LAPISABIEN
Verbenas
Solo hay que encender el telediario para que el 'carpe diem' madrileño sea más que un mandamiento
Tiene uno recuerdo de verbenas. Muchísimos. Siempre con la nostalgia del organillo y las gallinejas que, en nuestra generación, fue siempre el órgano de Camela, Bisbal en bucle y el kebab que siempre quedaba abierto cuando ya casi no había más noche que apurar. ... Sin embargo, yo, 'solateras' elegido y vocacional en las fiestas, las de guardar y las otras, siempre extrañé los chiringuitos de carnes avileñas a 35° grados. De todo hace veinte años, pero me parecía una burla meterme en un chino y comprarme una parpusa. No por nada en especial, sino por un prurito de que el casticismo no se internacionalizara. Porque era lo nuestro, y cuando se veían los desfiles de pendones, se entendía la seriedad de la Zarzuela, si la contradicción es admisible.
Luego, con los años, fueron pasando novias. La música cambió, el organillo se iba haciendo cada vez más exótico y los trajes de chulapos de despachaban con un floripondio de plástico y ya. Yo, hasta hoy, no reflexionaba de esto. Pero la pérdida de identidad de los festejos es una constante en Madrid. La ciudad alegre y confiada, pues, que no sólo hace alarde de sus símbolos, sino que incluso, salvo honrosas excepciones, los ve como un exotismo que de tarde en tarde aparece por el Madrid ardoroso de los que no han podido huir de la capital.
No se pide aquí la obligatoriedad del aliño indumentarios de Sevilla, ni llenar las calles de gritos de «oiga pollo» o «seña» X. Aunque sí ponderar ese milagro de lo viejo y moderno, el bisnieto y el bisabuelo, danzando benditos bajo un balcón del que cuelga un mantón de Manila planchado como para ir de fiesta.
Solo hay que encender el telediario para que el 'carpe diem' madrileño sea más que un mandamiento. Después la existencia, no lo olvidemos, la mediremos por esas verbenas que fueron las más nuestras.
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