El último alguacil de Madrid
La localidad de Las Rozas de Puerto Real cuenta todavía en plantilla con esa figura, que mantiene la tradición e incluso lee los bandos. Eso sí, ahora trabaja con megafonía
Las Rozas de Puerto Real es una pequeña localidad madrileña, de apenas 550 habitantes censados , y situada en el límite suroccidental de la comunidad. Allí reside y trabaja José Luis Abades, de profesión alguacil. Es, tal vez, el último alguacil de Madrid, como él mismo confiesa. Su trabajo es variado e incluye, entre otros menesteres, algo tan tradicional como leer los bandos que dicta el alcalde. Y lo hace, aunque ahora con megafonía. «Antes usábamos trompetilla, pero ya no», recuerda.
La estampa de este empleado público, ataviado con su uniforme –camisa, corbata y gorra de plato, porra al cinto– retrotrae a un tiempo que parece muy lejano. Pero ahí está, a apenas 90 kilómetros de las prisas y los atascos de Madrid, en este reducto de tranquilidad y tradición que representa el alguacil roceño.
José Luis lleva mucho tiempo en el puesto, «unos 30 años», y, a sus 57, afirma que «ya voy prácticamente de despedida» como alguacil. Es, lo sabe, «quizá de los últimos que queden», aunque en algunos otros ayuntamientos de la Comunidad de Madrid aún se pueden encontrar estas figuras en plantillas o incluso en convocatorias de plazas.
Notificaciones y avisos
Él siempre ha estado ahí, realizando avisos, entregando notificaciones, vigilando «si se hace alguna obra, comprobando que cuenten con las licencias...». Y leyendo bandos, claro está. Con trompetilla, como antiguamente, o con el megáfono, como ahora.
Y no es éste un trabajo baladí : debe leerlos a viva voz, para que todos los vecinos conozcan las novedades . Puede haber, según las épocas, varios bandos a la semana, y todos se hacen públicos por el mismo procedimiento. Todo el mundo lo conoce en el pueblo; lógico, después de tantos años. José Luis, además, nació allí, y parece que la tradición de ser alguacil le viene de familia, de su abuelo. Claro que él tuvo también su escapada madrileña: salió del pueblo y durante varios años trabajó y vivió en la capital. Pero echaba de menos la tranquilidad y el olor a leña en los inviernos roceños. Así que se volvió y se hizo alguacil.
Los vecinos le respetan y «se llevan bien conmigo», asegura. No tiene funciones de policía local ; no es esa su labor, aunque reconoce que en algunas ocasiones ha tenido que actuar, por ejemplo, «cuando algún coche estaba mal aparcado, o estorba o molesta por algún motivo».
Es inevitable que la memoria le lleve a uno, viendo la estampa del alguacil por la calle, a aquellas escenas de «Crónicas de un pueblo» , con su inolvidable alguacil Goyo, protagonizado por Antonio P. Costafreda. En el caso de José Luis, el pueblo es más tranquilo. Sobre todo en invierno, donde según dice «apenas son unos 250 vecinos viviendo aquí».
Estirpe
Tantos años vigilando el pueblo dan para mucho: para observar la transformación de un municipio, ver la pérdida de habitantes, pero también la llegada de nuevas generaciones. Incluso le ha dado tiempo a atesorar algunas anécdotas, como aquella vez que «con otro alcalde» se vio en la tesitura de salir en su defensa ante una situación de cierta tensión en el pueblo.
No sabe José Luis si, cuando le llegue la edad de jubilarse, el municipio decidirá renovar su puesto y nombrar a un nuevo alguacil. «No sé si renovarán el puesto, la verdad».
Sería una pena que con él se perdiera esta estirpe de empleados públicos que, gorra en ristre, pasean las calles de algunas localidades poniendo orden, realizando distintas funciones y, sobre todo, manteniendo una tradición con sabor a añejo . «Dentro de lo que se pueda, seguiremos en marcha», asegura. Espíritu no le falta.
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