LAPISABIEN
Dejar Madrid, un ratito
El verano contemplativo es necesario, que la pluma va secándose como acequia en Murcia
San Rodríguez
El mar, la mar, solo la mar. Ya en Atocha llega el marismo a los pulmones y lo malo del año se va quedando atrás, donde habrá que retomarlo cuando las criaturas abisales o las sirenas digan que sí, que muy bien, que adelante con ... los faroles y que me vuelva a la meseta. Y mientras tanto la paz, no lidiar con la campaña más de lo necesario. Respetar, eso sí, a quienes siguen en Madrid, encerrados con un solo juguete y la calor.
Pocos años he necesitado más ver al mar, a la anochecida, hora bruja que me cura los infartos de Madrid que tienen mucho que ver con lo que pasa. Y volver a la cama materna, con los libros de mamá. No tener más que la nada, pero es que una nada al lado del mar nos hace invencibles. Y luego las terrazas miradores, con el fuego de una barbacoa dando pábulo a las confidencias. Con fado o con flamenco a media voz. Y las siestas sanas, cuando el sol nos da su zarpazo y el Orbegozo nos cura de un soponcio.
Antes, los veranos, eran la promesa de un amor entero. Ahora son una cura de tiempo, una búsqueda de la sombra que, achicharrado uno de la capital, va haciendo falta como consuelo, como jarabe. El verano contemplativo es necesario, que la pluma va secándose como acequia en Murcia.
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