«Tardé más de tres años en descubrir que mi novio me estafaba sin escrúpulos»
Jorge Lozano llegó a robar 1,3 millones a amigos y parejas con todo tipo de engaños
Seis días. Ese el tiempo que la Unidad de Policía Judicial Adscrita a los juzgados de la plaza de Castilla, conocida por su laborioso trabajo como «la unidad de casos sin resolver», tardó en dar caza a Jorge Lozano Belver , un estafador profesional que llegó a amasar una fortuna de 1,3 millones de euros empleando para tal fin toda serie de artimañas. De forma camaleónica, este madrileño de 43 años manipulaba a sus víctimas hasta el punto de mantener relaciones sentimentales con ellas o tejer lazos de amistad por donde colar sus engaños sin levantar sospechas. Al menos, durante el tiempo necesario para limpiar sus cuentas bancarias y otros objetos de valor, antes de desaparecer y buscar un nuevo objetivo. «Es un embaucador de primer nivel, alguien capaz de estar contigo más de tres años para quitarte todo lo que puede», resume su última pareja, consciente de que el amor solo era una excusa para aprovecharse de ella sin ningún tipo de escrúpulos.
Para Jorge, las dos requisitorias de ingreso en prisión y tres órdenes de busca y captura que tenía en vigor no suponían obstáculo alguno para continuar con su red de actividades delictivas. Eso sí, no a cualquier precio. Había extremado su seguridad hasta el punto de convertirse en un fantasma capaz de vivir mil vidas: un empresario de éxito, un tiburón con grandes conocimientos en el mercado bursátil e inmobiliario, un antiguo teniente del Mando de Operaciones Especiales... nada escapaba a la improvisación para este delincuente de cuidado aspecto y modales exquisitos. «Me inspiró tal confianza, que no tardé nada en abrirle las puertas de mi familia», añade esta afectada. Pero su plan, maquiavélico y rentable a partes iguales, tenía una grieta.
Los agentes de la Policía Nacional encargados del caso recibieron el soplo de que Jorge podía estar saliendo con una joven brasileña, poniéndolo al descubierto por primera vez en mucho tiempo. El anzuelo estaba servido. Sin saberlo, rastrearon los ambientes que solía frecuentar la mujer y dieron con su paradero. Aunque no sin dificultad. El trabajo administrativo resultó clave para poner en marcha un complejo dispositivo de seguimiento. Fueron seis días de constante movimiento, donde las dudas también afloraron. De hecho, en una de las citas que el timador mantuvo mientras era vigilado, los investigadores quedaron extrañados al comprobar la impecable facha de un tipo que no encajaba con las fotografías y la información registrada en su ficha policial.
Detenido en Txistu
Había que tener una identificación plena, por lo que el rastreo se intensificó durante las últimas 24 horas. Ya seguros de que detrás de ese individuo se ocultaba la perseguida presa, los agentes decidieron que la hora de proceder a su detención había llegado. Pacientes, esperaron a que Jorge terminara de cenar en el famoso restaurante Txistu con un grupo de potenciales víctimas y le pusieron los grilletes en el momento que se dirigía al aparcamiento para coger su coche (cada dos días cambiaba de vehículo por medio de alquileres). Fue entonces cuando uno de los policías le recriminó su actitud, a lo que este respondió: «Sabía que esto iba a llegar. No sé hacer otra cosa que estafar, se me da muy bien». Sin oponer resistencia, los agentes le trasladaron al calabozo hasta que el martes un juez decretó su ingreso en prisión.
Pese a que los disfraces de Jorge eran diversos, su «modus operandi» respondía siempre al mismo patrón: se ganaba la confianza de sus objetivos para después desplegar todo un arsenal de justificaciones y estafarlos sin compasión. Así, engañó a su primera esposa para sustraerle dinero; y a una segunda pareja sentimental, con la que llegó a prometerse: «Le conocí por unos amigos con los que jugaba al fútbol y me pareció encantador». Sin darse cuenta, se enamoró de él o, mejor dicho, de lo que aparentaba ser.
Con dos hijos fruto de un anterior matrimonio, esta mujer llegó a entregarle 18.000 euros para que Jorge llevase a cabo el contrato de arras de una casa en la que supuestamente iban a vivir juntos. También le pidió dos relojes de lujo para guardarlos en la caja fuerte de su banco («para prevenir un posible robo») y le sustrajo su joyero personal. En todo el tiempo que permanecieron juntos, apenas conoció dos veces a la familia de su prometido. Hasta que un día el castillo de naipes se vino abajo. Un familiar de Jorge le reveló sin querer que nada de lo que le había contado era cierto. Después de ofrecer burdas explicaciones, este se esfumó.
Pero no solo robaba utilizando sus dotes de «Doctor Amor». A una familia de la Rioja llegó a quitarle más de 450.000 euros por medio de falsas inversiones en valores y una ristra de promesas. Haciéndose pasar por un reputado broker, Jorge llegó a enviarles documentos manipulados para que estuvieran al tanto de los movimientos e, incluso, pudieran declarar las «rentas» obtenidas. Unos hechos por los que la Audiencia de Logroño le condenó en 2017. Su rastro volvió entonces a perderse. Hasta ahora.
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