Del puerto a la playa
Ahora todos lloran el cierre de Los Pabellones. Calan los chiringuitos de luxe, como Kalabeach
Actualizado: GuardarTres cotilleos, chismes, chascarrillos o comentarios que no llegan a ser previsiones ni expectativas, mucho menos reflexiones, sobre distintos locales de la ciudad (o lo que sea) de Cádiz.
En primer lugar, me asombra que tanta gente lamente en público el cierre de Los Pabellones –la mítica tasca carnavalesca de la plaza que acoge el Ayuntamiento patrio– cuando jamás había puesto un pie allí, cuando se alejaba unos metros de forma instintiva al pasar ante sus particulares puertas.
La hipocresía de la muerte no sólo afecta a las personas («qué bueno era el cabrón de menganito»). También se ceba con los bares y comercios. Qué bueno era todo el mundo cuando echa la baraja por última vez. Asombroso.
Van a abrir otro negocio de hostelería en el mismo local pero a mí San Juan de Dios me sigue pareciendo territorio comanche para el consumidor lugareño medio (tribu social a la que pertenezco).
Los pobres turistas, allá ellos. No es cuestión de ir compartiendo opiniones con ellos, uno por uno, sin que la soliciten ni nada.
Segundo caso. Muy llamativos los nuevos chiringuitos de la Playa de la Victoria. No sólo por las ampliadas fechas de apertura, por la estética uniforme ni por la merienda de negros (perdón, afroamericanos) que fue la concesión. También por la oferta. El que ha abierto a la altura de Los Delfines (The Dolphins) tiene hasta Vega-Sicilia (con el que ver el atardecer), Moet&Chandon (me gusta para desayunar) y riesgos gastronómicos de altura en su amplia carta.
Me parece que su nombre oculta un homenaje cinéfilo: Kalabeach. Aunque igual es cosa mía y solo es un juego de palabras playero. Me llama la atención que cale tanto la estela de Nahú, en Cortadura. Me refiero a la tendencia a abrir restaurantes chic, chupis, chill-out o con cualquier otro apellido raro. Digo bares de luxe sobre la arena, más que chiringuitos. Son más cada verano. En otras zonas de España y el Orbe era habitual hace tiempo. Aquí, en la presunta capital de la periferia profunda, no. Aquí son cosa reciente.
Fuentes de la Familia Lucero (casi tan amplia como los Ruiz-Mateos pero más formales, sin ninguna sospecha de trincar) dicen que El Lucero del Muelle abre en cuestión de horas. Puede que incluso este último fin de semana de abril. Completamente reformado.
El otro día, con el científico método de poner las manos como visera en el cristal mientras esperaba el bus, comprobé que la obra está, festivamente, casi culminada. Mucha suerte a los participantes.
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