Andoni La Red: «Muchos jóvenes entraban en la "kale borroka" por la adrenalina»
El vitoriano presenta «Partido a 22», la primera novela que ahonda en las heridas que produjo la violencia callejera
Bajo el amparo de ETA, grupos de jóvenes radicalizados difundieron el miedo durante décadas en pueblos y ciudades del País Vasco. «El mal llamado terrorismo de baja intensidad», apunta Andoni La Red (Vitoria, 1980), que sostiene que las heridas provocadas por la «kale borroka» son más profundas de lo que se puede percibir en la quema de un cajero o la pintadas en la sede de un partido político. La violencia callejera es el trasfondo de su primera novela, «Partido a 22» (Ed. Última Línea), que el próximo 6 de junio será presentada en Logroño.
¿Por qué motivo decidió abordar un tema como la «kale borroka»?
Escribí «Partido a 22» porque pensé que era necesario que alguien novelara sobre la «kale borroka» o el terrorismo de baja escala, dado que nadie lo había hecho hasta ahora. Fue una situación muy importante que no ocurrió en ninguna parte más del mundo. Decidí dar mi punto de vista a los lectores para que se sumerjan en algo que sucedió y que fue determinante en la historia.
¿Cree que hay desconocimiento en torno a la violencia callejera?
Sí, totalmente. Creo que para muchísima gente en el resto de España esto es blanco o negro. Piensan que eran chavales que quemaban cajeros como algo romántico, como pensando que los bancos ya ganan muchos dinero. Luego hay quienes tachan a todos los jóvenes que pertenecieron a ese mundo como terroristas irreparables. Yo quiero desmitificar todo eso.
¿Hasta qué punto vivió usted de cerca ese movimiento?
Creo que a todos los que hemos vivido aquí, o al menos a la mayoría, la «kale borroka» nos tocó de cerca. Allegados que formaban parte de ella, familias destruidas. Algunos directamente estuvieron amenazados. Al final, su misión era la de extender el miedo para que la sociedad tuviera muy presente que quien no comulgara con los propósitos de la banda podía acabar convirtiéndose en objetivo. Uno de baja escala, pero objetivo al fin y al cabo. Y entonces te podían quemar el negocio, te podían pintar la casa, te podían marcar en una diana. Había muchos tipos de presión social.
¿Sigue percibiendo esa violencia a día de hoy? Sin ir más lejos, el pasado diciembre un estudiante sufrió una agresión grupal en el campus de la UPV/EHU por defender sus ideales.
Sí, pero lógicamente esas agresiones no son como las de la «kale borroka», porque no las avala una banda terrorista. No es lo mismo que un grupo de violentos se organice a que una banda terrorista te exija resultados y te marque objetivos.
¿Qué historia cuenta en su libro?
La historia se centra en dos jóvenes, uno de Vitoria y otro de Madrid, que desde niños veraneaban en un pequeño pueblo de La Rioja Alavesa. Allí pasaban los veranos jugando a pelota —de ahí el título del libro—. Poco a poco van tejiendo una amistad que con el tiempo se va haciendo más fuerte hasta que ocurre un suceso inesperado que los aleja. En ese momento, el protagonista de la novela, Ismael, entra en la «kale borroka», un mundo que va conociendo por dentro mientras crece como persona. Pero muy pronto se da cuenta de que le va a ser muy difícil salir de ese ambiente.
¿Por qué decidió ambientar «Partido a 22» en esa zona?
Muchos vascos que se convirtieron en objetivos del terrorismo se vieron de alguna forma obligados a exiliarse. Uno de los principales destinos era La Rioja, y por eso lo ambiento ahí.
¿Qué hay de real en su novela?
La historia en sí es ficticia, pero muchos de los hechos que narro son sucesos reales que todos los vascos sufrieron. La novela está ambientada en los años 90, cuando el fenómeno fue más crudo. Los datos son demoledores: en 1996 se registraron más de 1.600 ataques de violencia callejera, que costaron miles de millones de pesetas y causaron una herida irreparable en la sociedad.
Grupos jerarquizados
¿Cómo era el funcionamiento de este tipo de bandas?
Eran grupos muy jerarquizados. Las órdenes venían directamente de ETA, era la banda terrorista la que marcaba los objetivos, aunque sí se daba autonomía a cada comando en lo que respecta a cómo debían materializar los sabotajes. Dentro de cada grupo había un cabecilla y todos aquellos que podían captar, que podían ser perfectamente chavales no vinculados en un principio a la izquierda radical y que se acababan viendo inmersos en este tipo de delitos.
¿Cómo era eso posible?
Evidentemente había una parte que se metía por un tema de afinidad ideológica, para cumplir con los objetivos de ETA. Pero muchísimos jóvenes lo hacían por simple rebeldía. Es algo que pasaba también en Europa con otros tipos de violencias. La adrenalina que sentían estos chavales cuando participaban en actos delictivos hacía que se engancharan. Luego se encontraban con un panorama y un futuro que no esperaban.
¿Cómo se accedía a una banda vinculada a la «kale borroka»?
Siempre por contactos. Conoces a alguien y, cuando hay una cierta amistad, puede llegar a proponerse la participación en actos delictivos.
Apuntaba que hubo también quienes se arrepintieron y que trataron de escapar de ese círculo.
Claro. Muchos querían salir y no podían, o si lo hacían tenían que ser conscientes de que iban a sufrir una serie de contrapartidas sociales que no siempre estaban dispuestos a pagar. Era muy difícil.
¿Qué clase de contrapartidas?
Evidentemente se les hacía muy incómodo seguir envolviéndose en ese entorno, porque si no comulgaban con todas las directrices del grupo eran tachados de traidores. También había amenazas y coacciones, aunque eso ya dependía de cada caso.
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