Un ratón azul con sombrero de vaquero y bufanda amarilla
Las sombras de la noche han convertido en algo tétrico lo que debería haber estado esperando con ilusión
Despierto en medio de la noche. Hace un poco de fresco y la sábana habrá dejado mis piececillos al aire. La luz verde del piloto de noche brilla muy tenuemente y por la puerta no entran más que un haz de luz de la farola que se cuela por un resquicio de la vieja contraventana de madera. Es entonces cuando le veo y me estremezco... ¿qué hace un ratón azul gigante con un sombrero de vaquero y una bufanda amarilla con la cabeza apoyada en la puerta del cuarto?
Un escalofrío me recorre la espalda. Tengo miedo sí. Mamá dice que ya soy mayor para tener miedo por tonterías y que no debo asustar a mi hermana pero... es que... ¡¡¡hay un ratón azul gigante con un sombrero de vaquero y una bufanda amarilla apoyado en la puerta del cuarto!!! Intento guardar la calma y abrir bien los ojos para ver entre las sombras... No hay manera. Sigo viéndole claramente.
¿Despierto a mi hermana para ver si ella lo ve? No, creo que no es buena idea... Podría asustarla y es tan pequeñita... ¡Jo! ¿Y yo qué? También soy pequeñita, sólo tengo cinco años y es la primera vez que viene el Ratoncito Pérez a por un diente mío... Por la alegría con la que todos hablaban de él tengo la sensación de que debería estar esperándole con ilusión pero... No me lo imaginaba tan... tan... ¡¡tan enorme y tan tétrico!! Además, esas sombras ... Y si era tan bueno ¿por qué todos me decían que debía dormir pronto para que no me pillara despierta? ¿Se habría dado cuenta de estaba despierta? ¿Y si no encontraba mi diente? ¿Se enfadaría? No creo que se atreviera a hacerme daño ¿verdad? Mis padres no habrían permitido que viniera si pudiera hacerme daño...
Cada vez tenía más miedo y mi imaginación ya estaba pergeñando un plan de escape aunque no sabía que hacer con Elo... Yo no podía con ella y no quería despertarla. ¡Uy! Y me estaban entrando ganas de hacer... -¡Ya está!- me dije para mis adentros. -Si hago ruiditos pero que parezca que estoy dormida seguro que mamá se despierta y viene a ver qué me pasa- Seguía yo dándole vueltas a las cabeza mientras no dejaba de mirar de reojo al enorme ratón azul con bufanda amarilla apostado en el quicio de la puerta.
-A ver Ana... Piensa. Si quisiera hacerte daño ¿por qué no lo ha hecho ya?- me digo a mí misma todo lo racionalmente que sé hacerlo a mis cinco añitos y medio...-¡Ay! No sé... Es la primera vez que viene y no sé nada de él... -sigo con mi mudo parloteo interno. No entiendo porqué se me tenía que caer ese diente, ahora no podré comer los Sugus que me da el abuelo. ¡¡El abuelo!! ¡¡Los Sugus!! ¡El abuelo y los Sugus eran la clave! A él se le había caído una muela la semana pasada y vino el Ratoncito Pérez y no le hizo nada y, encima, le dejó un puñadote de Sugus que nos dio después a Elo y a mí. -¡Hasta los de azules que casi nunca salen en la bolsa!- me relamí.
-¡Ana! ¡Ana! ¡Vamos! ¡Despierta! ¿Te ha traído algo el Ratoncito Pérez?- oigo a mi madre susurrándome al oído...
-¿Me habrá oído?- me pregunto sin querer abrir los ojos por si el enorme ratón azul con sombrero de vaquero y bufanda amarilla sigue apoyado en la puerta del cuarto...
-¡Vamos! ¡Ana!- escucho también a papá mientras entreabro los ojos soñolienta para descubrir a todos, mamá, papá, Elo, la abuela, el abuelo, tito Jose..., todos alrededor de mi cama, mirándome.
Me debí de quedar dormida mientras urdía un plan para despistar al temible monstruo que se cernía sobre mí entre las sombras... monstruo que justo en ese momento acerté a ver entre las cabezas que se arremolinaban alrededor de mi cama. El perchero con cara de oso azul sobre el que colgaba uno de los sombreros de papá y algunos de los vestidos que el día anterior había estado haciendo con ayuda de mamá y la abuela para mis muñecas a juego con los míos propios...
Un perchero era el ratón azul gigante con un sombrero de vaquero y una bufanda amarilla con la cabeza apoyada en la puerta del cuarto que mi agitada imaginación, guiada por la emoción de haber perdido mi primer diente y esperar la visita del Ratoncito Pérez, había convertido en la mayor de las amenazas y en una de las múltiples aventuras que viví aquel primer verano que recuerdo en el enorme caseron de los abuelos en Arenas de San Pedro.
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