Fuera de sitio
Todo se puede hacer en una cama
«Cuando tenía pareja, el mejor momento del día era cuando él se iba por la mañana y me quedaba sola en la cama. Esa sensación de buscar el frío en las sábanas, esos pensamientos, ese placer..»
Yo prefiero dormir sola. Recuerdo cuando aún vivía en casa de mis padres, mi hermano pequeño se escapaba a mi cuarto. Una noche, me dijo: «Si te tengo aquí al lado, duermo mejor, estoy más tranquilo». Es bonito y lo entendí, pero yo nunca he sido así.
Cuando tenía pareja, el mejor momento del día era cuando él se iba por la mañana y me quedaba sola en la cama. Esa sensación de buscar el frío en las sábanas, esos pensamientos, ese placer me reviene aún. Mi cama son mis dominios, ahí hago muchas cosas: amo, leo, trabajo, sueño. Me desespero . Puedo dormir acompañada sin ningún problema, de hecho, si me pilla en otra casa duermo igual de bien, pero ese gusto de estirar las piernas y los brazos y que la cama entera sea para mí, eso no sé cómo contarlo.
A menudo escribo en mi cama. En ella tecleo esta columna , cubierta con mi edredón y me pregunto qué haría si en casa tuviera una bañera, si me metería en ella como he leído que a veces hace Juan Tallón. Agatha Christie era otra que también escribía ahí acostada y, además, mientras lo hacía, comía manzanas compulsivamente.
A esa escuela de escritores tumbados pertenecían Proust, Valle-Inclán y Capote. El autor de 'A sangre fría' presumía de ser incapaz de pensar ni imaginar nada de pie ni sentado. En ese lugar entre la creatividad y la pereza encontraban ellos su literatura. Remoloneaban sus historias en ese tiempo que parece perdido, entre esas horas de holgazanería. En ese placer culpable, en ese privilegio de no tener que levantarte del colchón en todo el día.
Algunos, como Onetti, llevaban al extremo su condición de escritores perezosos. El uruguayo vivía en su cama. Ahí recibía a los amigos, comía, bebía… Su hombro derecho se deformó porque siempre escribía apoyado sobre él. Dicen que era tan raro verlo de pie que cuando se levantaba, su perro se asustaba y, muy preocupado por su dueño, le empujaba hacia el catre. Cuando murió, una amiga aclaró que lo suyo había sido auténtica vagancia, nada que ver con la inspiración. Vivió tumbado porque era una genio de la pereza .
Me gusta escribir en la cama aunque, si tengo que elegir, prefiero dormir. Dormir sola, desvelarme y buscar la otra almohada , tumbada en diagonal porque es toda para mí. Mi lado es el derecho, el izquierdo si la miras de frente. Así, cuando tengo compañía, puede escuchar mi corazón.