Mensajes de amor a quemarropa
Hay un tiempo en la vida en la que uno se siente soberano. Esos primeros veinte en los que la ingenuidad adolescente se entremezcla con un desmedido impulso de sentirte adulto

Hay un tiempo en la vida en la que uno se siente soberano. Esos primeros veinte en los que la ingenuidad adolescente se entremezcla con un desmedido impulso de sentirte adulto. Hasta que sucede algo que te demuestra pequeño e insignificante. Es la libertad.
Era un verano de 2011, y la capacidad de elegir cambió mi vida. Pero no hay libertad completa, pues mi decisión fue condicionada por la de otra persona. Apenas acababa de cumplir 21 años. Daba mis primeros pasos en la profesión periodística. Y tuve ante mí el primer momento en el que tuve que decidir . Recuerdo un 15 de agosto en la redacción, un día que para muchos no existe. Compartía jornada con un tipo de Fuenlabrada, unos cinco años mayor que yo, que a la postre se convertiría en uno de mis mejores amigos, no ya en el periódico sino en la vida.
Se me planteaba la disyuntiva entre quedarme en Madrid para hacer el Máster que el periódico ofrecía. Una alternativa más estable y que otorgaba unas mayores posibilidades de abandonar el becariado para lograr mi primer contrato laboral. La otra opción, Barcelona. Un año estudiando un Máster sobre conflictos internacionales. Una aventura distinta. Una prolongación de la etapa académica. Pero también, algo más.
De Barcelona era una chica a la que había conocido un par de años antes en unos cursos de verano. Dos años hablando sin cesar, separados pero en permanente contacto. Estando pero sin estar . Los dos tuvimos entre tanto nuestras historias. Pero la verdad es que, al menos yo, nunca logré quitármela de la cabeza. Y creo que todavía no lo he conseguido. Todo en ella era sutil . Desde su acento catalán hasta un olor a vainilla inconfundible.
Terminaba la carrera y lo decidí. Me iba a Barcelona. Los dos lo vivíamos con ilusión. No estábamos juntos, pero teníamos muchos planes. Era junio y yo ya había pasado un par de días en la ciudad condal buscando piso. Lo había encontrado.
Pero entonces llegué al periódico. Y cuando el 15 de agosto mi compañero, mi amigo, me animaba a que siguiese aquí la verdad es que ya lo había decidido. Había ahora que anular una matrícula en una universidad, cancelar la reserva del piso... y avisarla a ella.
Pero fui yo el que recibió una llamada . Me tenía que contar una cosa. En plena crisis había recibido una oferta de trabajo en Alemania. Y si tenía alguna duda sobre si debía irme o no a Barcelona se me disiparon de golpe. ¿Qué pintaba yo allí si ella no iba a estar?
Pasados cuatro años sigo sin tener muy claro si había tomado mi decisión antes de esa llamada o no. Probablemente un poco de todo. Más tranquilo me sentía yo pensando que había sido completamente libre a la hora de tomar la decisión. Pero creo que no fue así. ¿Importa eso? Seguramente no. Lo importante es que el tiempo me hizo estar donde yo quería .