La mirada cambió de ojos
La aventura de ser padre es intensa y llena de momentos inolvidables que, con todo, refuerzan nuestra personalidad
Dicen que todo depende del prisma con el que se mira. Ahí se entienden muchas vicisitudes de la vida. Únicamente ahí se empieza a valorar a los demás, a entender muchos de sus comportamientos, aunque no acertemos a complacerles ni a estar de acuerdo. Al fin y al cabo cada uno tiene una idea de las cosas. En cualquier caso, una gota de ego siempre acaba deslizándose por nuestras palabras, como si la sociedad necesitara más individualismos.
Tiempos malos son los que corren, de pérdida de valores y de sentimientos. De falta de solidaridad. A decir verdad, tampoco puedo valorar décadas anteriores. La manida frase de cualquier tiempo pasado fue mejor quizá no es acertada. Pero si algo se ha mantenido, en todas las épocas y en todas las culturas, es el amor hacia los hijos. Algo que perdurará, por siempre, si no la humanidad que adolece de caridad estará, realmente, perdida. De repente, esa vehemencia negligente y esa obsesión por uno mismo comienza a estrecharse. Todo, en el mismo momento en el que esa dulce mirada se posa sobre nosotros el día en el que decide respirar fuera de su madre.
Porque las cosas, entonces, cambian. Los males pasan a un segundo plano. La tristeza se desvanece. La incertidumbre, tras nueve intensos meses llenos de pruebas e ilusión, se diluye tan rápidamente como llegó. Ahí está él, tan pequeño, tan frágil . Y llora él y, claro que tú también lloras. Ningún padre que localice en su interior un poso de sentimiento no es capaz de evitar derramar una lágrima. Es como una liberación . A pesar de que se recuerda en la lejanía como un periodo corto, el embarazo ha sido un largo episodio y, afortunadamente, el destino ha llegado a buen puerto. Está tan bien ahí cuerpo a cuerpo con su madre, con todos sus deditos y sus ojos posados en mí, que a uno se le ensancha el alma. Nada comparable.
A partir de ese momento empiezas a ver la vida de otra manera. Cualquier detalle que antes pasaba desapercibido es un mundo. Se redescubren objetos, circunstancias, momentos que habían perdido valor. Bajo su mirada, nos hacemos más pequeños. Surgen las ganas de volver a vivir las mismas historias de hace años . De contar un cuento, ver una película de animación. De volver de nuevo al zoo, a un parque de atracciones o pasear por lugares que desafían la memoria.
Todo se torna distinto, mejor si cabe, pero nos aparece un reflujo con el que no contábamos. ¿Qué será de él? ¿Seré buen padre? ¿Con quién deberé dejarlo cuando vuelva al trabajo? Y sí, también reside un componente, desgraciadamente, económico. ¿Podré ofrecerle una vida mejor que la que el mío me proporcionó? Nadie puede negar que fuera fácil. Porque no lo es. Hay momentos duros, de desasosiego, de dudas, de conflictos. Que nadie te engañe. Se pasa por situaciones en las que no sabes qué le pasa cuando llora desconsoladamente. Porque, además, aún no es capaz de articular palabra. Es tan pequeño… Sin ser conocedores de sus problemas dado que no puede comunicarse más que apoyándose en gritos y llantos el partido se juega por descarte. Si no es hambre, será sueño. Si no es sueño, serán gases. Así con todo.
La evolución, eso sí, es muy gratificante. Porque cada día que pasa, y eso lo puede constatar cualquier persona que haya sido madre o padre, aprenden una cosa nueva . Bien un detalle que no pasa desapercibido. Bien una sonrisa. O un gesto. Una mano que coge un objeto. Un guiño. Todo cambia cuando empiezan a incorporarse por sí solos. Aprecias su esfuerzo . Y le ayudas. No quieres que le pase nada malo. Nunca. De verdad, nunca. No hay que pecar de protección. Es conveniente dejarle tropezar, dice el pepito grillo que sobrevuela tu hombro.
Verdaderamente sorprendente es su voluntad, de lo rápido que asocian conceptos, de cómo empiezan a discurrir cuando todavía no levantan dos palmos del suelo. Tan pequeño y ya demostrando personalidad. Y el tiempo había pasado, como pasan las cosas que no tienen mucho sentido como diría el poeta. Hasta que llega ese pequeño trozo de vida que te da un sopapo y te vuelve del revés, volviendo a una casilla de salida que parecía olvidada. Y ahí, justo ahí y no antes, empecé a ver la vida ya no con mis ojos , sino con los suyos.