El lujo musulmán impera en los Campos Elíseos
La clientela de países islámicos en París encuentra su meca: tiendas con productos específicos para la mujer musulmana
Todo comenzó con una oscura tienda especializada en lencería sexy dirigida a las señoras y señoritas musulmanas que se instalaban con sus séquitos en los grandes hoteles próximos a los Campos Elíseos. Aquella primera boutique, a dos pasos del Arco del Triunfo, sigue siendo una referencia clásica y muy visitada por seguidoras del islam, quienes acuden al lugar siempre acompañadas por guardaespaldas que alejan de manera expeditiva a los curiosos que rondan por las inmediaciones.
A este establecimieto de ropa íntima le siguió la apertura de una cafetería donde se podía fumar cachimba aromatizada con los más selectos perfumes. Hoy, la calle Washington, la segunda a la izquierda si se baja desde el Arco del Triunfo hacia la plaza de la Concordia, es destino obligado para todo amante del narguile; es decir, «pipa para fumar muy usada por los orientales, compuesta por un largo tubo flexible, del recipiente en el que se quema el tabaco, y de un vaso lleno de agua perfumada, a través de la cual se aspira el humo».
Compras y cachimba
A la caída de la tarde, estas cafeterías de la calle Washington son el punto de encuentro de los musulmanes acomodados que, de paso por París, se chutan con un narguile o cachimba mientras las mujeres de la familia se van de compras por la zona. Una zona donde hasta ahora imperaban las firmas clásicas francesas que ofrecen a precio de oro perfumes, lencería, marroquinería y todo tipo de objetos para regalar.
Sin embargo, un negocio tan prometedor como el de la clienta musulmana no podía dejarse totalmente en manos del marketing occidental. Así que avispados empresarios han comenzado a instalarse en el corazón de los Campos Elíseos con tiendas que ofrecen productos más específicos del gusto particular de estas mujeres con elevado poder adquisitivo. No siempre se trata de bienes específicamente llegados de países en los que el islam es la religión dominante, sino de adaptar lo que hay en Europa. Asimismo, se están abriendo selectos espacios comerciales de marcas o franquicias bien conocidas por las musulmanas más «cosmopolitas» y adineradas. Nada de beateríos con velos negros. Velos, sí pero los justos.
En este terreno, y sobre todo en los Campos Elíseos e inmediaciones, los libaneses fueron los pioneros y hoy ocupan un espacio privilegiado. Además, son vendedores que hablan varias lenguas y dialectos de países musulmanes, sin olvidar los obligados inglés y el francés. Aunque las tiendas están abiertas a todo tipo de clientes, un eficaz servicio de vigilancia distingue bien entre un musulmán acomodado y un presunto turista murciano. Vigilantes y vendedores respetan con rigor la consigna de la discreción absoluta. «A las musulmanas bien les agrada estar entre ellas y sin sentirse observadas por los desconocidos», me comenta sin contemplaciones un miembro del equipo de seguridad, que me invita a seguir mi camino.
¿Y qué tienen de especial estas tiendas más allá de lo que ofrece el ecléctico lujo francés? Los establecimientos para musulmanas tienden a satisfacer una visión más o menos «cinematográfica» de lo «oriental», muy alejado del «polvoriento pobreterío (sic)» que se amontona en los suburbios parisinos.