La revuelta vecinal que casi acaba en declaración de independencia
Historias capitales
Los residentes en un barrio amenazado de expropiación llevaron su protesta hasta el despacho de Fidel Castro

Mucho se ha escrito sobre las pretensiones independentistas de un amplio sector de la sociedad y la clase política catalana. Lo que quizá no todos sepan es que aquí mismo, en Madrid, se vivió hace no tanto un episodio en el que un barrio llegó ... a amenazar con pedir su independencia. Un proyecto urbanístico que se llevaba por delante sus casas tuvo la culpa. Y en la mediación del conflicto se vio implicado el mismísimo Fidel Castro.
Todo ocurrió en el año 1990. Los vecinos de Cerro Belmonte, un área de viviendas humildes en el distrito de Moncloa-Aravaca, muy cerca de lo que hoy es Valdezarza y de la calle Villaamil, se vieron envueltos en un proceso urbanístico que se llevaba por delante sus casas. Estas eran viviendas unifamiliares, amplias y con patios, donde se vivía casi casi como en un pueblo. Y los planes urbanísticos municipales tenían pensado otro futuro para ese suelo.
Pero los apenas 300 vecinos de Cerro Belmonte resultaron muy peleones. Tanto, que lejos de cruzarse de brazos ante el problema, decidieron pasar a la acción. Y le dieron el verano a las autoridades municipales madrileñas.
Ante la amenaza de expropiación de sus casas, realizaron todo tipo de protestas: desde cortes de tráfico a plantes frente a sedes oficiales del Ayuntamiento, acampadas, huelgas de hambre o encierros en la Colegiata de San Isidro.
Fue precisamente ABC quien publicaba en septiembre de 1988 la noticia que dio la voz de alarma en el barrio: los proyectos municipales para erradicar lo que se llamaban «bolsas de pobreza de Madrid». Lo que el Consistorio calificaba como «chabolismo» o «infravivienda» eran, para los vecinos de Cerro Belmonte, sus hogares, que en ocasiones habían levantado con sus propias manos.
Por eso, su rebeldía fue total cuando se vieron abocados a un realojo que no querían, en Vallecas o Villaverde, o a una indemnización que consideraban raquítica, habida cuenta del precio del suelo en la zona. Demostraron tanta capacidad de resistencia como imaginación, y desde luego lograron llevar su protesta a todos los medios de comunicación. Porque ¿quién podría resistirse a unos vecinos pidiendo asilo político al comandante cubano?
Porque esa fue la baza que jugaron frente al Ayuntamiento: el 27 de julio de 1990, se presentaron en la embajada de Cuba con esa pretensión. Escribieron una carta a Fidel Castro en la que calificaban la expropiación de sus casas de «injusta y especulativa» y le solicitaban su amparo. Y asilo político.
La solicitud le llegó a Castro, que vio una oportunidad política en el conflicto y llegó a dedicarlos 45 minutos en el discurso que dio por el 37º aniversario del asalto al Cuartel de Moncada.
El líder cubano recibió en la isla a 25 vecinos
Fidel Castro invitó a un grupo de vecinos de Cerro Belmonte a viajar a Cuba y les recibió personalmente. Para allá se fueron 25 de los residentes -entre ellos una niña de 10 años y un señor de 84, rezan las crónicas-, y permanecieron en la isla durante diez días. «A gastos pagados», reseñaba el redactor de ABC.
No paró ahí la cosa, pese al ruido mediático que generó. El 20 de agosto, la abogada de los afectados, Esther Castellano, dio de plazo al Ayuntamiento hasta septiembre para mejorar las condiciones que ofrecía a los vecinos. Si no lo hacía, el barrio de Cerro Belmonte se constituiría como estado independiente, celebrando elecciones y conformando su propio gobierno, acuñando su moneda -el «belmonteño»- y diseñando su bandera.
El referéndum de independencia llegó a celebrarse, y el «sí» a la independencia arrolló: sólo hubo dos votos en contra. En el nuevo «estado» se abolió la expropiación y se ofrecía asilo a las personas que se sintieran maltratadas por el Ayuntamiento. La noticia, claro, trascendió nuestras fronteras, y pudo verse incluso en Der Spiegel y la BBC.
A la semana de «independencia», el Ayuntamiento anuló las expropiaciones, que se renegociaron tiempo después. La historia acabó con los vecinos realojados en las proximidades. Y con el pasaporte español, claro.
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