Fuera de sitio
La boca de Francisco Umbral
«Es eso la genuina genialidad, poder condensar en tan pocas palabras un sentimiento universal, ese que debe ser perder a un hijo»
El hombre que mejor me ha besado en mi vida tenía la misma boca que Francisco Umbral. Para darme cuenta, tuve que ver ‘Anatomía de un dandy’, el documental de Filmin. De repente, me encontré fijándome solo en los labios de ese hombre que me recordaban tanto al mío. La boca de Umbral era fina, carnosa, bonita y bien dibujada, tenía esa pequeña protuberancia redonda justo debajo del arco de cupido. Una bolita tierna con la que todos nacemos y que en la mayoría desaparece pronto a medida que crecemos. Umbral la tenía y el chico que me besaba así de bien, también.
No solía reírse, pero su boca siempre estaba a punto de una sonrisa . Umbral era alto, sostienen que elegante, un dandy, pero yo cuando lo miro creo que el gran atractivo de su belleza era su boca. Su escritura, obviamente, lo maximizaba todo. Ahí radica la erótica del poder intelectual, tan poderosa, la que a menudo se escapa de cuestiones físicas. El cuerpo te da igual cuando una mente te enamora.
El documental, lo confieso, me ha descubierto a alguien a quien yo apenas conocía. Mentiría si dijera que lo he leído a rabiar. Mi acercamiento hacia él es tan solo un puñado de columnas que siempre leí desde la distancia que sin ser consciente siempre me puse. Error, voy a leerlo como se merece. Quiero leerlo sobre todo por algo, por una confesión muy concreta que paralizó mi corazón: «Viví los cinco años que vivió mi hijo, el resto ha sido solo caos y crueldad». Escribo la frase de memoria, quizá fue algo distinta, pero por ahí va. Solo por eso me impaciento por leer ‘Mortal y rosa’, ignorante de mí, quiero más de esa reflexión genial. Porque es eso la genuina genialidad, poder condensar en tan pocas palabras un sentimiento universal, el dolor que adivinamos común, ese que debe ser perder a un hijo.
En el documental a ese hijo apenas se le nombra. Le llamaban Pincho, pero María España, su mujer, se refiere a él siempre como 'el niño'. A menudo las palabras nos evitan más dolor. Enseñan fotos y vídeos caseros, nos cuentan lo mucho que Umbral quería a su hijo, cómo le cambió la percepción del mundo... pero lo llaman 'el niño'. «Cuando el niño murió»; «el niño era su vida»; «jugaba con el niño»; «al final, supongo que se acordó del niño». Y esa referencia, así dicha, te violenta. Al menos a mí. Acabas de ver a ese crío en fotos, guapísimo, con esos ojos enormes y su flequillo lacio de niño bien. Lo acabas de escuchar en audios y en todo momento tuve la sensación de que nadie quería recordar su nombre porque dolía demasiado.
No se me ocurre nada peor que sobrevivir a un hijo. Yo, que siempre deseo con todas mis fuerzas la inmortalidad (nada me da más miedo que morir), me congelo cuando pienso en eso, en la pérdida prematura de los míos. No hay apósito que tape esa herida, no puedo imaginar consuelo a ese dolor.
Recuerdo a mi amiga Esperanza, de la adolescencia, que perdió a su hermano mayor demasiado pronto. Se llamaba Nando. Esa fue la primera vez que me acerqué a la muerte, cuando ella, con sus pocos comentarios, me lo contaba. Tendríamos unos 14 ó 15 años; recuerdo que era Primero de BUP. Hubo de todo, en el declive de ese chico hermoso, joven, risueño, la familia entera se redujo a eso. Llegaron a esa casa varias terapias, lo que fuera, porque mientras vives la enfermedad el peor enemigo que tienes es la esperanza. Si enfermo, espero obligarme a mí misma a no esperar nada. Su hermano se murió y muchos años después ella aún, solo de vez en cuando, hablaba de él, como de un superhéroe, con todo ese amor enorme y deformado. Y de su tupé y de su moto fantástica que luego condujo la novia que tuvo. Qué guapa era Esperanza y es, mi amiga del pasado. Qué bien se le da sufrir, con toda esa dignidad siempre. Qué bien me viene todo lo poquito que me contó. Que me enseñó.
Umbral tenía unos labios perfectos y dicen que era un hombre tierno. Le superó, quizá, no lo tengo claro, el personaje fantástico que él creó. Y aún hablamos del gran columnista, del gran escritor incluso mucho después de muerto, justo lo que intuyo que él anhelaba. Ahí radica el genio, ahí lo tenemos incluso con sus matices. Permanece así, aunque yo solo me fije en esa boca preciosa que una vez me besó.