Carlos III, el Rey que nunca callaría

Una biógrafa asegura que el heredero del trono sería un monarca intervencionista

Carlos III, el Rey que nunca callaría afp

Luis Ventoso

A veces la realidad clava lo que antes ha fabulado la ficción. Desde abril, el teatro Almeida de Londres mantiene en escena la obra «King Charles III», aclamada por el público y los críticos. Se trata de una aproximación entre irreverente y cariñosa al perpetuo heredero de la corona británica, que cumplió en septiembre 66 años y aguarda, para completar su carrera, el deceso de su madre, de 88 años, salud de roble y cero ganas de abdicar.

El cartel de la obra de teatro, escrita por el agudo Michael Bartlett, muestra a Carlos vestido de gala y con dos tiras de esparadrapo tapándole la boca. La trama es descacharrante. La Reina ha muerto y Carlos acaba de ser coronado. Un mustio primer ministro laborista, llamado Tristón (trasunto del actual líder de la oposición, Ed Miliband) saca adelante en el Parlamento una ley para limitar la libertad de prensa y proteger la intimidad. Pero el nuevo Rey Charles III se niega a sancionarla, porque considera que la defensa de las libertades está por encima de cualquier consideración. Su negativa desata una enorme crisis constitucional. La trama es corrosiva. Ni siquiera falta Lady Di, que como en las obras de Shakespeare surge en forma de fantasma para susurrar tanto a Carlos como al Príncipe Guillermo que ambos serían el mejor Rey. Es notable que un país tan monárquico como Inglaterra celebre con alborozo semejante autopsia cómica de su monarquía, aunque lo cierto es que al final el retrato de Carlos es positivo.

Lo que plantea la comedia ha cobrado visos de realidad con la aparición de una nueva biografía, «Carlos, el corazón de un rey», obra de Catherine Mayer. La experiodista de la revista «Time» ha conversado con el Príncipe en sus mansiones de Inglaterra, Escocia y Gales, y asegura haber hablado además con cincuenta de sus amigos y empleados. Lo que emerge es que Carlos III sería un Rey «ni remotamente tan callado como su madre», intervencionista. Ya en el trono, el nuevo monarca querría seguir expresando sus opiniones sobre asuntos que defiende con pasión desde hace años, como el cambio climático, las ventajas de la agricultura orgánica y la homeopatía, o su veterana cruzada para preservar la arquitectura tradicional inglesa.

Aunque debido a la edad de la Reina el Príncipe ha ido asumiendo algunos de sus compromisos, como representarla en las cumbres de la Commonwealth, la biografía sostiene que ese rol no le es grato, que prefiere dedicarse a sus propias causas. Lo cierto es que algunas funcionan: diez de las onegés del Príncipe recaudaron el año pasado 164 millones de euros.

El libro asegura que el Rey Carlos tiene ya una estrategia preparada para llevar a cabo en sus primeros seis meses en el trono. Sabe que la primera impresión es la que queda fijada en el corazón del pueblo. Además, Carlos es muy consciente de que su reinado será corto, a diferencia del de su madre, que se ciñó la corona a los 25 años.

Un Carlos intervencionista podría meterse en un jardín constitucional, por incumplir el mandato de neutralidad, que su madre ha observado a rajatabla. La vieja Reina sabe que la gloria de la monarquía se llama sobre todo historia, buen ejemplo y hablar poco para no meter la pata. Precisamente estos días, la Alta Corte británica debe decidir si permite o no que se publiquen 27 cartas manuscritas que envío Carlos durante ocho meses a distintos departamentos gubernamentales expresando sus puntos de vista; se sobreentiende que no precisamente para felicitar al Gobierno.

En Reino Unido ha levantado polémica un pasaje en el que se asegura que el Rey Carlos cambiaría el sistema de honores británico, que según sus palabras en la obra «distingue a gente equivocada por razones equivocadas». La reforma incluiría, por ejemplo, la supresión de la Orden del Imperio británico, pues carecería sentido toda vez que tal imperio ya no existe. Clarence House, la oficina del Príncipe, lo ha desmentido.

Catherine Mayer no es siempre amable. El Príncipe Carlos, según su retrato, es un mal gestor de recursos humanos. El personal, aunque le llama «El Jefe», el mismo mote de Bruce Springsteen, lo ve «inseguro» y se muestra «desilusionado». Al parecer, el Príncipe no define roles claros a sus empleados y fomenta las rivalidades entre ellos, pues considera que contribuyen a que trabajen mejor. La conclusión sería que Carlos ha preferido elegir a gente que le adula en lugar de la que podría haberle dicho la verdad.

Entre los amigos íntimos que opinan, aparece la actriz Emma Thompson, que apunta a que arrastra «un sentimiento de culpa por su alta cuna». Aunque vive entre el lujo propio de su alcurnia, es un hombre obsesionado por no desperdiciar comida y que ha llegado a reciclar el agua de un baño llevándola en cubos para regar el jardín.

«The Times» , que publicará la biografía por entregas, publicó ayer una encuesta en la que un 45% de los británicos creen que Carlos sería un buen Rey (29% dicen que no). El 55% apoyan que cuando ocupe el trono siga hablando claramente de las causas que le interesan. Sobre qué figuras ayudan más a la reputación de la monarquía inglesa, Carlos aparece de quinto, incluso por detrás de su revoltoso hijo Enrique y del mofletudo bebé Jorge. El más valorado es el Príncipe Guillermo, seguido por su mujer.

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