Fuera de sitio
Si te llaman maricón
«Esa prudencia que se demanda con el caso de A Coruña desprende hedor a homofobia y no hay excusa que valga para taparse la nariz»
Han asesinado a un joven de 24 años al grito de «maricón» y parece que su muerte importa menos que demostrar que lo mataron por otros motivos. Más que cautela, hay ahí empeño en negar que en este país la homofobia aún está en las calles , en las casas, en las familias y en las instituciones. Ese odio al colectivo LGTBI sigue ahí, entre nosotros, aunque algunos no lo quieran ver. La ceguera, esa negación, es el refugio cobarde del privilegiado , del que solo es capaz de ver el mundo desde su torre de marfil.
Quizá la agresión a Samuel Luiz empezó por un malentendido con el móvil, pero la espiral de violencia que lo mató se despertó porque era 'maricón'. Tienen razón los que escriben esas pancartas: «Lo que te llamen mientras te matan importa». Claro que importa si te llaman «judío de mierda»; «español cabrón»; «moro asqueroso»; «puto catalán»; «panchito, sudaca…» mientras te asesinan a golpes. Son palabras que despejan el humo tras el que se esconden las cloacas de nuestra sociedad . La pregunta es por qué, justamente, da igual que te llamen «maricón»; por qué esa palabra es blanca.
Si te llaman «maricón», importa siempre. Incluso cuando no te matan.
El asesinato de Samuel Luiz se ha comparado con otros sobre los que nadie dudó del móvil de odio. Se ha recordado el quórum que en esos casos hubo desde el primer momento, cómo nadie pidió cautela. Esa prudencia que se demanda con el caso de A Coruña desprende hedor a homofobia y no hay excusa que valga para taparse la nariz.
Con el asesinato de Samuel Luiz se han rescatado titulares recientes de agresiones a personas LGTBI en este país. En su momento se perdieron entre el vértigo de la actualidad y porque preferimos creer que en España ya nadie golpea ni insulta a un «maricón, una bollera o un travelo» . El típico, «exagerada, no vivimos en Irán». Esos titulares recopilados, vistos ahora, son una fotografía panorámica de la realidad en la que ellos viven, en la que vivimos todos para nuestra vergüenza, aunque no la suframos de forma directa.
Los detenidos hasta el momento por el asesinato de Samuel Luis tienen entre 20 y 25 años. Al menos para mí, eso lo empeora todo. Estaba convencida de que las nuevas generaciones eran diferentes, que habían interiorizado por fin lo distinto desde la naturalidad. Mi miopía, soy consciente, nace de la burbuja en la que vivo. El odio sigue ahí y no importa la edad. Ese odio se mama, te lo inoculan en tu entorno, en tu familia y en el discurso irresponsable de apuntar al colectivo LGTBI como un 'lobby' al que combatir.
Ese discurso es intolerable y peligroso en un país demócrata, en un Estado de Derecho. La tasa de contagio de ese odio es muy alta. Nuestras instituciones deben velar por que no se propague . Ocurre en otros países de Europa, en Hungría una nueva ley sitúa la homosexualidad al mismo nivel que la pedofilia. Mientras muchos defienden al gobierno de Viktor Orbán amparándose en la protección a la infancia, la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, ya los ha amenazado con recortar en miles de millones las ayudas europeas si no paran «esa desgracia».
Como mujer heterosexual es imposible que sepa cómo es la vida de las personas LGTBI; para saberlo, tengo que escucharlas. Me cuentan sus miedos y las escucho sin ambages, sin peros, sin excusas. Muchos de mis grandes amores son gays, personas con las que comparto días e intimidad. Cuando escucho palabras de odio contra ellos, insultos o chistes de mierda, me siento agredida. No lo tolero, no lo he tolerado nunca, ni siquiera a gente muy cercana a mí, acostumbrada a hablar de ellos desde el desprecio. Siempre la he parado y siempre, siempre, me ha reprochado mi falta de sentido del humor. El recurso de muchos, ampararse en el chiste para llamar «mariconazo» al dependiente de la tienda de la esquina . Las risas y el silencio alimentan ese odio atávico. Ellos son los cómplices de toda esa basura, los que la dejan pasar.