¿Qué harías si te dijeran que te quedan pocos meses de vida?
Me he hecho tantas veces esa pregunta que sé exactamente lo que haría: nada. Igual que todos mis muertos, ninguno hizo nada. No se tiraron de un puente, ni se fueron al desierto del Kalahari ni se metieron un chute de heroína
El titular de esta columna es una de las preguntas peregrinas que de tanto en tanto me hago. Pensar en la enfermedad y la propia muerte como recreación es uno de esos placeres sadomasoquistas en los que muchos caemos. Un existencialismo ligero y goloso que nos permite mentirnos; creer que justo antes de la muerte nos convertiremos en alguien más libre y audaz.
Sobre esa pregunta pseudotrascendental se han rodado películas y escrito muchos libros. La mayoría, como digo, cae en esa gran ilusión. Algunos nos hablan de exprimir esos últimos días viajando, tirándote de paracaídas o incluso de una entrega sin freno a las drogas duras y el alcohol. Otros, los peores, nos cuentan la insistencia del protagonista en rememorar su pasado y en perder el poco tiempo que le queda grabando cintas de video y escribiendo cientos de cartas que dejará a su familia, con la esperanza de que su palabra aún influya en sus vidas. Como si el solo recuerdo, el amor que siempre perdura cuando has querido tanto, no fuera suficiente. Sentimentalismo gratuito, innecesario y ficticio .
Me he hecho tantas veces esa pregunta que sé exactamente lo que haría: nada . Igual que todos mis muertos, ninguno hizo nada. No se tiraron de un puente, ni se fueron al desierto del Kalahari ni se metieron un chute de heroína. Todos se quedaron en su casa, con sus familias y amigos, viviendo sobre todo el presente y a veces, solo a veces, se reencontraron de forma fugaz con gente de su pasado.
Sin dramas, suele pasar que cuando te enteras de que un antiguo amigo va a morir, de repente quieres verlo por última vez. El encuentro podría ser patético, tiene todos los ingredientes para serlo: dos extraños ante la muerte de uno de ellos . Sin embargo, las veces que he podido vivir uno, han sido siempre minutos bonitos, relajados y sorprendentemente normales. La normalidad como el auténtico y único deseo, sea lo que sea eso.
No haría nada . Igual que ellos, mis muertos, me quedaría en casa con los míos. No me entregaría al pasado, los recuerdos me parecen una pérdida de tiempo y la nostalgia me da repelús. Me centraría, lo sé perfectamente, en el presente. Y cuando el miedo se instalara en mis entrañas, sé que me dolería ese futuro que me perdería. La única herida que me llevaría a la tumba es esa vida sin mí.
Ninguno de los libros y películas que han tratado esa pregunta han sabido respondérmela, nunca me he visto reflejada en ellos. Sin embargo, el pasado 21 de julio el periodista Jack Thomas escribió un artículo extraordinario en The Boston Globe titulado: ‘Acabo de saber que me quedan meses de vida. Esto es lo que quiero decir’. Y añade en el subtítulo lo que será la tesis del cuerpo del texto: «Escribir esta historia (‘Write this story’)».
El artículo de Thomas es conmovedor precisamente por eso, porque huye de sentimentalismos y escapa de la pegajosa nostalgia. A través del humor, se cuenta a sí mismo. Cuenta quién es él, cómo es su familia y también cómo en el periodismo «la muerte es un trabajo de jornada completa». De una forma u otra, dice, siempre ha tenido que escribirla o informar sobre ella. Y ahora se muere, es irreversible. De joven se hacía esa pregunta y por fin sabe la respuesta: se muere y no va a hacer nada. Solo lo único que sabe hacer, lo que siempre ha hecho: escribir la historia .