La nostalgia del último hogar
Cerca del 20% de los mayores que residen en la Fundación Miranda recibe menos de dos visitas al mes
El camino que conecta la Fundación Miranda con el resto del mundo apenas mide un centenar de metros. Sin embargo, para muchos de sus residentes representa una travesía insalvable que les excluye de la realidad. Las dolencias físicas o los trastornos cognitivos obligan a buena parte de las personas mayores que residen en este centro baracaldés a vivir sus últimos años lejos de sus familias , lo que les sumerge en un sentimiento de soledad que se acentúa durante la época navideña.
«Es una época muy delicada –afirma Leire Acha , responsable de promoción de la Fundación Miranda–, pues es cuando recuerdan dónde están y sienten mucha nostalgia ». Por esta razón, la labor del centro cobra una especial relevancia durante las fiestas de Navidad , ya que ha de conseguir, en la medida de lo posible, que el pasado de sus «huéspedes» no les impida ser felices con su nueva vida.
Tal es la pasión que ponen en su trabajo los responsables del centro que, en ocasiones, los propios residentes se niegan a abandonarlo durante las fiestas: «Hay quienes no quieren irse porque están muy a gusto aquí –destaca Acha–. Esta es su casa y ellos se han adaptado a ella. Algunos me han dicho alguna vez: »¡A ver cómo le digo yo a mi familia que no me quiero mover!«».
Otros, sin embargo, no tienen más remedio que pasar la Navidad en la residencia. Se trata de personas que, por diferentes circunstancias, han perdido la relación con sus parientes y no tienen más compañía que la que les brindan los trabajadores de la Fundación Miranda. Un estudio de la Universidad de Deusto reveló que cerca de 50 de sus 232 inquilinos recibe menos de dos visitas al mes . «Es un dato desolador», sostiene Acha, quien, junto a sus compañeros, dedica buena parte de sus esfuerzos a plantear actividades que involucren a las familias «para que los que están aquí se integren en el mundo». Es un lema tácito de la institución: «Si ellos no pueden salir de aquí, nosotros les traemos la vida de fuera».
El vigor que les aporta estar con sus más allegados representa un «plus» para los residentes, que tienen así cubiertas sus necesidades más básicas . Sin embargo, no es tarea de la institución «juzgar» a las familias que no hacen visitas: «Si no quieren venir algún motivo tendrán. Puede ser personal o simplemente que no tienen las herramientas necesarias para afrontar la situación de una persona mayor », subraya la responsable de formación del centro.
Sin billete de vuelta
Rafael Carriegas, director de la Fundación Miranda, destaca que, lejos de la percepción general que posee el grueso de la sociedad, su institución «no es un hospital» , sino un lugar «donde la gente viene a vivir, como ha vivido 80 años en su casa con su pareja o sus hijos». Este es, para él, un detalle trascendental, pues las personas que ingresan «toman la decisión de ir a un centro en el que tienen billete de ida pero no de vuelta ». Para muchos, «es algo terrible»: «Hay gente que quiere suicidarse simplemente porque no quiere seguir viviendo. Porque sus hijos van poco a verles, o también porque van mucho y no quieren ser un estorbo . No quieren esperar más, y eso es algo muy complicado de gestionar».
Lo primordial es, por tanto, hacerles llegar que siguen «formando parte de la sociedad» , y eso solo se puede conseguir acercándoles hasta el centro todo aquello que tenían fuera .
La próxima semana, todos los integrantes de la fundación se reunirán para festejar la Nochevieja . Lo harán el día 30 para que, de esta forma, pueda acudir más gente. Así lo esperan, al menos, sus responsables, que al 2017 le piden «más visibilidad para las personas mayores» en la sociedad: «Queremos que dejen de ser invisibles –subraya Carriegas–. Que los políticos dejen de pensar en ellos solo a la hora de hablar de las pensiones. ¿Qué pasa con las personas de 90 años con dependencia? ¿Qué plan tienen para ellas? Vale la pena pensarlo».
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