Fuera de sitio
La mentira es golosa
«Todos queremos que nos lean. Es demasiado fácil caer en ese miedo, pero también es verdad que esa ambición es ruidosa»
Vamos a hablar de periodismo. A los periodistas nos encanta hablar de periodismo, solemos sentar cátedra como si no fuera tan fácil equivocarnos. Es lo que tiene hacer algo, el error siempre está más cerca de ti. La práctica durante tantos años de tu profesión te enseña que es muy, muy fácil fracasar. El fracaso siempre está ahí, a tu lado, expectante. Me he equivocado muchas veces y de eso he aprendido; también de las derrotas de mis compañeros, que han sido muchos y muy buenos.
La mentira es golosa. Es fácil caer en su tentación. En 2003, The New York Times dedicó cuatro páginas a la investigación interna que tuvieron que hacer a uno de sus redactores, Jason Blair. Habían publicado más de 30 artículos firmados por él que, como se demostró, eran falsos o copiados a otros medios menores. Blair, a sus 26 años, consiguió así convertirse en una jovencísima promesa de esa redacción. En una estrella, en una supernova del periodismo.
Pronto, unos cinco años después de empezar a escribir en el NYT, empezó a levantar sospechas. Era muy raro que siempre tuviera la historia perfecta, los testimonios perfectos. Todo lo ‘picó’ desde su pisito en Nueva York, no se molestaba ni en levantar el teléfono. Hasta que se pasó de listo, lo pillaron y el prestigiosísimo diario tuvo que entonar el mea culpa.
En una carta a los lectores sin precedentes, el periódico explicó (entre otras cosas) que Blair también era producto de un sistema venenoso en el que había entrado la empresa en esos últimos años. Llevaba tiempo despidiendo a periodistas, recortando en talento, y eso había hecho que los que quedaban allí tuvieran tal grado de presión que los filtros y la constatación de fuentes se devaluaron. Lo importante, como reconoció entonces el NYT, era salvar el culo llevando las mejores historias posibles. Y ahí, con tanta presión y peligro, la posibilidad de error se maximizaba.
En septiembre de 1980, el Washington Post publicó en su portada 'El mundo de Jimmy', un reportaje sobre un niño de ocho años adicto a la heroína. En el texto se detallaba cómo era la vida del crío en un barrio marginal y cómo su padrastro le inyecta la droga en el brazo. La periodista que lo escribió ganó el Pulitzer. Cuando los servicios sociales no consiguieron localizar al niño, se descubrió que no existía y saltó el escándalo.
El Washington Post investigó a la redactora, que acabó por confesar que se lo había inventado todo. Devolvió el Pulitzer y se justificó diciendo que había estado sometida a mucha presión para publicar buenas historias. García Márquez le dedicó un artículo en el que aseguró con guasa que no había sido justo que le dieran ese premio periodístico, pero sería una injusticia mayor que no le dieran el de literatura.
Todos queremos que nos lean. Es demasiado fácil caer en ese miedo, pero también es verdad que esa ambición es ruidosa. Cuando la sientes, zumba dentro de ti, eso debería bastar como alarma. Saber que cuanto más fuerte la escuches, más fácil será que acabes fantaseando con niños heroinómanos o con mujeres que inventan suicidios.