Las clientas de Jaime Parladé despiden a su decorador y amigo
Dejó su genio en las mejores casas de España. Los March, Abelló... le recuerdan como un «Matisse de la decoración»
En «Alcuzcuz», la casa roja que se alza en el camino de Ronda, rodeada de cipreses y alcornoques y que mira al mar, aún resuenan los pasos y las bromas de Jaime Parladé, marqués de Apezteguía, su propietario. Pero solo es un eco. Esta semana ha fallecido Jaime, dejando aquí a un buen número de clientes, de colaboradores, de amigos... también a Janetta, su mujer y compañera desde hace 60 años. Todos ellos ahora están sumidos en el mayor de los vacíos.
Jaime Parladé era decorador, discípulo de decorador y maestro de decoradores. No realizó complicados estudios técnicos, pero contó con un bagaje rebosante de viajes, vivencias, amigos, casas maravillosas y de múltiples y variadas experiencias. Mezcla de andaluz y vasco, nació en San Sebastián en 1930, pero vivió su infancia y juventud en el Tánger cosmopolita de después de la guerra. Aquello le marcó artísticamente. Su padre quería que fuera abogado, pero él se salió por la tangente y se dedicó a ver mundo, curiosear y aprender.
Comenzó colaborando con Duarte Pinto Coelho en la decoración del Hotel Guadalmina y allí adquirió nombre. Le llovieron contratos, proyectos, clientes y amigos para toda la vida. Los Abelló, los March, los Rothschild o Julio Iglesias son tan solo una muestra de quienes le encargaron la decoración de sus casas.
Hace unos meses, Ediciones El Viso, publicó una recopilación de sus casas más importantes («Jaime Parladé: Decoración». Ana Domínguez Siemens y fotos de Ricardo Labougle y Derry Moore), un volumen en el que se retratan 27 de sus obras, antiguas y recientes, y en el que no duda en dedicar a Anna, Conchita y Helena este excepcional libro pues, se consideraba el mas afortunado del mundo, al contarlas entre sus amigas. Son las que mejor le conocieron, pues trabajaron, viajaron y compartieron casas con él. ¡Que sean ellas los que nos cuenten cómo era este gran decorador!
Anna Gamazo de Abelló. Fue una de sus grandes clientas y amigas y varias de sus residencias llevan su sello.
«Creo que he tenido el privilegio de hacer muchas casas con él, de convivir con él, de viajar con él y de escoger con él. Eso es un privilegio, por todo lo que me ha enseñado. ¿Qué te puedo decir de Jaime? Que era camaleónico, que se adaptaba a la clienta y a sus gustos, aunque no los compartiera del todo. Y aunque más tarde me diera por transformar su obra, nunca renegaba del resultado, ni negaba su autoría. Era un SEÑOR, así, con mayúsculas.
Creo que si tuviera que definir el lujo lo definiría como cualquiera de sus casas, pues tienen el mayor refinamiento que no se ve, pero lo notas;lo sientes en mil detalles. Todos los rincones de su casa son cómodos y acogedores. Era sencillo y estético, además de bueno, generoso, culto… lo sabía todo y le daba igual arreglar una choza en la playa, aprovechando muebles desvencijados, que hacer el proyecto de un gran palacio. Ponía la misma ilusión, nada era menos para él. Y los gremios con los que ha trabajado le adoraban, no se preocupaba porque a lo mejor le fueran a copiar. Daba todo, hasta ideas. Es que me parece oírle: “Yo voy, te lo miro, te ayudo, con muchísimo gusto…”
Estamos destrozados, como amigos y como clientes que hemos compartido con él tantos momentos increíbles».
MarÍa Pilar Aritio. Trabajó durante 30 años junto a Jaime, haciendo justo lo que él no quería porque le aburría muchísimo (claro que a ella también): llevar el papeleo y los números. Toda esa aridez compensaba con tal de trabajar junto a él.
«Le divertía su trabajo. Es que le espantaba aburrirse. Su modo de trabajo era bastante anárquico. No llevaba ninguna norma, improvisaba constantemente, siempre se le ocurrían cosas nuevas y había que plasmarlas. Seguirle era enfrentarse cada día a un reto nuevo, a una aventura nueva. Y al que no le gustara pues… él estaba por encima de todo esto. De sus casas (Carmona, «Tramores», «Alcuzcuz», la de Francia o la de la playa) todo el mundo decía que cuanto menos dinero tenia, mejor lo hacía. La casa que alquiló en la playa, en Río Verde, para no tener que subir a Tramores en verano por las noches, era preciosa. Y la hizo con cuatro duros. Mezclar era lo que mejor le salía. Él mismo se mezcló su parte tangerina popular con el british más sofisticado. Todas sus influencias se revelaban allí y mezclaba, colores, telas… Él decía que no tenía buen gusto, sino buen ojo».
Conchita de la Lastra de March. Otra de sus clientas y grandes amigas para las que trabajó en varias de sus casas. «Jaime Parlade era mi amigo del alma, aparte de un señor excepcional. Culto, con muchísimo mundo, entretenido y divertidísimo. Curioso de todo, ponía pasión en lo que hacía, siempre que le interesara el proyecto y, sobre todo, el cliente. Como profesional, su gusto era exquisito cruzando fronteras. Su sentido del color para mí era una de sus grandes cualidades. Fue el Matisse de la decoración. Le echaremos mucho de menos».
Eduardo Dorissa. Su delineante y arquitecto durante muchos años. «Coincidimos en 1980 haciendo una casa en Sotogrande, a la vez que hacía una preciosa casa en Marbella. Yo acababa de volver de Londres y comencé a trabajar con él. Hacía de todo en su estudio, planos, delineación, visitas a las obras... Me enseñó todo lo que sé de interiorismo y de construcción antigua. Sin ser pedante, era experto en las casas de campo típicas, tipo cortijo. Tenía un gusto espléndido, aprendido al haberse criado en casas buenas, en grandes construcciones. Viajó mucho y vio mucho.
No hay que desligarlo de Janetta, su mujer, su compañera, nueve años mayor que él y a la que quiso hasta el día de su muerte. La madre de Janetta perteneció al grupo Bloomsbury. Fue amiga de Virgina Woolf, de Francis Bacon, de Cocteau... Y, a través de ella, conoció a gente importante en todos los sentidos. Los dos eran cultos, amantes de la ópera, leían sin parar, viajaban a China o a India casi cada año, a casa de esos amigos que tenían por todo el mundo. De Jaime he aprendido hasta a tratar con los clientes. No se dejaba epatar por ellos, los elegía de algún modo, pues no estaba dispuesto a compartir tres años de su vida, como media que dura una obra, con alguien negativo y que le pudiera amargar. Pero tuvo a los mejores y más potentes de los clientes. Que se convirtieron en sus amigos.
Al principio vivían en Benahavis, en una casa más pequeña que se llamaba ‘‘Tramores’’. Pero con el mismo sello, era, como ‘‘Alcuzcuz’’, acogedora, cómoda, útil, con un gran salón y nunca comedor; a cambio contaban con una enorme cocina en la que se hacía la vida, pues les encantaba cocinar. Allí cenábamos todos, amigos, colaboradores y clientes. Era un matrimonio exquisito, sin ninguna ostentación y esto lo han transmitido. A Janetta le encantaban las plantas y la jardinería y no han dudado en traerse variedades de los países mas recónditos: nenúfares, tulipanes o franchipán que ahora crecen libres en su jardín».
Ana Abascal. «Creó una escuela y nunca se sometió a ninguna moda. Sabía mezclar lo popular con lo culto como nadie. Le encantaban los textiles, la cerámica... la porcelana algo menos, salvo la de Compañía de Indias. Ha sido una persona irrepetible, culta, viajera. Se ha recorrido el mundo y nos ha enseñado muchísimo. Tenía una memoria prodigiosa y un enorme sentido del humor. He tenido el lujo de trabajar con él, de viajar con él, de reírme con él. Ha comprado en mi tienda y en la de muchísimos anticuarios de todo el mundo que hoy también le lloran».