Lola Sampedro - Fuera de sitio
Te cagas encima
A menudo se nos oculta que el parto es el momento más escatológico de nuestras vidas
Siempre supe que las cigüeñas no vienen de París. Nadie me lo explicó, pero me bastaba ver a mis abuelas, a mi madre y a mis tías para entender que el ser humano sale de las entrañas de la mujer. También sabía que parir duele , mi madre me contó muchas veces cómo fue sacarme a mí. Hay dolor, pero no tanto, me decía, se te olvida en seguida, en cuanto tienes a tu bebé en tus brazos. Y tenía razón, se te olvida y por eso muchas repetimos y tenemos más, gracias a la extraordinaria capacidad del olvido. Lo que no sabía yo es que, además, nos cagamos encima .
Se me había olvidado todo. También que cuando expulsé a mis dos hijos de mi interior me cagué encima. Con el primero, en el expulsivo, la comadrona me dijo, aprieta más fuerte, con todas tus ganas, como si estuvieras cagando. Recuerdo que me sorprendió, a pesar de todo el éxtasis del momento, de toda esa adrenalina que chorrean tus poros cuando estás pariendo. Me sorprendió, algo en mí se alteró y por un segundo, desnuda y frágil, sentí pudor . Luego no me quedó más remedio, o apretaba así o el ser humano diminuto que había en mí no saldría. Tenía que cagarlo, esa era la cuestión, esa era la escena que yo nunca imaginé que viviría.
A menudo se nos oculta que el parto es el momento más escatológico de nuestras vidas . Lo es, es salvaje, huele mal, vomitas, aúllas con cada apretón, como si tuvieras retortijones porque un gran zurullo seco se te hubiera enquistado en mitad del recto. Y luego, por fin, la serenidad, esa paz, esa felicidad estratosférica de ver a tu bebé perfecto fuera de ti, entre tus brazos. Haces magia aunque te cagues.
Yo no sabía que nos cagamos encima, como digo, lo descubrí con asombro y luego se me olvidó. Lo recordé el otro día cuando vi la película «Fragmentos de una mujer» . Cuenta la historia de un parto en casa, un parto que dura 20 minutos en un plano secuencia desasosegante y terroríficamente humano. Para ser primeriza, poco tiempo me parece esa casi media hora, pero lo acepto, porque al final es cine y la actriz está extraordinaria. Mientras se retuerce, ella mira enamorada al padre de la criatura en lugar de con odio profundo; se tocan con cariño y no le suelta la coz que a muchas nos sale de dentro cuando sentimos ese miedo atroz, cuando nuestro cuerpo va por libre y tememos, porque parece imposible, no ser capaces de sacar a nuestro hijo. En un momento determinado de ese plano secuencia, ella se mete en la bañera y, aún con ojos de enamorada, le dice: “Ay, me voy a cagar encima”. Ahí recordé a mi comadrona, y a mí dándolo todo. Sacándolo todo.
La película abre el melón del debate de los partos en casa . En 2021 todavía hay mujeres que prefieren parir lejos del hospital, igual que muchas acaban de descubrir las compresas y los pañales de tela. Eso último lo puedo comprender, allá cada una con lo que quiera restregar en la pica. El riesgo de dar a luz en el hogar ni lo entiendo ni lo apoyo. Defiendo la libertad de poder elegir entre un parto natural o la epidural y mi solidaridad está con las que tienen que pasar por una cesárea. Exijo que nos informen para poder escoger lo que realmente deseamos y podemos, pero siempre en un hospital, cerca de todos los avances que como sociedad hemos conseguido. Ese peligro gratuito del parto en casa es tan solo involución, un riesgo innecesario.
Vuelvo a la película que, a pesar de todo, me estrujó el estómago. Ahí vemos a una mujer que, aunque chilla poco en el parto, acaba gritándose a sí misma. Se descose de su tragedia y de su propia madre. A veces esa es nuestra única forma de encontrarnos, de reinvindicarnos , rasgarnos a nosotras mismas.
Mis hijos también olían a manzanas cuando los parí. Y grité, grité como una ballena cuando los expulsé: «¡Me arrepiento, me arrepiento!». Con los dos.
