«Cositas» que solo suceden en Euskadi
Píntate una… sonrisa. De cómo seis veinteañeros pueden conectar en tiempo récord
Han pasado cinco años –que se dice pronto– desde aquel inolvidable viaje a Toronto . Después de todo, Maru ha conseguido que vengamos a las fiestas de Bilbao –y, lo que tiene más mérito: por fin nosotras nos hemos enterado de cuándo son las fiestas–.
Bilbo-bus, bilbo-farmacia, bilbo-pulsera… Cris y Sara están convencidas de que en esta ciudad son algo egocéntricos . Y no es para menos. ¡Hasta los cubos de basura tienen una «B» que especifica sus raíces!
De forma más o menos meditada, decidimos pasar la primera noche pateándonos el lugar. El cansancio acumulado no me impide responder con una carcajada limpia a los comentarios más ocurrentes de estas dos getafenses. En la ciudad del BBVA, del Guggenheim o del San Mamés sus mentes son capaces de localizar los rincones más insólitos y nombrar una a una las locuras que serían capaces de hacer en ellos. Imaginación no les falta, desde luego.
Dos chicos de Donosti se cruzan en nuestro camino y nos invitan a la ciudad vecina, guiándonos hasta el monte Igueldo , ese que –cuentan– ofrece una de las vistas aéreas más emblemáticas de la Bahía de la Concha. Para mi sorpresa, un hombre detiene nuestro coche en el camino y nos cobra por subir a la cima. «¿Es que aquí hay que pagar por todo?», comenta Sara (aunque en realidad lo estamos pensando todas). Una vez arriba no necesito más de veinte segundos para constatar que he invertido muy bien mi dinero.
Nos sentamos a tomar algo en un bar. Miro el servilletero, y el típico «Gracias por su visita» en Euskadi muta para convertirse en un « Eskerrik asko etortzeagatik ». «¡Qué complicados son estos vascos!», pienso para mis adentros. Pero eso no quita que esté ansiosa por recibir un cursillo «exprés» con insultos y frases románticas en esta singular lengua, algo así como un kit básico de supervivencia.
Ya en castellano, cada uno empieza a relatar algunas pinceladas de su vida . De seis vidas tan diferentes como anecdóticas. Estados indescifrables de Whatsapp, fotos más que criticables de Instagram, ex parejas que no se van del todo y hasta una niña que hace de vientre donde pilla. Por un momento tengo la sensación de que nos conocimos hace una eternidad . Un paseo por una de las mejores playas de España, un palo con el que fotografiarla, nocilla en grandes dosis y esa reflexión que jamás pasa de moda: «¡Por qué viviremos a tanta distancia!»
El fin de semana se me antoja breve, casi efímero. Pero puedo decir que Dani Rovira estaba en lo cierto: Euskadi tiene un color especial. Demostró ser un lugar donde completos desconocidos están dispuestos a partir la cara al primero que moleste y donde las mejores canciones son las de toda la vida . «Baila, que ritmo te sobra…»
Regresamos a Madrid y, contra todo pronóstico, Cris lamenta que aquí no haya «bilbo-cosas». Cada uno sigue su camino: el periódico, la tienda de Zara o un avión con destino Alemania. ¿Que si volveremos a vernos? Confío en que sí. Y más vale que no tengan que pasar otros cinco años. No es plato de buen gusto abandonar las lecciones de euskera ahora que empezaba a construir mis primeras frases:
« Eskerrik asko, bilbo-amigos »