Y al fin, un Viernes Santo esplendoroso en Madrid

Miles de madrileños acompañaron a las hermandades en un día en el que el buen tiempo fue el protagonista en las calles del centro

La Archicofradía de Medinaceli estrenó agrupación musical, la de La Expiración de Salamanca, y nuevo trono para la Virgen de los Dolores

Procesión del Cristo de los Albarderos, cerca del Palacio Real De San Bernardo
Jesús Nieto Jurado

Jesús Nieto Jurado

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Sol de justicia, manolas/mantillas abanicándose y multitud . La calle, sí, la calle fue protagonista tras el secuestro que nos sabemos a razón del virus, con Jesús y María sin poder presentarse al pueblo; encerrados en los templos y perdido ya -no sabemos hasta cuándo- el rito de besar la madera sacra.

El Viejo Madrid , con sus paredes historiadas, guardaba el calor del mediodía, y a 20 metros de la Puerta del Palacio Real, Sonia, de la mano de su hija, iba dando crema solar a la criatura a la espera de que salieran Los Alabarderos, la única cofradía castrense de España . Y seguro que verían a Cristo salir, humilde y poderoso, de la Puerta del Príncipe al rumor de los pífanos, con el Himno Nacional casi susurrado por un instrumento de viento que casaba fetén con el cortejo y con el Crucificado: paño de pureza envuelto en terciopelo y la mirada perdida del último hálito de vida. Luego los aplausos, y las alabardas refulgiendo con un brillo de luto . Sonia, muchos minutos antes, recordaría, como en ‘Cien años de Soledad’, «cuando su padre la traía» a la Plaza de Oriente. Seguro que se persignó y sonrió de melancolía en Viernes Santo. A las siete y pico de la tarde.

La calle de Atocha

Antes, la calle de Atocha se hacía nervio mariano y templario del Viernes Santo madrileño. Allí, en la Parroquia de la Santa Cruz, los comercios de la zona, tan tradicionales, avisaban de que siendo Viernes y Santo saldría Siete Dolores: María con sus siete espadas en el pecho, tallada como un milagro por Faustino Sanz allá por los cuarenta. Con sencillez, porque en la Semana Santa de Madrid, en su segundo día grande, habría tiempo para el barroco desaforado o la alegoría. Y en la calle de Atocha, animada el día que Dios hecho hombre expiró, colgaban las palmas del Domingo de Ramos junto a alguna bandera de Ucrania, recordando a las divinidades que el Hombre sigue con sus cuitas de siempre. En la Iglesia de la Santa Cruz se celebraban los Santos Oficios y mezclaban escapularios y hermanos de Siete Dolores y del Santo Entierro, que procesionaría con su habitual sobriedad.

Fue Viernes Santo y quedaba en esa misma calle, la de Atocha, la visita a la segunda procesión del Divino Cautivo, que dejó las avenidas del Barrio de Salamanca, donde desfiló el Jueves, para meterse por el Madrid más puro. Mariano Benlliure , autor de la talla, recibiría otro homenaje, uno más del pueblo madrileño, por poner a Dios en movimiento a los 75 años de la desaparición del escultor.

Y Medinaceli

El día tuvo sus contrastes. Antes de que el Santo Entierro, con sus tres pasos, nos indicara que la muerte no era el final , el Señor de Madrid se hacía a las calles. Carmelo, natural de «Piedrahíta, ponlo en la crónica», llevaba desde las cinco, nervioso, fumando y tomando posiciones frente a la Basílica según se baja por la calle de Cervantes. «A ver qué vemos, joé», dijo al cronista con bríos cofrades.

Medinaceli es el culmen del barroco cofrade en Madrid: una nave tallada por el malagueño Palma Burgos, llevada por hombres y mujeres, y un Cristo donde está la devoción de Madrid en pleno. Su salida vista desde lejos fue lo que nos avisaba su vicehermano mayor, Miguel Ángel Izquierdo: unas «ganas, una ilusión» que quedarían compensadas cuando aquella talla viajera que atribuyen al sevillano Juan de Mesa atravesó el dintel, sonó el Himno, y un resorte hidráulico subió a Dios a las alturas de un trono donde hombres y mujeres irían a dejarse el hombro. Porque el Barroco pesa, y ni 180 hombres/mujeres de trono son suficientes para cargar con lo que una de sus saeteras dilectas, Diana Navarro, confesó, parafraseando a Serrat, que «es la fe suya y de sus mayores».

A paso malagueño, Medinaceli, con varales, se abrió camino hacia el Congreso entre gritos y vivas y alabanzas y autoridades. El Dios de Madrid caminaba por las anchas avenidas, sin poder llegar a Sol, estrenando -contra la costumbre- en Viernes Santo: la Agrupación Musical de La Expiración de Salamanca en el trono de misterio y otro trono, el de la Virgen de los Dolores, confeccionado por los talleres Salmerón. Se tocó la campana por los idos por la pandemia y el pueblo de Madrid. Daban las siete y veinte.

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