El encontronazo de la duquesa con Oriana Fallaci

Cayetana Alba, embarazada de siete meses, discutió con la periodista en 1963

El encontronazo de la duquesa con Oriana Fallaci epa

rosa belmonte

El lugar común más repetido con la duquesa de Alba tiene su origen en la entrevista que Oriana Fallaci le hace en 1963. La periodista italiana se permitió en la introducción una hipérbole: «Su sangre es más azul que todas las sangres azules de la Tierra. Si ante la puerta de un ascensor se encontraran Isabel de Inglaterra y la duquesa de Alba, aquella debería cederle el paso». Una memez que cuajó y todavía se repite, tal que si fuera prima hermana del Privilegio del blanco. Una «sandez», según la duquesa , que se refiere en sus memorias a Fallaci de esta forma: «Una famosa periodista italiana de la que no me apetece siquiera mencionar su nombre». A Carmen Rigalt le dijo que era «una estúpida».

La de la duquesa forma parte de la serie de entrevistas «Los antipáticos». Entre ellos, Hitchcock, Magnani, Fellini, Ingrid Bergman y dos españoles más, Antonio Ordóñez y Jaime de Mora. Con Cayetana, la Fallaci empieza el texto retratándose. Se queja de los doce días que tuvo que esperar para que la recibieran en Liria. «Al fin fui admitida, porque había hecho saber a la duquesa que si tenía que esperar un día más, elegiría a otra duquesa y a ella la dejaría plantada». La florentina habría soltado una carcajada cósmica de leer a Janet Malcolm en «Ifigenia en Forest Hill»: «Los periodistas piden entrevistas como los mendigos piden limosnas, con una actitud nerviosa y reflexiva. Los periodistas, como los mendigos, deben estar preparados para el rechazo». Ya metida a preguntar, lo hace por los cuadros. «Nosotros los Alba, ¿sabe?, hemos crecido entre obras maestras». «¿Y no tiene miedo de que se las roben?». «¡Oh, no! Los españoles no roban. Los españoles son especiales en todo. Hasta en no robar». Años después se enteró de que sí robaban. Casada con Jesús Aguirre, decidió construir su casa de Ibiza y entre los muebles que envió había una mesa que le había pintado Jean Cocteau, gran amigo de la familia al que ella tenía mucho aprecio. Pero robaron en la casa, y, entre otras muchas cosas, se llevaron esa mesa.

Volviendo a Fallaci, esta le recuerda los cincuenta millones de pesetas en joyas que llevaba cuando se casó. «Tengo algunas joyas, patrimonio de la familia. Pero ignoro lo que pueden valer... ¡Oh! ¡Siempre hablando de dinero! Lo encuentro affreux, envilecedor, disgusting, odioso. Detesto el dinero…». El siguiente enganchón viene cuando la italiana le habla de Goya y su antepasada: «Según dicen, no era una santa». «¡Pobre mujer! Todo el mundo habla de ella para presentarla como una descocada...». Niega que fuera amante de Goya. «¡Nada lo prueba! ¡Ni siquiera una carta! Y, además, mon Dieu!, ¡una diferencia de cuarenta años o más! Él tenía ya setenta años cuando la conoció, y ella estaba entre los veinte y los treinta. ¡Qué horror!».

Con la maja desnuda se despacha a gusto: «La maja es pequeña y rechoncha. Se trata desde luego de una muchacha del campo. ¡No pretenderá compararla con la mujer alta y esbelta que ha visto en el otro salón!...». La duquesa llega a decir a Oriana Fallaci: «¿Por qué me mira de ese modo?». Y la italiana contesta que estaba pensando en el Gran Duque con el que se amenazaba a los niños. Fallaci sí que los habría asustado.

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