El verano que conocí a Octavio Paz
Durante el Mundial de España, mis abuelos me presentaron a este insigne escritor mexicano
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En el verano del año 1982 pasé varias semanas en casa de mis abuelos maternos. En el distrito de Moncloa-Aravaca habían inaugurado una piscina. No recuerdo el nombre que le dieron al abrirla. Años después la rebautizaron Fernando Martín tras el fallecimiento del pívot del Real Madrid, primer jugador español en llegar a la NBA. Aunque ya había dado clases de natación en mi urbanización esta era buena ocasión para terminar de aprender a nadar.
Las mañanas las pasaba nadando hasta la hora de comer. Cuando mi abuelo regresaba de trabajar del banco comíamos. Nunca he sido una persona de dormir al medio día y menos aún me la quería echar con 8 años recién cumplidos y con el Mundial de Fútbol de España en juego. Con 40 grados en la calle, en un barrio que además no era el mío, donde no estaban mis amigos, parecía a priori que esas serían las horas menos interesantes de aquellos días. Pero mis abuelos ya habían pensado qué hacer en ese tramo de tiempo y me propusieron un pacto. Yo no debía echarme la siesta si no quería, pero tenía que aprovechar esas horas, tenía que leer. El trato era el siguiente: ”Cada día después de comer, cuando nos levantemos, hablaremos de lo que has leído. Solo después pondremos la televisión y veremos los partidos del Mundial”, me dijeron.
Mi abuelo miró la estantería durante unos segundos y escogió un libro, con solapas de cuero, por supuesto sin dibujos ni letra gorda como el “Pirata Garrapata”, que era el último que me había leído en el colegio. Me lo acercó al sillón donde estaba sentado y me lo colocó para que viera el título, “Libertad bajo palabra” de Octavio Paz . Aún sin dármelo, ya que tenía instrucciones de uso. “Este libro contiene 195 poesías. Escoge las que quieras. Pero en algún momento del verano deberás leer ‘Entre la piedra y la flor’ y ‘Piedra de sol' . Intenta elegir bien, de la que escojas y por qué lo haces me dirá como serás de adulto”, dijo.
Aquellas palabras previas a abrir el libro me estuvieron rondando todo el verano… ¿Cómo podrían marcar mi futuro una u otra poesía?. Pero con la inocencia de un niño, decidí buscar inmediatamente la primera de ellas. Si en algún momento debía leer “Entre la piedra y la flor” , mejor hacerlo cuanto antes. Además, escogiendo esa seguro que no comprometía mi futuro, ya que no la elegía yo.
Leí todo lo rápido que sabía. Prácticamente en cada frase había una palabra que desconocía su significado o sencillamente no lo entendía. Cuando mi abuelo se levantó quiso saber cuál había leído. Al decirle que era “Entre la piedra y la flor”, no me pregunto por su significado. Sin coger el libro, él lo había leído ciento de veces me preguntó por el significado de dos palabras: calcárea y henequén. Yo no supe responder. “¿Cómo puedes haber avanzado en la lectura sin entender que estás leyendo, sin saber su significado?. Mañana vuelve al principio. Cada palabra que no conozcas buscas su significado en este diccionario”, que cogió de nuevo de la estantería. No avances hasta que no entiendas lo que estás leyendo, me indicó. No tengas prisa, quizás sea el único que da tiempo a leer en una quincena de esa manera, pero si no lo lees así es como si no hubieras hecho nada, vamos a perder el tiempo”, me indicó.
“¿Quién juega hoy”?, me preguntó. “Argentina contra Brasil” , le respondí. Esa respuesta si me la sabía perfectamente.
“El actual campeón contra la selección que más títulos tiene”, me dijo. “Si, y juega Maradona le contesté inmediatamente”. Me miró y sonrió.
Maradona tuvo uno de sus peores días. Además de perder claramente, arrollados por una selección brasileña que jugaba de fantasía, acabó siendo expulsado por pura impotencia. La campeona del 78 se despedía del Mundial de España. Cuando acabó el partido no me podía creer lo que había visto, mi ídolo estaba fuera del Mundial y además humillado… “Un solo jugador, aunque sea el mejor, no puede ganar solo un partido y menos un campeonato. La clave de todo está en el equilibrio. De todas maneras a Brasil le falla el portero y la defensa, no creo que gane este año”, dijo con total seguridad en sus palabras mi abuelo.
Los días siguientes, después de comer, cogía una hamaca, salía a la terraza, y en la sombra me sentaba con mi libro y mi diccionario. Por supuesto el ritmo fue mucho más lento, cada hoja tenía más de cinco palabras que tenía que buscar en el diccionario, acción que no era rápida precisamente. Primero encontrarla y luego leerla y lo más complicado, entenderla. En la explicación en muchas ocasiones había definiciones que tampoco entendía, así que la búsqueda se multiplicaba por dos y hasta tres búsquedas más. Tan triunfador me sentía al completar y entender una hoja, que empecé a leer antes de comer. La piscina pasó, por supuesto, a un segundo plano.
El día que Italia jugó contra Brasil por el pase a semifinal fui capaz de llegar a la mitad del poema y fue lo que le dije a mi abuelo nada más levantarse de la siesta.
“Perfecto, entonces ¿Qué significan calcárea y henequén?” me volvió a preguntar. “Abuelo, las leí hace días, he leído mucho más”, le conteste esperando que eso me justificará. “Ya, he dejado conscientemente que pasen uno días, para que no lo tuvieras reciente. ¿Recuerdas su significado?”, me volvió a preguntar. “Henequén es una planta y calcárea es una piedra que tiene calcio. ¿Una planta de dónde?.¿Qué es la calcio?”, siguientes preguntas. Sin respuestas. “No sé. Pero lo miro ahora y te lo digo.”
“No, ahora empieza el fútbol, mañana empiezas por ahí”. Así comenzamos a ver el segundo mejor partido de aquel campeonato, donde Italia gano 3 a 2 a Brasil con un impresionante Paolo Rossi que marcó los tres goles “azules”. Una selección que no había conseguido ganar ningún partido en la primera fase y había sido una decepción total, ahora ganaba al favorito.
“No es como se empiezan las cosas es como se acaban”, dijo mi abuela. Mi abuelo, aprobando con la cabeza, añadió. “A Italia nunca hay que darla por muerta en una Mundial. El oficio de esta selección la hace muy difíciles de vencerla, todos juegan en conjunto parecen once guerreros. Saben cuándo nadar y cuando guardar la ropa”. Desde aquel día siento admiración por la selección italiana, han pasado muchos años y siguen con ese estilo reconocible que más tarde lo denominaron “catenaccio”.
“Abuelo, de Yucatán”, le dije en cuanto apareció por la puerta de volver de trabajar, aun sin cruzar la puerta. “Y calcio es un elemento químico, CA se escribe”, esperando que no hubiera más preguntas, pero las hubo.
“¿Dónde está Yucatán?”, me dijo antes de quitarse la chaqueta. “México”, respondí orgulloso, (ahí no me pillas, pensé). “Bien. Como el autor del poema”, ahí me callé porque eso lo desconocía. Del calcio menos mal no hubo preguntas, porque después de leer y leer sobre aquello lo único que había conseguido entender y retener era eso, CA es un elemento químico, significara lo que significara.
“¿Te está gustando?”. ”Sí”, respondí sin más. “¿Acabarás antes de la final?”, consulto creo que dudando si estaba apretándome demasiado. “Claro”, respondí con la soberbia y prepotencia que se tiene a los 8 años.
Seguía avanzando en la lectura, más familiarizado con el diccionario, como Italia lo hizo hasta la final tras ganar a Polonia en la primera semifinal con los goles de Paolo Rossi.
La otra semifinal era Alemania contra Francia. Se molieron a palos en la primera parte.
“¿Abuelo por qué se odian tanto?”, pregunte casi asustado por lo que estaba viendo. No era un partido, era una batalla sobre el césped. Mi abuelo fue muy políticamente correcto en la respuesta. “Lo que está en juego es nada menos que el pase a la final y además las selecciones son europeas y se conocen mucho”, comentó tranquilo. Mi abuela no fue tan políticamente correcta. “Los alemanes invadieron Francia me dijo”. “¿Cuándo?”, pregunté extrañado, había visto el telediario y no habían dicho nada al respecto. “En la Segunda Guerra Mundial, dijo mi abuela, en el año 40”, dijo enfadada. La resta menos mal que era sencilla. 82-40. “Abuela eso paso hace 42 años…”, con 8 años es poco menos un dos siglos…
“Además eso fue el ejército nazi no los alemanes y esto es futbol no la guerra”. “Sí ,sí, dijo mi abuela. Espero que ganen los franceses”, añadió zanjando la conversación con un guiño cómplice.
Ese para mí fue el mejor partido del mundial. Premio, creía yo por acabar finalmente la lectura entendiendo el significado de cada palabra. No fue así. Francia era una selección romántica, con un juego alegre. Jugadores de todo tipo, altos, bajos, blancos, negros. Con camisetas por fuera de los pantalones, medias bajadas. Alemania era orden, disciplina y constancia. Una maquina sin alma pero muy bien engrasada y en pleno funcionamiento. Prueba de ello fue la jugada del minutos 62. Un jugador francés bajito pero muy rápido llamado Battiston llegó al área con el balón botando. El portero alemán salió a destiempo y lo arrolló, tan salvajemente que quedó inconsciente, inmóvil en el césped. Tuvo que salir en camilla. No hubo perdón, ni expulsión del portero germano. De hecho, no se pitó ni falta. Con los jugadores franceses traumatizados por el estado de su compañero, el partido se reanudo como si nada hubiera pasado. Finalizó 1 a 1. Francia se rehízo del golpe y marcó dos goles en la prorroga dejando la final al alcance de los dedos, pero Alemania remontó en diez minutos. En una tanda interminable de penaltis pasaron a la final injustamente, en mi opinión claro.
Si antes he comentado que siento admiración por Italia desde aquel día, por la selección alemana siento todo lo contrario desde aquel minuto 62.
Después de aquel partido empecé a devorar “Piedra de sol”. Ya no leía después de comer. Leía en todo los momentos. Sólo cuando nadaba, comía y dormía dejaba de leer. Dedicándole todo ese tiempo y con la agilidad que había cogido con el diccionario, a pesar de que es una poesía mucho más extensa, conseguí finalizarla sin dudas en el mismo tiempo. Justo antes de la final.
“Abuelo, solo he podido leer dos”, le dije. “Suficientes son. Me ha dicho tu abuela que lees incluso desayunando”. ¿Cuál te ha gustado más?”, me preguntó. “Entre la piedra y la flor”, le contesté sin dudarlo un segundo. “¿Por qué?”, respondió con una sonrisa que trataba de disimular. “Porque he aprendido que el dinero no da la felicidad pero sin él no puedes vivir”· “¿Esa frase es tuya?”, me consultó disimulando menos aun la sonrisa. Entiendo que le resultaba demasiado familiar y contundente. “No, la abuela me la dijo, pero yo estoy de acuerdo con ella”, muy convencido. “¿Con la abuela o con la frase?”, me dijo ya riéndose abiertamente. “Con las dos respondí “, sin entender bien entonces la risa y como era sabedor de las respuestas antes de que yo contestará a cada una de ellas.
Italia ganó ese mundial. Celebramos en casa de manera casi escandalosa la victoria, al igual que lo hacía Sandro Pertini en el estadio. El presidente entonces de Italia se levantaba en el palco en cada gol mientras nuestro Rey sonreía al verle tan feliz. Al nacer en Roma entiendo que sentirá más simpatía por una victoria italiana que alemana, pensé.
Cuatro años más tarde el Mundial se celebró en México. País que, como ya sabía por el libro, había visto nacer a Octavio Paz.
Las circunstancias habían cambiado. Ya no era yo el que estaba en la casa de mis abuelos, eran ellos los que estaban en la mía. Mi abuelo tenía cáncer y vivían con nosotros esos meses.
Vi con él, como entonces los partidos, que por el cambio de horario no eran por la tarde después de comer, sino por la noche.
El último partido que vimos juntos fue el que disputó España contra Dinamarca. Dos días después mi hermano, mis primos y yo nos fuimos de campamentos, por primera vez en nuestras vidas. Mis padres y mis tíos querían que no estuviéramos en casa cuando todo pasara y así nos quedáramos con el recuerdo que ahora tengo. Aquel partido lo ganó España 5 a 1, con cuatro goles de Butragueño que celebramos cada uno a nuestra manera.
En el descanso le pregunté algo que me había estado rondando por la cabeza cuatro años: “Abuelo, solo me dio tiempo a leer dos poesías, pero ¿cómo hubieras sabido que clase de persona sería por haber elegido las otras?”.
“La decisión para leer una poesía, como en el resto de las cosas, no debe ser tomada por el tamaño o por un titular. Si escoges el camino más corto y fácil te estarás perdiendo muchas cosas. Lee todo, y luego escoge cuál leer de verdad”.
Por supuesto he leído y releído “Libertad bajo palabra” muchas veces. Es el libro que sigo eligiendo cada año para llevarme de viaje y seguir disfrutando en el avión, playa o tardes de verano con 40 grados, como el actual. Pero ninguna lectura puede compararse con la primera vez, con el verano que mis abuelos me presentaron a Octavio Paz.