Fuera de sitio
Dulceida y la banalidad del dolor
«Mi pero viene cuando todo tiene un tufo a marketing. La famosa marca personal. No puede ser que se ponga de moda algo tan importante, la ansiedad, la angustia, ese dolor»
Cuando estudié el master en periodismo de la universidad de Barcelona (BCN_NYC), de eso hace como un millón de años, mi profesor de reportaje, Juanjo Caballero, nos dijo un día que cualquier cosa podía ser un tema . Nos explicó, puedes escribir algo genial sobre un garbanzo. Recuerdo aún sus palabras como si fuera ayer. Un garbanzo, Lola.
Llevo toda mi carrera profesional intentando escribir sobre garbanzos. Lo intento tanto y tan a menudo que me he acabado contando (casi, siempre casi) entera. Hay que ser muy genial para escribir sobre garbanzos y que la gente te quiera leer. Que te lean hasta el final. De hecho, tenemos a gente como Juan Tallón, con la virtud de hacer interesante el mínimo detalle. No sé vosotros, yo cuando lo leo me muero de la rabia. Ese detalle que siempre se me escapa porque tanta pereza me da.
Escribo estas líneas siempre solo con ese objetivo, que te metas aquí y quieras llegar a mi punto final. Aunque no te guste, aunque detestes lo que te digo, ya me va bien. Termíname .
Los garbanzos además son un símbolo para mí. Cuando era pequeña se me daban fatal las matemáticas y mis mejores recuerdos son en la cocina de mi casa con mi madre explicándome cómo multiplicar y dividir con garbanzos sobre aquella mesa . Se esmeraba tanto que quería entenderla, pero no. Tuvieron que pasar muchos años para que yo aprendiera que sumar dos más dos más dos es igual a dos multiplicado por tres. Lo digo y aún me da vergüenza, pero así fue. Y al final, esa es la verdad, lo comprendí gracias a unos garbanzos.
Luego en el instituto, como yo quería ser muy inteligente, lo anhelaba con todas mis células, hice ciencias puras. Eso es, en la época de BUP y COU, Mates I, Biología, Física y Química. Vamos a ver, estudié los solidos-rígidos, con eso es suficiente para entender el disparate. Que yo eligiera eso es síntoma inequívoco de la orientación de mierda que teníamos entonces. Yo soy de letras, sin duda alguna, tuve que aprender a multiplicar y dividir con garbanzos, por el amor de dios. Aún así, como lo único que me importaba era sentirme inteligente (otra cosa es serlo), elegí ciencias puras. La opción A-B. Menos mal que en el resto de asignaturas lo hacía bien y fácil. Sorprendentemente, pude elegir.
Os hablo de garbanzos porque puedo escribir y que me leáis. Y encima, puedo opinar. Detesto escribir sin opinar, ya lo dije, eso es de cobardes. Así que hoy voy a opinar de eso que está pasando en las redes sociales con influencers con millones de seguidores. Les ha dado por publicar que necesitan desconectar durante un tiempo. Dulceida , la más grande entre ellos, lo dijo hace unos días. Antes lo hicieron otras que, aunque sean muy seguidas, ni se acercan a esa audiencia que tiene la mayor influencer de España. A mí, así, a bote pronto, me parece bien. Normalizar la ansiedad y la fragilidad estará bien siempre, pero…
Mi pero viene cuando todo tiene un tufo a marketing . La famosa marca personal. No puede ser que se ponga de moda algo tan importante, la ansiedad, la angustia, ese dolor. Sobre todo, porque luego desaparecen dos días y vuelven como si nada (solo hay que ver a Laura Escanes, su desintoxicación de redes ha durado un suspiro). Hay que hablar sobre eso, pero banalizarlo es otra cosa, muy diferente. Entiendo que tener esa profesión debe ser terrible, tan expuesta. Yo me expongo solo un poquito y a veces, desde mi pequeño perfil en Instagram, me entran ganas de cerrarlo todo. Estoy super enganchada, claro, pero la banalidad sobre algo que supone tanto sufrimiento para tanta gente, eso no está bien.
Yo he venido aquí a hablar de garbanzos y al final, como siempre, me lio, me lio… Y por una vez, sin que sirva de precedente, puedo aprovechar este cachito mío para decir: Hoy he comprado un kilo de garbanzos. Gracias por leerme.