El crepúsculo de la «ballena de los vascos»
Organizaciones de conservación de la naturaleza advierten de que apenas quedan 250 ejemplares de esta especie
Se la conoce comúnmente como la «ballena de los vascos» , pues fueron estos los primeros en darle caza. En los albores del siglo XVI era codiciado el aceite de este mamífero, el cual se empleaba para el alumbrado de calles y viviendas. Una suerte de «petróleo» de la época. Pero también se aprovechaban sus huesos, su piel y su carne, si bien es cierto que su consumo nunca llegó a asentarse al sur de los Pirineos. Ahora, la «Eubalaena glacialis» está cerca de no ser más que un recuerdo. Diferentes asociaciones medioambientales advierten de que la especie está abocada a la desaparición, algo que achacan esencialmente a la contaminación y a la sobreexplotación de los recursos marinos . Las previsiones más optimistas apuntan a que solo sobreviven ya cuatro centenares de ejemplares.
La majestuosa «Eubalaena glacialis», también llamada ballena franca glacial, puede alcanzar los 18 metros de longitud, aunque la media está en 14 metros. Su peso aproximado varía entre los 36.000 y los 72.000 kilogramos, según el Museo nacional de Ciencias Naturales (CSIC). Carece de aleta dorsal, y su cabeza representa el 25% de su largo total. Su presencia era abundante en el litoral cantábrico y la cornisa atlántica, en especial durante los meses de invierno, cuando se acercaba a la costa para reproducirse. No obstante, el número de ejemplares se ha reducido de forma dramática desde la década de 1920. En la actualidad, se piensa que apenas quedan algunos cientos en aguas de Canadá , mientras que en el Atlántico oriental se han extinguido.
«Peligro crítico»
Diversos organismos internacionales han advertido ya de las limitadas posibilidades que la «ballena de los vascos» tiene de subsistir en el largo plazo. La Unión Internacional por la Conservación de la Naturaleza (UICN) la ha incluido en el cajón de las especies en situación de «peligro crítico». Según el citado organismo, en 2018 solo quedaban entre 200 y 250 especímenes en aguas canadienses, un 15% menos de los que se contabilizaron siete años antes.
Hace ya tiempo que puso el foco sobe este problema la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, en sus siglas en inglés), si bien es cierto que sus previsiones son algo más optimistas que las de la UICN. La sociedad norteamericana elevó en 2017 la cifra a 400 individuos, pero advirtió de que solo un pequeño porcentaje, apenas un cuarto, son hembras en edad reproductiva.
La progresiva desaparición de este cetáceo es un hecho, algo que se achaca esencialmente al exceso de caza. «Esta ha sido una de las actividades que a lo largo de la historia ha producido un sinfín de historias y beneficios entre los emprendedores y poblaciones costeras -apuntan a este periódico desde el Museo Marítimo Vasco de San Sebastián-. Desde las primeras noticias de la caza de la ballena en la costa cantábrica en los tiempos del cambio de milenio, pasando por las grandes pesquerías por parte de balleneros vascos en los siglos XVI y XVII en las costas canadienses, el número de ejemplares ha ido menguando».
Redes y barcos
El Museo Marítimo Vasco destaca, en cualquier caso, que hay otras causas que han provocado el descenso de la población de la ballena franca glacial, entre los que se encuentran la sobreexplotación de los recursos marinos y la contaminación de los mares. Porque a pesar de que ya no se cazan, la actividad humana supone todavía una amenaza para ellas. En un informe, la UICN argumenta que la mortalidad de la especie se ha incrementado debido a los enredos con los equipos de los pescadores. Entre 2012 y 2016 se registraron 30 muertes o lesiones graves por esta causa.
En otro estudio publicado en 2017 por la revista «Endangered Species Research» se informa asimismo de que los análisis de las heces de estas ballenas habían revelado altos niveles de estrés «provocado por un trauma físico externo» , en principio asociado a los enredos con los aparejos de pesca.
También los impactos con barcos han causado estragos en la población de ballenas francas. En el estudio de la IUCN se recoge que este es el motivo por el que cada año mueren una decena de ejemplares en el Atlántico norte. Todo ello se suma a la cada vez menor tasa de reproducción de la especie. «El cambio climático parece estar exacerbando las amenazas», sentencia el organismo.
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