Ángel Antonio Herrera - Cartas a la alcaldesa
Urinario de Tirso
El viandante de poca sensibilidad ha visto en los puestos de flores de la plaza un parapeto donde orinar a gusto y retranqueado, y eso sí que no, alcaldesa
La Plaza de Tirso de Molina tiene de eje la estatua del propio Tirso, una estatua puesta en pie sobre la peana de otra estatua que allí mismo estuvo la de Juan de Dios Álvarez Mendizábal, el político liberal que empujó la histórica Desamortización . La estatua de fray Gabriel Téllez, o sea, Tirso de Molina, se instaló en 1943, después de que fuera derribada, con todo el protocolo, la de Mendizábal, que acaso fue demolida de inmediato, a la conclusión de la Guerra Civil.
Traigo aquí todo este dato de media erudición, querida alcaldesa, para contar que tan ilustre estatua no dice ni pío, como toda estatua, pero los vecinos de este monumento sí repiten que el sitio se ha convertido en un urinario al aire libre , un urinario con mucha animación de usuarios ocasionales o habituales. Me explico. Resulta que alrededor de la estatua de Tirso hacen coro varios puestos de flores. No son estos una toldería cualquiera de exposición de floristas, sino un mercado de todo tipo de flores que abre todos los días del año, fenómeno único en la ciudad.
Este mercado, que pone un alegrón primaveral en el lugar, es una novedad proveniente de la última remodelación de la plaza , y a la idea saludable y colorista de fundar un supermercado de las flores se añadió el afán de diseño de los diversos puestos, que son ocho cubos de metal y madera de espíritu vanguardista. Y ahí quería yo aterrizar, alcaldesa. Lo de las flores es estelar, y yo incluiría lo de los cubos cubistas, pero el viandante de poca sensibilidad ha visto en ese sitio un parapeto donde orinar a gusto y retranqueado, un escondite donde aliviar el apretón, y seguir el paso, o no seguirlo, porque parece que hay mucho picnic del no hacer nada, en la zona. De modo que la plaza tiene un urinario porque sí, y eso sí que no. De modo que el lugar no huele a rosas, que sería lo suyo. Convendría echarle un ojo a tanto albedrío, alcaldesa. Porque los dos cubos de agua con que alivian los residentes el hedor de costumbre no es remedio.
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