la radio y suministraba información de Hollywood a Louella a cambio de publicidad. Hedda Hopper (1890-1966) empezó en 1937 con su columna sindicada. Al publicar en «Los Angeles Time», su carrera se disparó. Odiaba a Kennedy, llevaba extravagantes sombreros y era casi tan cruel como Louella. Junto a Sheilah Graham, novia de Scott Fitgerald, formaban el llamado «Trío impío». Sheila, que empezó en 1935, era la menos bruja. En 1964, la revista «Time» escribió que Graham había desbancado a Hopper y Parsons al aparecer en 178 periódicos. Entonces, Hopper publicaba en cien, y Parsons, en 69. Ya no era Catalina de Rusia. Ni siquiera de Aragón.

El caso de Elsa Maxwell (1883-1963) es distinto. También tenía columna con Hearst, pero su carrera estaba diversificada. Cine , libros, radio, música, televisión, sus relaciones públicas, sus fiestas y la columna. Por las restricciones de Hearst, en 1942 se fue al «New York Post» . Cuando murió el magnate, su hijo la recontrató para toda la vida. Menos vitriólica que las otras, sí seguía el mismo principio: lo que en cualquiera es sosa intimidad, en un famoso es jugosa información. La menos conocida para nosotros es la más cercana, la francesa Carmen Tessier (1911-1980), que tenía una muy leída columna titulada «Los chismes de la comadre» en el «France Soir» desde los años 40 y durante casi 30. Su mala leche no llegaba ni siquiera a la de Elsa Maxwell, su modelo. Se suicidó en 1980 lanzándose desde un noveno.

Si el periodismo que no es literatura es cotilleo, al menos estas mujeres lo practicaban sin vergüenza.

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