Las vistas de 180 Grados son distintas a las de cualquier chiringuito
Las vistas de 180 Grados son distintas a las de cualquier chiringuito
Gastronomía

Ritual novelero (estrenar lo de siempre)

Cada cual es dueño de sus ritos para estrenar sol y cerveza

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Si alguien prefiere hacer cola junto a otros seres humanos por un topolino gratis en Los Italianos de la calle Ancha de Cádiz (por el 75 aniversario de la tradicional heladería fija-discontinua) yo tengo derecho a rezar por la reapertura de un chiringuito que sólo cumple dos veranos. A saber: el anterior, que no existió, y el que viene, que no ha llegado y nos lo deben. Es decir, ninguno de los dos existe.

A otros les gusta ver y dejarse ver como descendientes pobres, encanallados, de las hermanas Sicur.

Yo prefiero pagar y estar en soledad o en compañía de muy pocos, de esos tan escasos que hasta en silencio contagian comodidad. Pero al sol. O al aire Un ritual no es mejor que otro.

Son distintos.

Hay muchas formas de celebrar que el invierno de mierda (todos lo son, en mayor o menor grado) ha llamado al cura chirigotero para pedir la extremaunción. De luto hipócrita, todos cambiamos la ropa de los armarios en la habitación contigua, muertos de risa. Cerca del fiambre. Sacando al aire camisetas, bermudas y chanclas. Unos con birra, otros con barquillo y chocolate.

Para mí, para algunos vecinos de mi aislado y polvoriento barrio, es mejor a mar abierto, frente a la Bahía cerrada. Nos quedamos con el ritual antiquísimo de la reapertura del chiringuito sin playa que se llama 180 Grados. Es el que está junto a la piscina de Astilleros, el que da al nuevo puente, el segundo y último, a toda su extensión.

Digo antiquísimo porque lo hemos concelebrado ya dos veces. En 2014 nació, fue un estreno agradable contra los elementos. En este 2015 hemos repetido y ya parece una tradición. En Cádiz, las cosas que te gustan dos veces seguidas ya se convierten en costumbre ancestral con meses de vida. Tenemos talento para el novelerío, para exagerar el entusiasmo ante lo más frívolo y accesorio.

Sospechamos que es más importante que lo serio.

Así que doy por muerto al frío, con sus muertos, cuando veo que Leandro (versión local de Ernesto Alterio) levanta las ventanas de su kiosco y anuncia su exquisita oferta pequeña, sus bandejitas de picoteo, sus ensaladas y raciones básicas pero deliciosas, su peticita carta de vino y cerveza.

A mí me va ese ritual porque cada cual elige el suyo.

Luego me alejo de la Bahía, viajo al otro confín, al Bebo los Vientos o al Arsenio Manila (que lo mismo es, para bien). Compruebo que en la otra punta del mundo, a miles de metros, en la opuesta fachada de la ciudad anoréxica, en la atlántica, también se ha inaugurado el mismo prodigio previsible y programado. Tras la segunda consagración, me levanto sin cambayá y me voy ufano. Empiezan los nueve meses anuales de primavera que me tocaron en la lotería geográfica del nacimiento.

Los mejores tres cuartos de año y de baño han empezado. Toca sacrificarse y salir a lucir los cuernos aunque no te gusten los caracoles (ascazo) venideros.

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